Índice de Contenido
- 0.0.0.1 PRÓLOGO
- 0.0.0.2 LA ORACIÓN DEL SEÑOR
- 0.0.0.2.1 Padre
- 0.0.0.2.2 Nuestro
- 0.0.0.2.3 Que estás en los Cielos
- 0.0.0.2.4 Santificado sea tu nombre
- 0.0.0.2.5 Venga tu realeza
- 0.0.0.2.6 Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo»
- 0.0.0.2.7 El pan nuestro consubstancial danos hoy
- 0.0.0.2.8 Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores
- 0.0.0.3 Y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del astuto mal
- 1 Lecturas recomendadas:
PRÓLOGO
Las enseñanzas, los significados y los logos del Evangelio están escritos en Espíritu Santo y por eso tienen valor perenne y a la vez perspectiva eterna.
Cada enseñanza, parábola, narración, descripción, cada palabra…, contenido en el Evangelio de Cristo “es una antena” que tiene un significado muy profundo. No se agotan sólo con una interpretación superficial que nuestras pobres capacidades mentales e intelectuales puedan percibir.
Todo esto es válido también para nuestra conocida oración del «Padre nuestro», la cual, el mismo Señor, entregó a su Iglesia como ejemplo de oración para todos nosotros.
Nuestros Santos Padres vivieron el Evangelio de Cristo y cumplieron Sus Santos Mandamientos. Sus vidas, pensamientos, palabras y sus logos se hicieron extensión del Evangelio y sus experiencias del Espíritu de Dios enriquecen la Santa Tradición de la Iglesia. Descubren el gran fondo de los logos sanadores y salvadores del Cristo Soberano manifiestan y demuestran que Sus mandamientos «no son pesados» sino que pueden cumplirlos los cristianos de cada época, vigilando nuestra poca fe, pereza y negligencia.
Teniendo a los antiguos y nuevos Santos Padres como intérpretes de la Oración del Señor examinamos y palpamos su fondo elevándola hacia el Señor.
Suplicamos al Salvador y sanador Jesús Cristo que nos dé también a los cristianos contemporáneos su energía increada Χάρις (Jaris, Gracia), de modo que nuestra vida en Él se fundamente en la oración como comunión y conexión con el Dios vivo. Pero a la inversa también, que sea nuestra oración una expresión de la presencia viva de Dios en nuestra vida y que emane de ella. Con otras palabras, la oración ha de ser nuestra propia vida, la cual por otro lado, profundizará e intuirá a la vez los logos, pensamientos expresados y hablados que dirigiremos a nuestro Santo Dios.
LA ORACIÓN DEL SEÑOR
Nuestra santa Fe Ortodoxa no es una más de las ideologías o filosofías, o una de las religiones de este mundo.
El Dios de los ortodoxos no es el Dios de los filósofos, es decir, una idea, o un altísimo principio impersonal, ni tampoco un valor religioso en el que nos elevamos a partir de principios inferiores.
Los Ortodoxos creemos en un Dios personal, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Éste, el Trinitario Dios se nos descubre apocalipta revela, mediante su Segunda Persona, nuestro Señor Jesús Cristo.
Jesús Cristo se encarna, proclama el Evangelio, realiza milagros, es crucificado, resucita de entre los muertos, asciende a los Cielos y nos envía el Paráclitos (Espíritu Santo) para restablecer la perturbada relación con Él y facilitarnos un encuentro de unión personal en comunión con el Dios Padre.
Puesto que el Dios es personal, no podemos conocerlo fuera de la relación amorosa con Él, la cual cultiva la oración. Si el Dios fuera idea, podríamos conocerlo con pruebas y demostraciones lógicas intelectuales. Ora y a la vez ama a Dios para conocerle, podríamos decirle aquel que lo busca. El que ora es teólogo y el buen teólogo es el que ora, según San Nilos el Ascéta, Filocalía.
Por la oración el inaccesible Dios se hace accesible, de desconocido pasa a ser conocido. El Dios ajeno se convierte en huésped, familiar y amigo.
Esta vía, camino, nos la indicó el Θεάνθρωπος (Zeántropos Dios y hombre) nuestro Señor. El Señor Jesús Cristo oraba a menudo siendo nuestro modelo para seguir sus huellas.
Nos enseñó que debemos orar con humildad, sin resentimientos y con paciencia. Nos dejó también el ejemplo de oración conocida por todos los Cristianos como la «Oración del Señor», o el «Padre Nuestro».
El valor de esta oración es humanamente incalculable, primero, porque nos fue entregada por el Dios, segundo, porque con ella rezaron y se santificaron nuestra Παναγία (Panayía Todasanta), los santos Apóstoles, Mártires, Padres y los dignos cristianos de todos los siglos, tercero, porque resume todo el Evangelio y dogmas de nuestra fe.
Según San Máximo el Confesor: «Esta oración contiene la solicitud de todo lo que causó con su Kénosis (vaciamiento, despojamiento) durante la encarnación del Logos increado de Dios, y nos enseña a buscar y desear aquellos bienes, los cuales sólo el Dios Padre, mediante la intervención natural del Hijo, concede verdaderamente por el Espíritu Santo». Estos regalos son siete: » Teología, adopción como hijos de Dios por la increada energía Jaris, igualdad con los ángeles, participación en la Vida Eterna, restablecimiento de nuestra naturaleza que vive sin pasiones, emociones, apegos hacia sí mismo, abolición de la ley del pecado, y anulación de la tiranía del astuto malvado que dominó en nosotros por engaño» (San Máximo el Confesor, interpretación del Padre Nuestro).
Es por excelencia la oración de la Iglesia. En los oficios litúrgicos de día y noche se recita 16 veces y en la Gran Cuaresma 22 por día.
Resulta también una forma de resumen o sinopsis de la Divina Liturgia.
Por eso consideré necesario en la homilía de esta noche llamaros a profundizar y gozar en sus divinos y salvadores significados, como enseñan nuestros santos Padres, de forma que la recemos con más deseo y conciencia
Πάτερ
Padre
La oración del Señor empieza con esta invocación en la que nos enseña el Señor a nombrar a Dios “Padre”.
