Las Bienaventuranzas de Cristo Dios de la homilía en la Montaña
Índice de Contenido
- 1 PREÁMBULO
- 2 LAS BIENAVENTURANZAS DE CRISTO DIOS
- 3 INTRODUCCIÓN
- 4 1ª Bienaventuranza: pobreza espiritual y humildad
- 5 2ª Bienaventuranza de la Montaña: el luto según Dios
- 6 3ª Bienaventuranza de la Montaña: apacibilidad y serenidad
- 7 4ª Bienaventuranza de la Montaña: La justicia
- 8 5ª Bienaventuranza de la Montaña: La misericordia
- 9 6ª Bienaventuranza de la Montaña: catarsis y pureza del corazón
- 10 7ª Bienaventuranza de la Montaña: la paz
- 11 8ª Bienaventuranza: perseguidos por justos cristianos
- 12 9ª Bienaventuranza: martirio y confesión
PREÁMBULO
Con la ayuda y la jaris (gracia, energía increada) de nuestro Santo Dios Trinitario, la hermandad de nuestro santo Monasterio ofrece al laós-pueblo de Dios estas diez homilías-clases catequéticas de nuestro bienaventurado Yérontas Atanasio, que se refieren a las bienaventuranzas de nuestro Señor.
El apóstol Pablo haciendo una descripción profética de la profunda crisis ética que caerían los hombres en los ésjatos-últimos tiempos, escribe a su discípulo Timoteo lo siguiente: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, engreídos, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversos vicios. Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe. Mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos, como también lo fue la de aquéllos. Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor. Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución; mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para objetar, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim 3).
Todos estos atributos distinguen hoy los hombres de nuestra época, y son manifestaciones de sus comportamientos que consisten en el fenómeno de la “apostasía”-transfuguismo (2Tes 2,3) que constituye una señal de los ésjatos-postreros tiempos.
Nuestros cristianos se alejan de la fe ortodoxa y la moral evangélica. Aceptan y cultivan otro modo de pensamiento y vida que forman el hombre de la Nueva Era-New Age, que continuamente se aleja de la verdad y se prepara para aceptar y recibir al “otro” (Jn 2,3), al “hombre del pecado”, “al hijo de la perdición” (2Tes 2,3-4), al Anticristo; y así se confirman las profecías del Apóstol Pablo.
Los verdaderos obreros del Evangelio deben estar en alerta y vigilancia, apoyando y catequizando al pueblo de Dios en la verdadera piedad. Recordando continuamente que verdadero, cierto y eterno criterio de los conceptos, los logos y las praxis de nosotros los Cristianos ortodoxos no debe ser otro que la eterna y santa voluntad de nuestro Dios Padre, tal y como nos ha enseñado el Cristo en la oración sacerdotal.
Nuestro bienaventurado Yérontas Atanasio con estas homilías, nos señala que las bienaventuranzas de Cristo, que constituyen el preámbulo de Su homilía en la Montaña, tiene como objetivo en proyectar el carácter idóneo que debe adquirir el Cristiano ortodoxo para convertirse a semejanza de Dios. Por eso es necesario que resistamos a la fuerte corriente corrupta y degenerativa sobre espiritualidad y ética.
Nuestra hermandad agradece las “Ediciones Kipseli” que se han ocupado para la disposición de este libro. También agradece todos aquellos que han colaborado a esta edición. La oferta de ellos que sea por la doxa=gloria del Dios Trinitario.
Mayo 2013 La hermandad del Monasterio
LAS BIENAVENTURANZAS DE CRISTO DIOS
(Con cursiva es del Helénico actual, y no cursiva del clásico original. Para mí, el traductor, en toda mi vida no he encontrado mejor definición sobre la felicidad que las bienaventuranzas del Señor.)
1 Viendo la multitud subió a la montaña, se sentó y se le acercaron sus discípulos, 2 y se puso a enseñarles, diciendo:
3 Bienaventurados y felices serán los pobres del espíritu porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos; (bienaventurados y felices son y serán aquellos que están pobres de males y pecados en el espíritu de su corazón de la psique e humildemente sienten su pobreza espiritual y su dependencia integra de Dios, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos).
4 Bienaventurados y felices los que están en luto, afligidos por sus pecados y del mal que domina el mundo, porque ellos serán consolados por Dios.
5 Bienaventurados y felices los apacibles, afables porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste).
6 Bienaventurados y felices los hambrientos y sedientos de justicia, porque ellos serán saciados (Dichosos los que anhelan como hambrientos y sedientos la justicia, porque de ellos serán satisfechos plenamente sus deseos de justicia);
7 Bienaventurados y felices los misericordiosos y caritativos, más los que se compadecen con las desgracias del prójimo, porque ellos alcanzarán la misericordia increada de Dios el día del juicio;
8 Bienaventurados los sanados, puros y limpios del corazón, o los que han hecho la catarsis, la sanación y limpieza de su corazón de cada mancha del pecado, porque ellos contemplarán y verán a Dios;
9 Bienaventurados y felices los pacificadores o los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; (Dichosos los que a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios).
10 Bienaventurados y felices seréis los perseguidos por ser justos, virtuosos y perfectos cristianos, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos.
11 Bienaventurados y felices seréis los que os habéis convertido en mis discípulos cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros todo tipo de calumnias y mentiras por causa mía.
12 Alegraos y deleitaos porque vuestra recompensa en los cielos será grande e incalculable. Porque también persiguieron a los profetas que ha mandado Dios antes que vosotros.
INTRODUCCIÓN
Queridos amigos míos, si quisiéramos ser hombres completos espiritualmente, tal y como nos quiere el Cristo Dios, deberíamos estar estudiando y viviendo la “homilía de nuestro Señor en la Montaña” y sobre todo las nueve bienaventuranzas, que creo que son conocidas a todos. Además, aquí tenemos también el Legislador, que es el modelo y ejemplo perfecto, el Jesús Cristo. Y como el Señor se hizo hombre perfecto, esto significa que el hombre también tiene la capacidad y habilidad de hacer praxis de todo lo que Aquel dijo.
La “homilía en la montaña”, pues, es la ley perfecta, humanamente realizable. Uno no puede decir que esta ley es una exposición sobrehumana de parte del legislador, y que es sobrehumana e irrealizable en la aplicación. No; es una ley factible y también “psicoterapéutica”, sanadora y salvadora.
Cuando el Cristo completó las bienaventuranzas que están contenidas en Su “Homilía en la montaña”, dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt 5,48). ¡Esto que se ve muy lejano, a pesar de eso, es verdad, es decir, es posible lograr la perfección! Lo dice el Señor: ¡Que os hagáis perfectos como vuestro Padre de los cielos es perfecto! Pero esto indica también cuánto lejos estamos de la realidad de vivir el Evangelio.
Con esta ley Suya, el Señor nos da la capacidad y posibilidad de llegar al “como semejanza”, que después de nuestra caída del Paraíso no hemos podido hacerlo praxis.
El Dios nos hizo “a Su imagen”. Por supuesto que esto está fuera de nuestra voluntad, y es la existencia que se llama hombre o humano. Pero lo de “a Su semejanza”, nos lo ha dado como capacidad para poder llegar al como imagen y poder realizarlo. Pero esto no lo hicimos. Así viene el Señor a ayudarnos realizar esto último, el “como semejanza”.
Este logos Suyo, el Señor lo pronunció en una meseta o montaña baja, por eso la hemos dado el nombre de “Homilía en la montaña”.
En el Evangelio de Mateo la “Homilía en la Montaña” se extiende en tres capítulos; empieza con las conocidas en nosotros como nueve bienaventuranzas. Se llaman μακαρισμοί (macarismí) bienaventuranzas porque en cada frase la palabra μακάριος (macarios) es aquel que es considerado como bienaventurado, feliz y dichoso. Por eso si se confirman estas nueve frases que el Señor nos dijo, constituyen al hombre μακάριο (makario), es decir, bienaventurado, dichoso y feliz.
La bienaventuranza corresponde al anhelo más profundo de la felicidad real. El hombre fue creado para ser feliz; pero ha perdido esta habilidad a causa de su pecado. El Cristo Dios pues, viene a restablecer esta felicidad.
Domingo 19 Noviembre 1995, Yérontas Atanasio Mitilineos
“Bienaventurados y felices serán los pobres del espíritu o los que sienten su pobreza espiritual, porque de ellos es la realeza increada de los cielos; bienaventurados y felices serán aquellos que están pobres de males y pecados y siente su pobreza espiritual en el espíritu de su corazón de la psique e humildemente sienten su pobreza espiritual y su dependencia íntegramente de Dios, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos” (Mt, 5,3).
Es decir, disfrutar plenamente la verdadera, incorruptible y eterna felicidad y bienaventuranza. Hemos perdido el Paraíso, pero ahora viene el Señor a restablecer esta pérdida y darnos la Realeza increada de Dios, diciéndonos la primera bienaventuranza.
Con la ayuda de Dios, pues, hoy empezamos con esta primera bienaventuranza.
En primera vista parece curioso el cómo son bienaventurados o bendecidos los “pobres de espíritu”. ¿Quizás se trata de necios, es decir, de aquellos que según una expresión son “pobres de espíritu y mente”? ¿Estos pues, son felices, bienaventurados, porque con la torpeza de su espíritu, no les sería posible pecar? Por Dios, por supuesto que esto no.
El Dios hizo al hombre inteligente, ágil mentalmente, y no Le gusta ni quiere la necedad. Si queréis así indicativamente os contaré cómo afrontaba estos casos el Señor. Una vez por un motivo, dijo a Sus discípulos: “¿de modo que vosotros también sois tontos?” (Mt 15,16); en otro lado dijo: “¿No entendéis aún, ni os acordáis?…” (Mt 16,9). Aún a los dos discípulos en el camino hacia Emaús: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón…” (Lc 24,25). Todo esto muestra que el Dios no quiere al hombre insensato, tonto. El Dios hizo al hombre genio, inteligente y con rápida percepción.
¿Entonces qué da a entender cuando dice: “bienaventurados los pobres de espíritu”? Se trata de los que tienen una pobre imagen e idea sobre sí mismos. Pero atención, porque tiene otro significado que lo veremos hacia el final del tema.