“Padre”, porque es nuestro Creador y Hacedor, el que nos da nuestro ser, la vida.
“Padre”, porque para nosotros los cristianos es a la vez el donante del bien estar y ser de la vida espiritual, de la adopción, la que nos regaló por Jesús Cristo. Antes de Cristo, a causa de nuestra apostasía, deserción de nuestro Padre Celestial, no sólo estábamos separados de Él, sino que estábamos como enemigos. El Hijo de Dios, de la misma naturaleza que Dios Padre, por su Encarnación y muerte en la cruz, nos reconcilió con Él y nos hizo hijos Suyos por la Jaris (energía increada). Ésta energía increada, la Jaris, la recibimos mediante el santo Bautismo. Así nos convertimos también en hermanos de Cristo, que es el primogénito entre la multitud de hermanos.
Es Padre porque nos da la vida; y no sólo la vida, sino Su misma vida en Cristo.
Tal y como nos dice San Juan Crisóstomo: “Porque el que dice Padre a Dios procura la absolución de los pecados, esquiva el infierno y consigue la filiación del Hijo Primogénito y recibe a la vez la concesión del Espíritu, sólo por una invocación compasiva y amorosa”, (comentario a San Mateo, homilía 19, t.19).
Proclamando al santísimo y omnipotente Dios y Creador del todo como “Padre”, confesamos todo aquello que hizo por nosotros, Sus hijos indignos, y sobretodo mediante nuestro Señor Jesús Cristo en Espíritu Santo. Así la invocación «Padre» nos eleva al Dios Trino.
Escribe San Máximo el Confesor en la Filocalía: “Debidamente el Señor a los que oramos nos enseña a empezar inmediatamente por la teología; y a la vez, nos introduce al misterio que muestra la Causa esencial por la que Él creó a los seres, Dios, que es por esencia este principio de los mismos. Porque, los logos de la oración contienen la revelación del Padre, su Nombre y su Realeza increada para que aprendamos inmediatamente desde el principio a respetar y adorar la unidad Trinitaria. Porque, nombre de Dios y Padre en base substancial es el Hijo Unigénito; y la realeza increada de Dios y Padre en hipostasis base substancial es el Espíritu Santo (Filocalía pág. 256).
El infinito amor y amistad de Dios por el hombre nos permite e incita a llamarle Padre nuestro.
Esto produce gran emoción en el nus del hombre piadoso.
Escribe San Gregorio de Nisa: “¿quién me dará alas como la paloma para poder elevarme, por encima de todo lo visto, de las transformables cosas al Intransformable y con estado de psique imperturbable familiarizarme con Él, primero con mi libre voluntad y predisposición y después con íntima invocación decir: «Padre» ¿Qué psique debiera tener el que así hablara a Dios; cuánto ánimo, qué conciencia?”. (“En la oración, capítulo 2º, E.P.E. Tomo 8º, pag. 43).
Es un inestimable regalo. Tantas veces que queramos, podemos dirigirnos a Dios y llamarle Padre nuestro.
Y aún, cuando el cristiano se hace digno y recibe sentimentalmente la Jaris, la energía increada del Espíritu Santo, entonces siente también en el corazón la paternidad de Dios y su adopción. Percibe el amor tierno de hijo hacia el Dios Padre sintiéndose como Su amigo e hijo.
El mismo Espíritu Santo clama en nuestro corazón ¡Aba! (¡Padrecito!) creando este tierno amor hacia Dios. «Puesto que sois hijos, mandó Dios el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, clamando, ¡Aba! ¡Padre!».
A imagen del Padre Celestial podemos también nosotros los humanos convertirnos y hacernos verdaderos padres espirituales o biológicos. San Gregorio Palamás enseña que no llamamos a Dios Padre en relación con los padres humanos, sino los humanos padres a imagen del Dios Padre.» De ahí según san Pablo que toda paternidad celeste se diga también en la tierra» (2º Logos contra Grigorá).
Si los padres terrenales reflejan la jaris y la bendición del Padre Celestial, entonces son verdaderos padres. Sin esta jaris no pueden hacerse padres verdaderos y auténticos y no consiguen ofrecer algo esencial para sus hijos. Cuando los hombres se alejan del Padre Celestial no pueden hacerse padres auténticos y correctos.
¿Cuántas personas sufren hoy porque no han conocido un verdadero y cariñoso padre espiritual?
Un heterodoxo cristiano que se aproximó a la Ortodoxia, dijo que se convirtió a ella porque sólo en la Ortodoxia encontró padres espirituales, c-jarisma que se perdió en el cristianismo occidental.
Me acuerdo del caso del escritor rumano Virgil Georgíu que, tal y como el mismo nos cuenta, en el rostro de su padre, pobre pero santo sacerdote, vio el rostro de Dios. Esa visión no le dejó nunca alejarse del Mismo a lo largo de su agitada vida.
Dirigiéndonos a Dios Padre reconocemos su Providencia paternal para nosotros. No somos huérfanos, no existimos porque así lo quiera alguna suerte o un destino ciego. Somos criaturas de su amor y nos encontramos siempre bajo su paternal vigilancia y cuidado. Aún, detrás de las pruebas de la vida se encuentra el instructor y sanador amor de Dios.
El amor paternal de Dios nos recuerda San Cosme de Etolia que dice: «Primero tenemos el deber de amar a nuestro Dios, porque nos regaló esta tierra tan grande, amplia, en la que vivimos provisionalmente con tantas miríadas de vegetales, árboles, fuentes, ríos, pozos, peces, el mar, el aire, el día, la noche, el fuego, el cielo, las estrellas, el sol, la luna. ¿Todo esto para quién lo hizo? Para nosotros. ¿Nos debía algo? Nada, todo es regalado. Nos hizo humanos y no animales, respetuosos y ortodoxos cristianos y no heréticos e indignos. A pesar de que pudiéramos pecar miles de veces, cada hora nos compadece como Padre y no nos mata ni arroja al Infierno, sino que espera nuestra μετάνοια (metania), conversión y arrepentimiento, con sus brazos abiertos y que paremos de hacer el mal para obrar el bien, y arrepentirnos, rectificarnos para abrazarnos y ponernos en el Paraíso a fin de alegrarnos para siempre. ¿Ahora bien, un Dios tan dulce como Éste, no debiéramos también nosotros amarlo derramando nuestra sangre, si fuera necesario, miles de veces por Él, tal como lo hizo ÉL por amor hacia nosotros?
Por la fe en la invocación de Dios como Padre nuestro, nace un sentimiento de seguridad que elimina toda inseguridad, fatiga y ansiedad.
Gran honor resulta el llamar a nuestro Dios “Padre”, pero también una gran responsabilidad para nosotros que debemos vivir dignamente como quiere nuestro Padre Celestial. Vamos a recordar las palabras de nuestro Señor: «Sed compasivos como lo es vuestro Padre» (Lucas 6:36). «Haceos perfectos como vuestro Padre es perfecto» (Mt 5,48).
San Nicodemo el Aghiorita escribe al respecto: «Por eso nuestro Señor nos pide la clase de oración que debemos hacer cuando oramos a nuestro Padre, que lo es por la increada Jaris, para protegernos siempre debajo de la jaris de su adopción, hasta el final; es decir, que seamos hijos de Dios no sólo por el renacimiento y el bautizo, sino también por nuestras obras y praxis, hechos. Porque aquel que no hace obras espirituales dignas del renacimiento superior, sino más bien que las realiza por energías demoníacas, no es digno de llamar Padre a Dios, al contrario su dios sería el diablo, según el logos de nuestro Señor: “Vosotros tenéis como padre al diablo y deseáis cumplir los deseos de vuestro padre” (Jn 8,44). Nos manda llamar Padre nuestro, primero: para informarnos que hemos nacido verdaderamente como hijos de Dios mediante el renacimiento del divino Bautizo, segundo: Que debemos guardar a la vez las señales, o sea, las virtudes de nuestro Padre, avergonzándonos, por decirlo de alguna manera del parentesco que tenemos con Él” (Sobre la comunión continua, Atenas 1887, pag. 24).
Ἡμῶν (imón)
Nuestro
Resulta extraordinario el que nuestro Señor nos enseñe a llamar a Dios no sólo “Padre”, sino “Padre nuestro” y no “Padre mío”. Así nos desvía de una relación egoísta con Dios. Existe el Dios y nosotros y no el Dios y yo. Así nuestro corazón se abre a nuestros prójimos, que son por naturaleza hermanos a causa de nuestra procedencia común de Dios Padre. Y todos los cristianos ortodoxos, a causa de nuestra fe común y nacimiento del mismo vientre espiritual de la Iglesia, por la santa pila del bautismo, son además por la Jaris y por el Espíritu, nuestros hermanos.
¿Cómo puedes tener a Dios como Padre sin aceptar tus semejantes como hermanos, sobre todo a los de la misma fe?
Escribe San Juan Crisóstomo que: “El Señor nos enseña a orar por todos, a mencionar en nuestras peticiones por el cuerpo común de la Iglesia sin buscar el interés individual, sino más bien el del prójimo. Así también, se reduce la enemistad, la insensatez, se sofoca la envidia, introduciéndose la agapi (amor, madre de todas las bondades), exiliando las irregularidades humanas e indicando que es muy grande la igualdad del rey con el pobre, puesto que todos participamos en lo supremo y necesario.
Al aceptar llamarse Padre de todos, nos regaló una amable procedencia, y por lo tanto, la igualdad. Así todos estamos unidos y nadie tiene más que el otro, ni el rico sobre el pobre, ni el gobernante sobre el súbdito, ni el señor respecto al esclavo, ni el rey sobre el soldado, ni el filósofo sobre el bárbaro, ni el sabio hacia el analfabeto” (Comentario a San Mateo, homilía 19).
Tal como veremos más adelante, las restantes peticiones de la oración del Señor nos ayudan a superar también nuestro enfermizo individualismo, nuestro egocentrismo y la filaftía (egolatría), que es un excesivo amor a sí mismo y del cuerpo, y a entregarnos a Dios Padre y a nuestros hermanos adquiriendo la filozeía (amistad con Dios), que está conectada y unida indivisiblemente con la filantropía (amor al prójimo) y filadelfía hermandad.
Ὁ ἐν τοῖς οὐρανοῖς (o en tis uranís)
Que estás en los Cielos
Dios Santo es Padre nuestro y el único en los Cielos. Puntualiza San Juan Crisóstomo: «lo de los Cielos, cuando se dice no significa que se limita a Dios en el Cielo, sino que eleva al que ora desde la tierra a lugares superiores” (Comentario a San Mateo, homilía 19).
No expresa pues, un lugar concreto, sino más bien la Santidad (la energía increada) de Dios Padre que está presente en todo.
Así la Teología de San Gregorio de Nisa nos dice al respecto: «Porque la dimensión entre lo divino y lo humano no es local, de manera que se necesitara un artificio o invención para trasladar el cuerpo pesado carnal a la actitud o conducta espiritual e incorpórea. Como la virtud es espiritualmente separada del mal, entonces depende sólo de la preferencia y predisposición del hombre, el que esté con aquello que inclina su deseo» (En la oración, capítulo 2º, E.P.E. Tomo 8º, pag. 51).
San Nicodemo el Aghiorita nos presenta la consecuencia ética y práctica de la frase: “que estás en los Cielos” y nos dice al respecto: «Como nuestro Padre está en los Cielos, debemos mirar con nuestra mente hacia el Cielo, allí donde está nuestra Patria, la Jerusalén Celestial, y no hacia la tierra como los cerdos, sino a nuestro Dulcísimo Salvador y Soberano, en las bellezas Celestiales del Paraíso. No sólo en el tiempo de la oración, sino en cada momento, debemos tener nuestra mente en el Cielo para que no se disperse aquí abajo en las cosas provisionales y corruptibles» (Sobre la comunión continua, Atenas 1887, pag. 28).