El Señor, como nos dice el profeta Isaías: “vino para evangelizar a los pobres”, vino para traer noticias agradables a los pobres. ¿Quizá da a entender el dinero al bolsillo del pobre? Quizá vino a decir: “¡Sabéis, aquí en esta reunión no acepto que hayan ricos; quiero que hayan sólo pobres, porque vine a hablar y decir cosas alegres a los pobres! No, no es esto.
¿Quiénes, pues, son estos pobres? ¡Son aquellos que tienen la percepción y sentimiento de su insuficiencia espiritual y ética, por supuesto por parte religiosa no intelectual! Estos serían los que aceptarían el Evangelio. Esta es la colocación fisiológica. Aceptarían el Evangelio, simplemente porque tendrían humildad.
Por eso los Fariseos y los Intelectuales (escribas) que sentían la autosuficiencia espiritual y ética –creían que no necesitaban nada y que eran hombres completos- no aceptaron el Evangelio.
Veis, pues, que el pobre es aquel que tiene una idea e imagen pobre sobre sí mismo.
Pero aquí me gustaría deciros que el pobre nos es el que padece de complejos de inferioridad, porque esto es otro extremo en el eje del egoísmo. El eje del egoísmo tiene dos polos. Uno es sentimientos o complejos de superioridad y el otro polo es complejos de inferioridad. ¡Ay de nosotros si aquí dijéramos que se bienaventuran, o bendicen los que tienen complejos de inferioridad! Estos son hombres enfermizos y perjudiciales. Insisto, ¡bendeciría alguna vez el Señor a los hombres insanos!… No es posible esto nunca.
La pobreza, pues, es en el sentido y percepción de insuficiencia espiritual y ética; es decir, lo siento y lo veo que soy necesitado espiritualmente, no estoy íntegro ni subido y que soy inferior. Pero esto lo puedo hacer solamente cuando tengo autoconocimiento. El autoconocimiento es un elemento muy importante, y resulta del miramiento humilde y honesto de nuestro sí mismo. Cuando nos miramos e investigamos con honestidad, entonces podemos hablar de autoconocimiento correcto. Generalmente diríamos que esto es la humildad. Cuando tenemos humildad, entonces veremos con exactitud y honestidad a nosotros mismos, y no quisiéramos justificarnos. La humildad, por supuesto, no es estar cabizbajo –¡algunos agachan la cabeza y creemos que son humildes!- sino tener agachada la conducta y la actitud; y exactamente es el conocimiento verdadero de nuestra psique.
San Basilio el Grande dice que la humildad es: “despojamiento de la conducta vana, arrogante y presumida, y volver en aquello que eres y vales.
Aquello que me gustaría que os acordarais son las últimas palabra, “volver en aquello que eres y vales” y decir que “soy esto”. Tener conocimiento exacto del sí mismo. Si te piden que hagas algo que seas capaz de decir “sí lo haré”. No es orgullo si sabes que lo puedes hacer. Si te dices a ti mismo “sí puedo” y a los demás les dices que no, esto muchas veces no es humildad, sino sentimiento de inferioridad, ¡es falsa humildad!
En el libro de Proverbios del Antiguo Testamento se dice: “Los que se conocen a sí mismos son sabios”.
En la Filocalía de los santos Padres, leemos: “El principio del progreso es que uno se conozca a sí mismo”. Es aquel “conócete a ti mismo” que decía Sócrates. Que lo había tomado de la cara del templo a dios Apolo en Delfos. Toda su filosofía, la llamada “Filosofía Socrática y Platónica” en esto se mueve, al “conócete a ti mismo”; es decir, al famoso problema llamado antropológico: qué es el hombre y quién soy yo.
Sócrates cuando murió, uno de sus discípulos expresó toda su tristeza y pena, porque se estaba perdiendo el filósofo que lo sabe todo. Pero el filósofo Sócrates le contestó: “Te engañas, te equivocas, sólo una cosa sé, conozco que no sé nada”. Sócrates tenía autoconocimiento, sabía qué podía aprender un hombre y qué podía conocer él mismo. Y solamente porque tenía este conocimiento espiritual, el de la insuficiencia intelectual, le constituía realmente importante y sabio. Sócrates sobre el “conócete a ti mismo” edificó su filosofía.
Y Menandro que era un escritor de obras teatrales, como Sófocles, Euripides y muchos más, decía: “Busca a encontrar quién eres, y hacerte lo que estás creado para ser”. Pero el egoísmo y el orgullo impiden al hombre a verse a sí mismo.
La humildad diríamos que tiene tres vertientes.
La primera es el autoconocimiento-autognosis ético, esto que desgraciadamente no tenían los Sacerdotes, los Intelectuales y los Fariseos de la época de Cristo. Se creían intachables, impecables… ¡y a pesar de esto han crucificado a Cristo! El autoconocimiento ético es conocerte quién eres, ver y conocer tu estado pecador y enfermizo espiritualmente. No digas “no he hecho nada malo en mi vida, soy persona importante y hombre muy ético. Hay algunos que piensan y dicen esto, ¡qué desgracia! Debemos ver nuestras declinaciones que tenemos en nuestro interior, y que nos daría vergüenza hacerlas públicas. Son distintas declinaciones sucias que nos avergonzaríamos decirlas. Quizás no hemos hecho ninguna praxis sobre estas declinaciones, pero tenemos en nuestro interior un subconsciente sucio y por extensión una conciencia sucia. Tenemos sentimientos sucios, loyismí, reflexiones, fantasías y pensamientos sucios que por supuesto en muchos no se ven. ¿Cómo podemos, pues, decir que somos importantes y grandes?