Ἁγιασθήτω τό ὄνομά σου
Santificado sea tu nombre
Es la primera petición de la oración del Señor. «Santificado» significa «glorificado”, “alabado”, “venerado» según San Juan Crisóstomo. Claro está, que el Increado Dios no tiene necesidad de ser glorificado por sus criaturas, pero quiere que lo glorifiquemos porque ello nos beneficia. Nos protege del peligro de venerarnos a nosotros mismos con una falsa gloria que no nos pertenece. La filodoxía (vanagloria), es una hija de la filaftía (egolatría).
Alabando a Dios nos situamos correctamente en el mundo, reconociendo a Dios como merecedor de alabanza porque es el Creador, Padre, Liberador, Todosanto, Principio y Fin, Centro del Cosmos, mientras que nosotros somos sus criaturas que existimos y vivimos porque Él quiere.
Alabándose uno mismo se produce el autoengaño, pero alabando a Dios se reconoce la propia naturaleza, el destino, o sea, que uno mismo no es el centro del mundo, ni la fuente de la vida, ni tampoco de la santidad, no se llega a ser por sí mismo infinito e inmortal, en definitiva, aceptas tus limitaciones.
Cuando los hombres se alaban a sí mismos no pueden glorificar a Dios. Esto es lo que les ha pasado a Adán y Eva. Les pasó a los maestros de Israel, de los cuales habla el Señor en el Evangelio de San Juan: ¿Cómo es posible que vosotros creáis en la verdad puesto que buscáis y recibís doxa-gloria y honores los unos a los otros y no buscáis la verdadera doxa-gloria que procede del uno y único Dios? (Juan 5,44). Esto le sucede también a nuestra contemporánea filosofía humanista, que desea y quiere poner como centro del cosmos al hombre. Esta postura del hombre humanista la resume muy bien el escritor ateo Sartre cuando dice respecto a Dios: “Cuando existes Tú, no puedo existir yo. O Tú o yo”.
Sin embargo, el hombre se glorifica verdaderamente cuando glorifica a Dios, cuando en Él puede hacerse no independiente de Dios, no un pseudo dios, sino dios por la Jaris (gracia, energía increada), sin principio ni fin, según San Gregorio Palamás.
Los recientes acontecimientos políticos en la Europa oriental, han demostrado una vez más que cuando los hombres niegan la veneración a Dios, pueden llegar a deificar a algún hombre alabándolo como Dios. Pero, los ídolos caen y los que niegan la alabanza al verdadero Dios, se encuentran en el caos.
Aún más, el hombre que niega la adoración a Dios, en lugar de gloria llegará a rodearse de desdicha y de innominables pazos.
Los cristianos pueden contribuir en la glorificación a Dios, cuando viven una vida santa. Recordemos las palabras del Señor: «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).
Mientras, cuando no mantenemos un estado de conducta digno ante Dios, en el cual creemos, «…el nombre de Dios por causa vuestra es blasfemado entre las gentes y las naciones”(Rom 2:24), por eso la oración «santificado sea tu nombre», significa finalmente según San Juan Crisóstomo: «Dignifícanos…así nosotros hemos de vivir limpiamente, puramente de modo que seas alabado por todos nosotros» (comentario a San Mateo, homilía 19, t. 19, pág. 672).
Según el mismo Santo, es una muestra de perfecta sabiduría mostrar a todos los hombres el ejemplo de una vida inmaculada, de manera que, cada persona que nos vea dé por esto gloria a nuestro Señor.
El nombre de Dios, se glorifica cuando los cristianos claman continuamente noerá (con el nus, espiritualmente) de corazón: “Señor Jesús Cristo ten misericordia o compasión de mí, que soy pecador». Se dijo ya que el nombre de Dios es Jesús Cristo. La invocación del Divino Nombre santifica al ser humano. Cuando el hombre se santifica, se glorifica a la vez el Padre Celestial.
Respecto a esto quería expresar también que la monóloga oración “Jesús Cristo, Señor, Hijo de Dios ten misericordia, compasión de mí que soy pecador” es el resumen de la oración del Señor.
Así se prepara al orador a decir con más ánimo, celo y sentido espiritual el «Padre nuestro».
Ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου (elzeto i vasilía su)
Venga tu realeza
(Ver también 12 lexis apocalípticas o miniléxico sobre el término Realeza increada)
Cuando Dios reina en el hombre, él se libera, pacifica, descansa espiritualmente y se santifica, pero cuando no reina el Dios, el hombre está expuesto a la tiranía del diablo que le esclaviza por las pasiones, la filaftía (excesivo amor a sí mismo y al cuerpo, egolatría) y le trae el aburrimiento, el vacío, la soledad y convierte su vida en un infierno. El mundo actual, que niega la realeza increada de Dios, se tortura y sufre de horribles situaciones demoníacas como la magia, supersticiones, drogas, crímenes, terrorismo, disoluciones de las familias…
El Señor nos enseña que pidamos que venga su realeza que según los Santos Padres es la Jaris, la increada energía del Espíritu Santo. Escribe San Nicodemo el Ayiorita: «Como la naturaleza humana, se esclavizó voluntariamente al homicida diablo, por eso nuestro Señor nos pide que roguemos a Dios, para que nos libere de la amarga esclavitud del demonio. Esto se puede hacer sólo cuando viene la realeza increada de Dios a nosotros, es decir, el Espíritu Santo, para echar de nuestro nus al tirano enemigo y reine Dios en nosotros. Por eso debemos decir según San Máximo: «venga el Espíritu Santo, para catartizarnos, sanarnos totalmente en la psique y en el cuerpo y así convertirnos en habitáculo digno de recibir la Santa Trinidad y que reine Dios en nosotros, o sea, en nuestros corazones, tal y como está escrito: «la realeza (increada) de Dios está en vuestro interior” (Luc 17,21).