Decía el Salmista en el 18º psalmo: “límpiame y líbrame de los que me son ocultos”. Si deberíamos decirlo en el lenguaje actual diríamos: “Señor, límpiame y sáname el inconsciente”. Los ascetas iban al desierto para ascesis dura, lo hacían para limpiar y sanar sus subconscientes. Preguntad si queréis un psiquiatra o un psicólogo si es fácil hacer la catarsis del subconsciente. ¡Os diría que es imposible! Eh diríamos, no es exactamente imposible, sino más o menos difícil. Realmente uno puede hacer la catarsis de sí mismo, de su subconsciente pero con ascesis dura. En otras palabras, debemos saber que en los ojos de Dios no somos importantes y grandes; por lo tanto, debemos tener autoconocimiento.
El Apóstol Pablo bajando a los tres escalones de la humildad, al principio decía: “Soy el último de los Apóstoles” (1Cor 15, 7-9). Cuando pasaron unos años. Decía: “Soy el último de los hombres” (Ef 3,8). Y cuando pasaron algunos años más, decía: “Soy el último de los pecadores” (1Tim 1,15). ¿Quién? ¡El mismo Pablo!
Recordemos al publicano en la parábola del fariseo y el publicano. Diríamos que “no soy santo”. Pero el mandamiento nos dice que: “haceos santos, porque YoSoY santo” (1Ped 1,16, Mt 5,48 Lev 20,6). Puesto que el mandamiento dice que nos hagamos santos –por supuesto que no lo somos- sin duda debemos estar al camino convirtiéndonos en santos.
La segunda vertiente o sentido de la humildad es el autoconocimiento intelectual, se refiere al conocimiento exacto de las cualidades intelectuales.
El Apóstol Pablo dice: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Rom 12,3). Tener conocimiento de nuestras fuerzas, capacidades y situaciones intelectuales.
Además, si tenemos cualidades recordemos lo que dice Pablo: “no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2Cor 3,5). Si tenemos algo, una capacidad, una cualidad o un carisma es de Dios y Él nos lo ha dado. En otro sitio dirá: “Por qué te jactas como si no hubieras recibido o ¿qué tienes que no hayas recibido?” (1Cor 4,7). No tenemos nada que no lo ha dado el Dios, todo nos lo ha dado Él.
Recordemos aún, el papel de Sócrates. Una vez le preguntaron: “Porque las cosas sabias que dices no las escribes en papel”, y aquel contestó: “Considero que el papel es más valioso que las palabras que escribiría”.
Amper, que era catedrático de la universidad, iba y escuchaba la clase catequética que daba un estudiante suyo. Sorprendido el alumno suyo le dijo: “¿Maestro viene a escucharme a mí?…” Y Amper responde: “Sí, hijo mío, sí, porque en principio me recuerdas las cosas que he aprendido de niño y después hablas tan bien, que me gustaría escucharte! ¿Habéis oído? ¡Todo un Amper! Esto es humildad espiritual.
Y finalmente tenemos la humildad somática (física, corporal) o material, que diríamos que es el autoconocimiento de nuestras facultades corporales y nuestras habilidades personales. Que no digamos: soy bello o aquello o lo otro; debemos tener mucho cuidado y tener humildad.
Finalmente el Señor dijo: “bienaventurados los pobres de espíritu”. Eso quiere decir que bienaventurados, considerados felices son aquellos que son pobres por su libre voluntad y predisposición, porque ellos mismos quieren ser pobres.
San Juan el Crisóstomo dice: “Porque aquí el Señor dijo espíritu la psique y la voluntad”. Y como dice Zigavinós: “Nada se bendice o se bienaventuriza sin la voluntad; porque la virtud es para el que la quiera”. Es decir, permanezco pobre de dinero porque lo quiero. No es que no tenga la capacidad de hacerme rico, sino que quiero permanecer sin fortuna por una causa: por la doxa (gloria, luz increada) de Dios, para la edificación de Su Iglesia, la misión divina, etc.
Queridos amigos, el fruto de esta voluntariosa pobreza y humildad es la adquisición de la Realeza (increada) de Dios. La Realeza (energía increada) de Dios empieza de nuestro interior y se completa al Cielo. Para que nos encontremos, pues, en la Realeza increada de Dios debemos pasar por una puertecita muy bajita que se llama humildad.
Bienaventurados y felices los que están en luto, lipi (tristeza, sufrimiento), afligidos y lloran por sus pecados y del mal que domina el mundo, porque ellos serán consolados por Dios.