El libro del Génesis, nos dice que durante la creación del mundo, la oscuridad cubría el abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. El Espíritu Santo separó las tinieblas y dio forma al caos. Oscuridad y caos reinan también en el interior del hombre. Sólo cuando el hombre deja que el Espíritu Santo habite en su interior, se catartiza, se limpia y se sana de los pazos y se ilumina, encontrando su equilibrio interior y la unidad. Por eso en la oración: «Rey de los Cielos» del Espíritu Santo que es extensión del «venga a nosotros tu realeza» decimos: «Rey de los Cielos, Paráclitos (Consolador), Espíritu de la Verdad, ven y habita en nosotros, catartízanos de toda mancha, sana y salva nuestras psiques, Tú que eres bondadoso».
Escribe en relación a esto San Gregorio de Nisa: «Si pedimos que venga a nosotros la realeza de Dios, tenemos que suplicar al Padre con todas nuestras fuerzas y energías, que nos exculpe y libre de la corrupción, de la muerte, que nos afloje las ataduras del pecado, que no reine en nosotros la muerte, que sea inactiva la tiranía de la maldad y que no nos venza el enemigo ni aprisione el pecado; sino que venga Su realeza increada para que nos retire los pazos” (En la oración, cap.3, pág.69).
La realeza increada de Dios, está claro que no es un arreglo exterior del mundo, sino el habitar del Espíritu Santo en nuestros corazones, que tiene como resultado la metamorfosis del mundo mediante los convertidos, metamorfoseados hombres. Por eso, nuestra Iglesia Ortodoxa, nunca buscó conquistar el mundo como el cristianismo heterodoxo occidental, sino su metamorfosis en Cristo. El Ortodoxo monaquismo, no es activismo (de las obras exteriores) sino hisijasta, es decir, paz y serenidad en acción, oración y contemplación mediante la cual el hombre se santifica y se convierte metamorfoseado en nueva creación. San Juan Crisóstomo predicaba y pedía a los cristianos que vivieran en perfecta vida cristiana, para que antes que pasaran a la Vida Eterna vivieran la realeza increada de los Cielos en la tierra, que se convierta la tierra en cielo. Observa otra vez San Juan Crisóstomo (boca de oro) de nuestra Iglesia: «puesto que nos ha traído en situación de agonía, con el recuerdo del enemigo y cortó de raíz toda nuestra indiferencia y negligencia, otra vez nos anima y estimula, dando alas a nuestra conducta ética y recordándonos al Rey del cual somos sus súbditos y presentando al más fuerte de todos dice “porque tuya es la realeza, la fuerza y la gloria.” Entonces si la realeza increada es Suya no se debe temer porque no existe nadie que le resista y reparta el poder y la fuerza junto a Él»(Comentario a San Mateo, homilía 19, t-19, pág. 683).
La participación de los Santos en la luz increada de la Santa Trinidad, es según San Gregorio Palamás participación en la realeza increada de Dios, en su Gloria y Esplendor.
«Γεννηθήτω τό θελημά σου ὡς ἐν οὐρανῷ καί ἐπί τῆς γῆς
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo»
La voluntad egoísta separó al hombre de Dios, le apartó del paraíso y se convirtió en la causa de todos los males. Si el hombre no renuncia a su voluntad egoísta y no acepta la Santa Voluntad de Dios, no puede sanarse de la grave enfermedad del egoísmo y la filaftía (que es excesivo amor a sí mismo y su cuerpo, egolatría).
La desobediencia de Adán y Eva a la santa voluntad de Dios fue corregida por el nuevo Adán, Cristo, y la nueva Eva, la Zeotocos (madre de Dios) con sus completas obediencias.
Cristo se hizo obediente respecto a la voluntad de su Padre y desde luego, hasta la muerte en la cruz. Durante la agonía en Getsemaní el Señor se entregó totalmente a la voluntad de Dios Padre: «…Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú” (Mt 26,39).
Nos abrió así el camino cerrado hasta ahora hacia Dios y mediante Su obediencia, se hizo el primer Líder espiritual de la generación de los obedientes hijos de Dios.
Cada cristiano que renuncia al diablo antes del Santo Bautizo y se une con Cristo, se compromete a entrar en su obediencia.
Con esta petición pedimos la Jaris, para cumplir la voluntad del Señor tal y como la realizan plenamente los santos ángeles. Interpreta San Juan Crisóstomo al respecto: «…dignifícanos para que no hagamos Tú voluntad a medias, sino siempre plenamente como Tú quieres. Y mandó Dios a nosotros que oramos, que tomemos el cuidado sobre el universo. No dijo hágase tu voluntad en “mí” sino en “nosotros”, pero en toda la tierra, de modo que se deshaga el engaño, se siembre la verdad y se quite toda la maldad, volviendo la virtud para que no haya ninguna diferencia entre el Cielo y la tierra. Porque si se hace esto no tendrán ninguna diferencia las cosas de arriba y de abajo aunque físicamente son distintos.. «. (Comentario a San Mateo, homilía 19, t-19, pág. 674).
San Juan Crisóstomo predicaba y pedía a los cristianos que vivieran en perfecta vida cristiana, para que antes que pasaran a la Vida Eterna vivieran la realeza increada de los Cielos en la tierra, que se convierta la tierra en cielo.
Los hombres cumplen los Mandamientos de Dios ya sea por temor de un castigo, o para recibir a cambio un premio o por puro desinteresado amor hacia Dios. En el primer caso operan como esclavos, en el segundo como asalariados y en el tercero como hijos. Hacia este último debemos de tender todos. O sea, que hagamos la divina voluntad por puro agapi-amor a Dios. Ésta es la muestra de la perfección. Así hacen también los santos ángeles en el Cielo.
Mientras el hombre cumpla su propia voluntad, no podrá encontrar el verdadero descanso interior, pero cuando cumple la voluntad de Dios se reconcilia con Él y se pacifica. Ésta es la paz de Cristo, la superior, la de arriba, la que pedimos en la Divina Liturgia.
Dentro de los Mandamientos, logos se esconde el mismo Dios, según los Santos Padres y por eso el que los cumple, se une con Él.