Por el gran léxico ortodoxo heleno-español:
Πένθος (penzos) luto: en los textos patrísticos, es “la lipi tristeza o luto según Dios, sufrimiento del que nace la metania”. El luto por Dios no se identifica con el luto cósmico mundano, el que sienten los hombres cuando por ejemplo, pierden seres queridos, sino que es resultado de su concienciación del pecado y la creación de sanas vivencias y experiencias de la metania y el regreso al Señor. Se trata de un luto con originalidad propia, que con la increada energía divina Jaris, combina la alegría y la tristeza del luto (“luto alegre, pena-alegre”). No causa conflictos ni perturbaciones psíquicas, todo lo contrario trae paz y serenidad a la psique y disposición para cumplir los divinos mandamientos, logos y esperanza en Dios.
Λύπη (lipi): dolor, sufrimiento, pena, tristeza, pesar, depresión, aflicción interior psíquica, es uno de los ocho pecados capitales. Existe la lipi “según Dios y la lipi “según el cosmos-mundo”. La primera se identifica con la metania y el luto que nace de la esperanza a Dios y empuja al hombre hacia la lucha y el ejercicio espiritual. La segunda todo lo contrario, desanima al hombre y le conduce en la desesperación, melancolía, en un parálisis psicosomático y la depresión. La lipi por la pobreza o faltas materiales conduce a la muerte de la psique, según Apóstolos Pablo (2Cor 7,10). San Gregorio Palamás escribe: si investigas la lipi mundana, encontrarás que está inmersa en los pazos y proviene de ellos y el materialismo, en cambio, la lipi según Dios te conduce a la metania y sin duda a la “psicoterapia” sanación y salvación de la psique.
La vez anterior nos habíamos referido a la primera bienaventuranza y hoy con la ayuda de Dios hablaremos sobre la segunda que dice: “Bienaventurados y felices los que están en luto, lipi (tristeza, sufrimiento), afligidos y lloran por sus pecados y del mal que domina el mundo, porque ellos serán consolados por Dios” (Mt 5,4).
Es cierto que en el logos de Dios existen expresiones paradójicas. Dice que son felices aquellos que están en luto, sufrimiento, aflicción y lloran. Es un logos contradictorio. ¿Cómo puede uno estar feliz puesto que está de luto? El sufrimiento, la pena y el dolor son elementos que son contrarios a la bienaventuranza o felicidad. Además, ¿por qué el Señor bendice o bienaventuriza el luto- cuando él mismo ha sembrado en la psique humana la búsqueda de la felicidad? El hombre por su naturaleza busca la felicidad, porque justamente esta búsqueda está sembrada en su interior. No olvidemos que el antiguo Paraíso no era otra cosa que un lugar de felicidad. Por lo tanto, aquí el Señor insiste y exactamente esto veremos, por qué resiste.
Igual que la primera bienaventuranza se ha malentendido –“bienaventurados los pobres de espíritu”- lo mismo también aquí en esta. ¿Cómo es posible uno estar feliz mientras esté de luto, lipi y llorar? Esto lo veremos a continuación.
Aquí tenemos dos categorías de tristeza o luto. Una categoría es la pena, tristeza o luto según el mundo y la otra es querida según el Dios. Para estas dos contesta el Apóstol Pablo: “Porque la tristeza que es querida según Dios produce arrepentimiento para la sanación y la salvación, de la que no hay que lamentarse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2Cor 7,10), la desgracia y la desdicha.
Pero para entender estas dos cosas que son esenciales para mayores y menores, tenemos que ver cómo son las dos; y primero vamos a ver “lipi, la tristeza, pena o luto según el mundo”.
La tristeza, pena o luto según el mundo es aquella que está separada de nuestra esperanza a Dios y de la paciencia. Es la tristeza o sufrimiento que conduce a la depresión, desesperación y la pérdida de la esperanza. Es aquella que es provocada por varias dificultades de nuestra vida. Es la pena o tristeza que proviene de dificultades económicas, pobreza y distintos fracasos. Pena o tristeza tenemos por la frustración o anulación de esperanzas, sueños, anhelos y deseos incumplidos que tuvimos en nuestra vida y no los hemos realizado.
La tristeza según el mundo-cosmos nace también del egoísmo herido, a causa de una ofensa de los otros. Aún puede que tengamos tristeza o pena, -mundana siempre-, también de la envidia o una posible enemistad que nos mostrarán los demás humanos.
Compañera de esta tristeza o sufrimiento es la desesperanza, depresión, y, no raras veces el suicidio. Por lo tanto la tristeza o pena según el cosmos-mundo es totalmente de dimensiones mundanas.
Por costumbre en los últimos años, -antiguamente esto no pasaba- vemos que se suiciden alumnos por el fracaso escolar. Desgraciadamente tenemos este fenómeno en nuestros hijos. Debemos, pues, aprender a discernir la tristeza o sufrimiento según el mundo de la de “según Dios”.
Además, la lipi (tristeza, pena) cósmica o mundana destruye también nuestra salud psicosomática. Esto es un elemento muy importante y debemos tener mucho cuidado. Por ejemplo, una de las causas del cáncer es la insuperable lipi (tristeza, pena o sufrimiento), tal y como nos lo dice hoy la ciencia médica.
La lipi (tristeza, pena) según el mundo crea también las neurosis al estómago. Muchas veces sin haber ninguna causa, el estómago funciona mal, no puede digerir la comida, tiene dolores y el médico nos dice que es neurosis. La causa de la neurosis principalmente es psicológica, y por costumbre es una lipi (tristeza, pena), un problema sin salida que uno pueda tener. Incluso puede ser que tengamos mal funcionamiento del corazón, pero esto es debido a la secreción de las glándulas.