A pesar de que hayamos cumplido todo lo querido por Él, nos sentiremos como «servidores innecesarios» según el logos del Señor, porque no nos salvamos por nuestras buenas obras, sino por la Jaris de Dios. La farisaica autojusticia (autosalvación, moralismo) no tiene nada que ver con la humilde ética cristiana ortodoxa. Tal y como enseñó también San Serafín de Sarov, nuestras buenas obras son condición para que recibamos la Jaris de Dios, pero también su fruto. Nunca pueden ser la finalidad de la vida cristiana, que es siempre la adquisición de la Divina Jaris (increada energía).
El cumplimiento de los Mandamientos de Dios que en el fondo expresan el contenido del don de la agapi (amor), conduce a la verdadera libertad, la libertad de la agapi-amor que libera al hombre del egoísmo. La libertad del egoísmo es libertinaje, es falsa, un autoengaño. Los cristianos escogiendo la obediencia a Dios eligen la libertad de la agapi, que presupone la crucifixión y sacrificio de nuestro egoísmo.
Es eso lo que dicen los Santos Padres dentro de su lucha y experiencia: «obediencia es vida, desobediencia es muerte».
Τόν ἄρτον ἡμῶν τόν ἐπιούσιον δός ἡμῖν σήμερον
El pan nuestro consubstancial danos hoy
Según San Juan Crisóstomo, respecto a nuestra conducta ética en nuestra vida, el Señor nos dice que la pidamos con comportamiento angelical y que cumplamos lo que los ángeles cumplen. Puesto que somos hombres de cuerpo y carne, nos enseñó que pidamos las cosas necesarias para el cuerpo, pero de forma espiritual. Que no pidamos lujos ni placeres, sino el pan básico y necesario sobre todo «hoy», sin angustia, «para que no nos destroce la preocupación y la angustia para más días” (Comentario a San Mateo, homilía 19, t-19, pág. 672).
Con esta petición según los Santos Padres pedimos no sólo el pan material, sino el esencial, principalmente el pan espiritual que es Cristo. Él se ofrece a nosotros con Su logos, Cuerpo y Sangre. En cada Divina Liturgia se hace este ofrecimiento. En la primera parte de la misma en las Antífonas, se ofrece el logos de Dios con versos del Antiguo Testamento, a continuación la lectura Apostólica y el Evangelio. En el santo monte Athos se psalmodean también las bienaventuranzas.
En la segunda parte de la Divina Liturgia participamos en el sacrificio de Cristo y comulgamos su crucificado y resucitado Cuerpo. Por eso antes de la Divina Comunión rezamos la oración del “Padre nuestro” mientras se ha recitado anteriormente: “Y Soberano haznos dignos de atrevernos con confianza y sin incurrir en condena, de llamar Padre, a Ti, el Dios del Cielo y decir Padre nuestro…” Esta oración conecta directamente con la divina Ευχαριστία (Efjaristía) y nos conduce al uso efjarístico (estado de gratitud, agradecimiento) del mundo. Pidiendo a Dios los bienes, Le reconocemos como único Dador de cada bien y todos los regalos de la vida los reconoceremos como regalos suyos. Además nos ayudará a tener humildad y gratitud hacia Dios. “Agradecemos al Señor» «Digno y Justo» «Por todo esto te agradecemos…de los visibles e invisibles beneficios que nacen en nosotros…los que conocemos y los que no…”
Aún esto nos ayuda ofrecer a Dios Sus regalos, diciendo: “De lo tuyo, lo nuestro te ofrecemos en todo” (fragmentos de la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo).
Ahora podemos mantener la actitud correcta frente a los regalos de Dios, personas y cosas, porque como son regalos suyos no debemos despreciarlos, deshonrarlos o explotarlos. Así podremos hacer uso correcto y efjarístico (de gratitud) del mundo, evitando la catástrofe espiritual originada por un mal uso y abuso. Si hubiésemos adoptado la forma efjarística de vida, respetaríamos la creación que nos rodea y no hubiéramos llegado a la actual y terrible catástrofe ecológica.
Hemos de tener cuidado también esto: El contemporáneo modo de vivir de consumismo, que viene a ser totalmente contradictorio con el espíritu de esta petición. No es efjarístico (de agradecimiento), sino ingrato. No es fraterno, sino individualista, egoísta. No ama la austeridad, lo esencial, sino que busca la insensatez del derroche y del lujo. Todos conocemos que nuestra sociedad súper consumista, se va convirtiendo finalmente en nuestra tumba y la causa de muchas injusticias y males sociales.
Resulta digno de observar que no pedimos el pan esencial sólo para nosotros, como en las anteriores peticiones, sino para todos nosotros. No puedes olvidar a tus hermanos, cuando pides a Dios los bienes materiales y espirituales.
En el «nosotros» de esta petición se basa la sociología ortodoxa, la hermandad y la filantropía. Nos recuerda la multiplicación del Señor de los cinco panes y dos pescados en el desierto, para que comiera todo el pueblo; como la propiedad común en los primeros cristianos de Jerusalén y los contemporáneos monasterios de vida monástica común, el κοινόβιον (kinóvion, cenobio).
En esto se basa también la sagrada misión ortodoxa. ¿Cómo puede no dolernos y no interesarnos la transmisión del Pan Celestial para aquellos que espiritualmente están sufriendo y pasando hambre?
Καί ἄφες ἡμῖν τά ὀφειλήματα ἡμῶν ὡς καί ἡμεῖς ἀφίεμεν τοῖς ὁφειλέταις ἡμῶν
Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores
Mientras el hombre vive egocéntricamente, no puede perdonar a su prójimo, porque su egoísmo picado o orgullo herido no le deja, pero cuando decide iniciar la μετάνοια (metania, giro de la mente introspección, conversión y arrepentimiento) y vivir teniendo como centro a Dios, entonces perdona a los que le han perjudicado, angustiado y le han sido injustos. La liberación de los resentimientos requiere lucha, porque el egoísmo oprime y domina al hombre interior. Por eso nuestro Señor nos enseñó a que pidamos nuestro perdón a Dios con la condición de que nosotros también perdonemos a los que nos han perjudicado.