Un mal funcionamiento muy conocido es el de las glándulas de saliva en nuestra boca. Cuando vemos una comida buena, esto produce automáticamente en nuestras glándulas saliva. La saliva es un líquido digestivo. La digestión empieza a la boca con la saliva, continúa al estómago y termina al intestino delgado, con la ayuda de los otros líquidos pépticos. Así cuando estamos tristes, disgustados, lo habréis observado, no tenemos secreción de las glándulas de la saliva; y así decimos que se me ha secado la boca por la tristeza o el disgusto.
¿Habéis visto que se interrumpe la secreción de las glándulas por la tristeza o disgusto? Esto lo digo porque tenemos también otras glándulas en nuestro organismo que por supuesto no podemos controlarlas. Dentro al estómago se segregan varios líquidos pépticos para se realice la digestión. Pero esto ocurre cuando por una tristeza, un disgusto, sufrimiento o pena estos líquidos, las secreciones no se producen. Entonces cae como una piedra la comida en nuestro interior.
La lipi (pena, tristeza) es también muchas veces la responsable de episodios cerebrales (o encefálicos).
Todo, pues, indica que la lipi (tristeza, pena) según el mundo conduce en cosas indeseables, y por supuesto que de esto se ocupa también el logos de Dios. Por eso en la Sabiduría Sirac leemos: “No entregues tu psique a la tristeza y no te abandones a las cavilaciones… y echa de ti la tristeza, porque la tristeza ha perdido a muchos y no ganas nada con ella” (Sir 30, 21-23). Digamos que estás en luto, por una persona querida y estás muy entristecido y apenado; y tienes en presencia continua al difunto. ¿Qué has ganado? ¿Le has vuelto atrás, en la vida? No, sino todo lo contrario, más bien has abierto el camino para que vayas también tu a donde está él.
Aún continúa en otro capítulo la Sabiduría Sirac: “Porque de la tristeza viene la muerte y la tristeza del corazón consume el vigor. Después de los funerales pase la pena; pues una vida de tristeza, aflicción es dañosa para el corazón” (Sir 38, 18-19).
En cambio en el capítulo 30º dice: “La vida del hombre es el gozo del corazón, y su alegría alarga los días” (Sir 30,22).
Los que tienen la lipi (tristeza, pena) según el mundo, viven como si el Dios no existiese. Por eso al Apóstol Pablo escribe: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen (los difuntos), para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1Tes 4,13). No queremos, hermanos, que vosotros tengáis ignorancia para los difuntos para que no os apenéis como aquellos que no tienen la esperanza en la resurrección de los muertos, los que están fuera del Cristianismo. Así que nuestra fe en la resurrección de los muertos nos consuela. La resurrección de los muertos no es un mito que podemos simplemente proyectarlo para consolarnos y consolar a nuestro semejante, sino una realidad. El Cristo ha resucitado y también resucitarán los muertos.
Debemos de saber aún que, como la lipi (pena, tristeza, aflicción) según el mundo, conduce a la muerte biológica y la espiritual –lo subrayo esto- es de esperar que esto sea un pecado mortal. Realmente los Padres, la lipi según el mundo, la han clasificado entre los siete pecados mortales! Esta es la lipi según el mundo, que especialmente es catastrófica espiritualmente y somáticamente (físicamente).
Vamos a ver ahora la lipi (luto, pena, tristeza, sufrimiento, aflicción) según el Dios, que aquí es bendecida y considerada como felicidad.
La lipi según el Dios, pues, está conectada siempre con la primera bienaventuranza. Es decir, la percepción, sensación y sentimiento de nuestra pecaminosidad crea en la psique una lipi (tristeza, pena). Los “pobres de espíritu”, los que están pobres por su propia voluntad, los que son humildes y los que ven y conocen su propio sí mismo, se entristecen. Por eso os dije que la segunda bienaventuranza está conectada con la primera. Pero esta lipi que aquí se bendice es creadora y fértil.
Tomaré un ejemplo que utiliza el mismo Señor: ¿Cuándo la mujer se prepara para dar a luz no se entristece? pero esta tristeza es “para vida”, porque después del parto vendrá la alegría. Así es la lipi que trae la alegría.
El Señor este ejemplo lo dijo a sus discípulos porque no ocurría también lo mismo a ellos: “Vosotros tendréis lipi porque seré crucificado; pero cuando yo resucite y me volveréis a ver, entonces tendréis alegría, en cambio el mundo que se alegraba antes por vuestra lipi (tristeza, pena) porque ha conseguido crucificarme, ahora estará en lipi-tristeza” (Jn 16,21).
La lipi (tristeza, pena) según Dios, pues, es una tristeza que conduce a la alegría. Así es también el nacimiento espiritual, que especialmente está analizado de los Padres de nuestra Iglesia Ortodoxa. Un análisis muy bueno hace san Nicodemo el Aghiorita en su libro “Eortodromio, camino festivo”; pero también en la Santa Escritura en la oda de Isaías se refiere de la siguiente manera: “Por tu temor, Señor, concebimos, tuvimos dolores de parto y dimos a luz, y hemos creado espíritu de salvación sobre la tierra” (Is 26.27-18).
¡Esto es grandioso, es el llamado parto espiritual; es muy importante! Uno que capta y concibe el temor a Dios tiene grandes dolores como de parto… Todo esto que siente no es agradable, tiene luto, tiene tristeza… ¡Pero al final genera el espíritu de sanación y salvación que es admirable!
Recordemos también al hijo pródigo. Se entristeció y con gran pena dijo: “!Cuántos trabajadores de mi padre tienen para comer y yo estoy muerto de hambre!” (Lc 15,17). Se apenó, lloró, y esta tristeza, pena le condujo otra vez a su padre, es decir, le provocó el retorno.
La lipi según Dios, genera también lágrimas del corazón, pero son lágrimas de gozo, de sanación y salvación. El Salmo 125º se refiere muy bellamente: “Los que siembran en lágrimas, segarán sentimientos de alegría” (Sal 125,5). ¡Siembran! Imaginaos el saco con siembra sembrando el terreno, esto es una imagen antigua. Y es una imagen metafórica para aquellos que se esfuerzan por cualquier cosa, y de su cansancio tienen luto y tristeza en su corazón; pero cuando alcancen el objetivo entonces recogerán frutos con mucho goce y alegría.
Y el apóstol Pedro se entristeció y “lloró amargamente” (Mt 26,75 y Lc 22,62), y con el llanto y las lágrimas se salvó.
Incluso la lipi según Dios ayuda al hombre retornar al Paraíso que ha perdido.
Un bello tropario del Domingo de Quesos dice que Adán se sentó frente del Paraíso y lloraba clamando: “¡Paraíso te he perdido, te he perdido!”. Estas lágrimas de Adán han retornado al mismo y sus descendientes al Paraíso, pero en un Paraíso superior y mejor que el antiguo, porque ha venido aquí el Hijo de Dios con Su naturaleza humana.
La lipi según Dios es también el preámbulo de la metania, la sanación y salvación.
Además, la lipi según Dios conduce también a la adquisición de la virtud y la especial gnosis teológica (conocimiento increado), pero también en la gnosis general, es decir, de la ciencia y las letras. El libro de proverbios dice que la raíz del árbol de las virtudes es amarga, pero sus frutos son dulces. Cuando pongo como objetivo adquirir una virtud, por supuesto esta ascesis es cansada y amarga, pero después sus frutos son realmente dulces.
Aún, el Dios ama el luto, principalmente cuando el hombre está en luto para los demás, principalmente cuando los hombres pecan. Escribe el Apóstol Pedro sobre este punto que Lot estaba “dolorido y su psique sufría” (2Ped 2,7-8). Atención, sufría porque veía esta ciudad y sus habitantes pecar. Veía en su alrededor aquella degeneración esparcida, y esto hoy ha quedado como un dicho, decimos: “Sodoma y Gomorra”. Pero todas las ciudades, según la época, se convierten en Sodoma y Gomorra. Hoy podemos llorar y sufrir por los hombres de nuestra época. Podemos estar en luto sobre todo hoy que el mundo, con exactitud matemática, está conducido a la catástrofe y perdición, y sobre todo las nuevas generaciones. Lo digo esto porque me dirijo a hombres jóvenes. ¡Saben cuántos jóvenes son los que han tomado el camino equivocado de la perdición! ¡Uno puede llorar y estar de luto por ellos! Puede estar en luto el corazón y no es raro que caigan lágrimas de los ojos.
Dice aquí, pues, que bienaventurado es aquel que está en luto por el mal que están sufriendo los demás hombres y también en general toda la creación. Esto lo dice muy bien san Isaac el Sirio, especialmente para la creación. ¡Uno cuando ve la catástrofe de la naturaleza, por ejemplo, que se están talando los árboles y se está destruyendo el medio ambiente, sufre y se entristece! Cuando ve que se revuelque el equilibrio de la creación y se destruya tanto el reino vegetal como el animal y no menos también el hombre, uno tiene luto, se entristece. Esto es el luto-lipi según Dios.
Esto el Señor lo bienaventuriza, bendice y dice: “Bienaventurados los que están en luto”, simplemente porque esto indica que los hombres tienen sensibilidad; no son insensibles, no se burlan, quizás veréis a hombres que cuando ven un entierro o una catástrofe estén riendo o burlando. Son hombres insensibles ante el mal que se está haciendo. Pero cuando uno puede estar en luto y triste, muestra una sensibilidad emocional y lógica, muestra la sensibilidad de su psique.
En todo esto por supuesto que hay también algunos extremos peligrosos que en resumen nos referiremos a continuación.
Si nos fijamos con atención el Señor dice: “Bienaventurados los que están en luto”, no dice “los que han estado en luto”. Esto muestra duración, es en tiempo Presente, que manifiesta la duración; es decir, es algo que debe existir en toda nuestra vida.
Pero aquí hay un extremo peligroso, es la lipi (tristeza, pena) exagerada. Esta es una extremidad, diríamos que es el siguiente escalón del luto. Esto manifiesta que uno no tiene en cuenta la jaris (gracia, energía increada) y la providencia de Dios, sino que tiene quizás algo de poca fe, como si se tratara de levantar el peso del mal el mismo hombre. Estaremos en luto, pero no sin la presencia de Dios. Es como si actuáramos sin la agapi (amor, energía increada) y la sabiduría de Dios.