Dice San Juan Crisóstomo que el Señor podría perdonarnos sin exigir antes que nosotros perdonásemos a nuestros prójimos. “De esta manera nos revela su filantropía,… quiere desde esta vida beneficiarnos, dándonos múltiples motivos de autodominio y filantropía, expulsando de nuestro interior las pasiones animales y borrando la ira, uniendo las disgregaciones de sus miembros” (Comentario a San Mateo, homilía 19, t-19, pág. 680).
Con el resentimiento y la enemistad, uno mismo se separa de su hermano que es miembro suyo, puesto que los dos son miembros de Cristo. Con la absolución y reconciliación se vuelve a unir con su miembro. ¿Cómo puedes descansar espiritualmente cuando un miembro de tu cuerpo está separado? Sólo sería posible si no fueras miembro vivo del Cuerpo de Cristo o si eres Su miembro muerto y así no sentirías a tu hermano como miembro propio.
El cristiano que vive teocéntricamente está imitando al Padre Celestial, si Dios perdona, él también perdona. ¿Además cómo podría pedir a Dios el perdón propio si él mismo no perdona las más ligeras faltas de su prójimo? Parecería a la mala astucia del servidor de la conocida parábola que mientras el caritativo Señor le perdonó la gran deuda, él no perdona a su compañero la pequeñísima cantidad que le debía.
Nos ayuda además esta petición a mantener una posición y conducta humilde y sensata, porque nos recuerda no sólo nuestra debilidad y pecaminosidad, sino a la vez también, la naturaleza humana a la que acertadamente se refiere San Gregorio de Nisa al decir: “Empecemos a contar desde aquí los delitos de los hombres frente a Dios. Primero: el hombre se hizo merecedor del castigo de Dios porque se alejó de su Creador y se entregó voluntariamente a las órdenes del enemigo, puesto que se hizo apóstata y tránsfuga de su Señor por naturaleza.
Segundo: intercambió su independiente y libertad por la desastrosa esclavitud del pecado y prefirió en lugar de estar cerca de Dios, gobernarse por la fuerza de la catástrofe.
¿Qué mal podrá considerarse peor que el de no ver la belleza del Creador y girar la cara hacia la fealdad del pecado? El desprecio a los divinos bienes y la preferencia hacia los cebos del malvado ¿en qué grado de castigo se podrían catalogar? La destrucción de la imagen y la desaparición del sello que nos dejó durante nuestra creación inicial, la pérdida del dracma (moneda), y la partida de la mesa paternal y la costumbre a la vida sucia de los cerdos y el excesivo derroche de la preciosa riqueza y tantos otros delitos parecidos que podemos encontrar en la Escritura y pensar con nuestra mente, qué cabeza humana los podrían enumerar? Como en tales delitos es culpable el género humano frente a Dios y debería recibir castigo, por ello creo que nos instruye el Logos (Cristo) con los logos de la oración, que debemos de tener mucha humildad en nuestra conversación con Dios, como si tuviésemos la conciencia limpia, pura y clara, incluso cuando uno sea más liberado de los delitos humanos» (San Gregorio de Nisa, En oración, capítulo 5º, pag.107)
Καί μή εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν, ἀλλά ρῦσαι ἡμᾶς ἀπό τοῦ πονηροῦ
Y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del astuto mal
Hay dos tipos de tentaciones según San Máximo. Los “enídonos” los que traen “hidoní” (placer) y los “enódinos” los que traen “odini” (pena, dolor). Los primeros son voluntarios y de ellos nacen los “pazos”. Los segundos son involuntarios y expulsan los pazos. Los voluntarios debemos evitarlos. Los involuntarios no intentemos evitarlos huyendo porque somos débiles y podemos sucumbir. Cuando vengan podemos resistirlos con valentía y paciencia como un “kazartirion o purgatorio» de la psique.
Refiriéndose a las tentaciones penosas, San Nicodemo el Aghiorita observa: “Dios movido por su amor caritativo a causa de nuestros tormentos, sufrimientos y de nuestras tendencias miserables, permite que seamos tentados de diferentes maneras, a veces horribles para que nos hagamos humildes y poder autoconocernos aunque nos parezcan inútiles, enseñándonos su Sabiduría y Bondad; aquello que nos parece más perjudicial nos beneficia, porque nos hace más humildes, que es lo más necesario para nuestra psique-alma”.
Instruyéndonos el Señor a que no persigamos las tentaciones, al respecto, dice San Juan Crisóstomo que nos enseña a conocer nuestra debilidad y así reprime la tentación del engreído, presumido “yo”, y la soberbia. Cuando vienen las tentaciones sin que nosotros las pidamos, entonces debemos enfrentarnos a ellas con fortaleza y valor, para demostrar nuestra valentía sin vanidad.
Observa aún San Juan Crisóstomo, que el Señor nos exhorta a que no odiemos a los hombres pecadores sino que rechacemos más bien al pecado y al astuto diablo que lo promueve. Se le llama al “diablo” mal-astuto y nos manda que tengamos guerra implacable contra él, para demostrar que su maligna astucia no constituye una situación natural, sino el resultado de su mala predisposición, preferencia y voluntad.
Ὅτι σοῦ ἐστίν ἡ βασιλεία καί ἡ δύναμις καί ἡ δόξα
Porque tuya es la realeza, la fuerza y la gloria
Es natural que acabe la Oración con la glorificación y alabanza a Dios y no con la petición de librarnos del astuto mal. La última palabra en el mundo lo tiene el Dios Todopoderoso, el Rey de los reinados y Señor-Soberano de los soberanos y no el diablo, que por concesión de Dios muchas veces parece que mueve los hilos de la historia. El diablo puede traer perturbación y trastorno, y a veces predomina temporalmente en el mundo con sus instrumentos, pero al final se hará la voluntad del Κύριος (Señor).
El poder del Anticristo es provisional. Χριστός (Cristo) es el Eterno Señor y Rey. Un Santo, un Señor, Jesús Cristo para gloria de Dios Padre. Amén.
Por eso y sólo al Dios Trinitario pertenece la gloria increada.
Observa otra vez San Juan Crisóstomo (boca de oro) de nuestra Iglesia: «puesto que nos ha traído en situación de agonía, con el recuerdo del enemigo y cortó de raíz toda nuestra indiferencia y negligencia, otra vez nos anima y estimula, dando alas a nuestra conducta moral y recordándonos al Rey del cual somos sus súbditos y presentando al más fuerte de todos dice “porque tuya es la realeza, la fuerza y la gloria.” Entonces si la realeza increada es Suya no se debe temer porque no existe nadie que le resista y reparta el poder y la fuerza junto a Él»(Comentario a San Mateo, homilía 19, t-19, pág. 683).
A medida que nuestra debilidad y el tiempo limitado nos han permitido, hemos profundizado en los divinos logos pensamientos expresados y en las lecturas de la oración del Señor.
Nuestra psique (alma) en plenitud rebosa de gratitud hacia el filántropo Señor, que nos entregó esta santa oración que es dínamis fuerza, energía, luz y consuelo para el camino de nuestra vida.
Todas las peticiones de la Oración del Señor nos ayudan a liberarnos de nuestra filaftía (excesivo amor propio y al cuerpo) para que no vivamos egoístamente, sino para nuestro Dios y nuestro prójimo. Cuanto más nos vaciamos de nuestra egolatría, tanto más se introduce Dios en nuestro interior.
Permítaseme expresar una reflexión muy atrevida, no de una experiencia personal, sino de la experiencia de los Santos y de la Santa Montaña (Athos): Si nos vaciamos enteramente de nuestra filaftía (egolatría) y de nuestra voluntad egoísta, Dios vendrá a nuestro interior. Lo dice el mismo Señor: “El que me ama aplicará y cumplirá la enseñanza de mi logos, y mi Padre lo amará y vendremos a él y en él nos alojaremos permanentemente (metamorfoseando, convirtiendo su corazón en templo vivificado del Dios vivo)” (Jn. 14,23). Entonces el hombre podrá alegrarse y disfrutar del descanso espiritual y de la más verdadera alegría; aquella alegría que prometió el Señor a sus discípulos y nadie podrá quitársela.
Es triste y penoso que muchos hombres hoy en día no rezan y no quieren orar la Oración del Señor. Nos informan que muchos maestros en la hora en que se recita la Oración del Señor en los colegios no salen al patio a orar conjuntamente con los alumnos o bien esperan con las manos atrás para indicar que no hacen algo de lo que no creen.
Aquellos que niegan a Cristo y su Oración, consciente o inconscientemente, aquellos que viven filaftikamente (egolátricamente, excesivo amor a sí mismo y su cuerpo), dicen otra oración:
— No dicen: » Padre nuestro que estás en los cielos» sino: mío yo, a ti tengo como Dios en la tierra.
— No dicen: » Venga tu realeza increada», sino venga mi realeza
— No dicen: » Hágase tu voluntad», sino hágase mi voluntad.
— No dicen: «El pan nuestro, el substancial danos hoy» sino, los bienes materiales con derroche y lujo yo aseguraré hoy para mí mismo.
— No dicen: » Perdona nuestras deudas como nosotros también perdonamos nuestros deudores», sino no pido disculpas ni perdono a nadie.
— No dicen: » No nos dejes caer en la tentación y líbranos del malvado», sino pido todos los lícitos e ilícitos placeres y odio todo pesar y sufrimiento.
— No dicen: «Tuya es la realeza, la fuerza, la energía y la gloria», sino mía es la realeza, la fuerza, la energía y la gloria.
No sólo los que niegan a Cristo, sino que ocurre a veces que también nosotros, los cristianos, tenemos tentaciones y recaídas en esta vida egocéntrica, individualista y diabólica.
Este egocentrismo es el que hace hoy nuestra vida sin salida y conduce al vacío.
La crisis que padece hoy nuestra patria y el mundo, en la política, en la educación de los jóvenes, en las relaciones interpersonales, en la economía, me parece que se debe a esto.
Hemos negado el espíritu de Cristo, el espíritu de la oración del Señor.
Si no hay μετάνοια (metania, conversión) de gobernantes y gobernados, no veo salida de la sin salida y vacío en que nos encontramos.
Ningún partido y ninguna ideología pueden sanarnos y salvarnos.
Habrá solución y luz si queremos, los nuevos Elenos y los nuevos Cristianos en general, en todo el mundo, volver a decir humildemente «Padre nuestro» y aún más, si queremos adaptar nuestro camino al espíritu de esta oración.
Y aunque no quieran hacerlo la mayoría, luchemos por hacerlo nosotros, el pueblo fiel y eclesiástico. Porque no es pequeño el peligro que nos dejemos arrastrar nosotros también del sofocante peso del ateísmo individualista que nos rodea, presionándonos sin darnos cuenta a sustituir el amor a Dios y al prójimo de filozeía y filantropía, por la egolatría o filaftía-egolatría.
Esta es una gran tentación ante la cual, debemos de rogar: “Que no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal astuto, porque Tuya es la realeza, la fuerza, la energía y la gloria en los siglos. Amén”.
YÉRONTAS YEORYIOS
MONASTERIO DE SAN GREGORIO SANTA MONTAÑA ATHOS
4 comentarios
Ir al formulario de comentarios ↓
celebracion de congresos en asturias
3 junio, 2014, a las 1:48 pm (UTC 0) Enlace a este comentario
He leido vuestro post con mucha atecion y me ha parecido didactico ademas de facil de leer. No dejeis de cuidar esta web es bueno.
Saludos
[url=http://www.palaciodevillabona.com/menu-comuniones-asturias.html]celebracion de congresos en asturias[/url]
ADJL
25 junio, 2014, a las 8:37 am (UTC 0) Enlace a este comentario
Muchas gracias! Vamos haciendo poquito a poco y con humildad. No dejes de visitar el blog. Saludos
bodas en asturias
5 junio, 2014, a las 12:51 pm (UTC 0) Enlace a este comentario
Es raro encontrar a gente con conocimientos sobre este mundillo , pero creo que sabes de lo que estás escribiendo. Gracias compartir un tema como este.
Gianluca
26 octubre, 2016, a las 12:08 am (UTC 0) Enlace a este comentario
Gracias por todo… Es un sitio excelente…