Esto por regla general se hace en las relaciones personales, es entonces cuando nada ni nadie nos puede consolar. Cuando por ejemplo, decimos: ¡Yo caer!… en el fondo hay un egoísmo y se ha picado, ofendido nuestro orgullo.
El Apóstol Pablo a uno de Corinto que había pecado, le puso sanciones, pero después aconsejó a los Cristianos el cese de estas sanciones, porque pensó “que no vaya a ser que sea añadida más tristeza y le destruya a este hombre” (2Cor 2,7).
Como sabéis, Judas llegó al suicidio, porque su tristeza o pena esencialmente estaba sin esperanza. Al contrario el apóstol Pablo, por un lado perseguía la Iglesia, pero más tarde se arrepintió, no se desesperó y se salvó, su tristeza fue consolada.
En el fondo la lipi según Dios existe una alegría. Por eso lo Padres han creado una palabra compuesta χαρμολύπη (jarmolipi alegre-pena o penalegre), la que al final trae alegría.
Finalmente los frutos de la lipi según Dios son los siguientes:
El primer fruto que trae es la paz. Un corazón que está consolado por el Dios tiene paz, la irreducible paz de Dios que nada la puede quitar.
El segundo fruto es la alegría, la irreducible alegría de Cristo que nada ni nadie la puede quitar.
El tercer fruto es la esperanza. Sí, es verdad, el luto según Dios está pleno de esperanza.
Este luto también afina la psique, la emoción y el pensamiento. Reúne las fuerzas de la psique y rompe aquella extroversión que la destruye.
Pero los que han estado en luto, también al cielo tienen súplica, es decir, consuelo. El evangelista Juan dice en el libro del Apocalipsis que había visto uno hombres excelentes con túnicas blancas y para ellos fue informado que eran “aquellos que provenían de la gran tristeza” (Apoc 7,14).
Y el mismo san Crisóstomo dice: “que estos serán consolados aquí en la tierra y en el Cielo”.
Queridos amigos míos, junto con la primera bienaventuranza adquiramos también la segunda, que es luto según Dios, para tener el verdadero consuelo y sanación.
Bienaventurados y felices los apacibles, (afables y serenos) porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste).
Una vez preguntaron a un hombre espiritual cómo reconocería un santo, y aquel contestó: ¡De su apacibilidad! Realmente la apacibilidad es fruto de las dos bienaventuranzas anteriores. Así que con la ayuda de Dios avanzamos hacia la tercera bienaventuranza que dice: “Bienaventurados y felices los apacibles, afables porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste)” (Mt, 5,5).
La apacibilidad es fruto de la conducta humilde, el sentido mísero y la tristeza por nuestra pecaminosidad (y enfermedad espiritual). Es decir, el hombre cuando ve quién es realmente cualquier cosa que haga y diga su semejante no puede elevar la voz y recriminarle. Es como se reflejara de una manera el sí mismo al otro hombre, y cuando vea quién es, se comporta serenamente y humildemente, y permanece en una apacibilidad. Veis, pues, que la tercera bienaventuranza es fruto de las dos primeras, la pobreza y el luto. Si nos vemos a nosotros mismos al otro hombre, no nos enfadamos sino que permanecemos en un estado de apacibilidad. La apacibilidad es una virtud de apacia (sin pazos) del enfado y la ira. El hombre apacible está sereno, tranquilo, tolerante y paciente. Como dice san Basilio el Magno: “Se llaman apacibles los hombres aquellos que se han librado de sus pazos y no tienen ninguna turbación habitando en el interior de sus psiques.
Pero como las dos bienaventuranzas anteriores del Señor se han interpretado mal, así lo mismo también la tercera. El hombre apacible está considerado como un hombre sin vigor y fuerza psíquica, y que su apacibilidad aparece como una debilidad de carácter, es decir, no puede ser valiente por eso exactamente permanece apacible. Pero se trata de un engaño. Por supuesto que hay hombres que por su naturaleza son así; pero hay hombres que han luchado mucho para llegar a un estado de apacibilidad y serenidad. Y es cierto que aquel que ha luchado para llegar a ella, tiene mayor valor de aquel que la tiene por su naturaleza y ha nacido con la apacibilidad.
De todos modos para que uno sea apacible hace falta mucho vigor, coraje, fuerza de la psique y mucha imposición a sí mismo. Es decir, el permanecer uno sereno, sin ira, cuando es perjudicado y no gritar, ni enfadarse, ni enfurecerse, para esto realmente se necesita fuerza psíquica. ¡Por lo tanto, la presencia del hombre apacible no es de un hombre que no tiene vigor, coraje y fuerza psíquica en su interior, es decir, que no es un hombre vivo, al contrario, nada de todo esto! Exactamente aquí está la mala interpretación, concepción y paranoia de todo esto. El que no es apacible es un carácter débil, no puede aguantar una situación, se enfada y se enfurece. El apacible es el fuerte.
A pesar de esto la apacibilidad no se priva de nada, como creería alguno, de valentía, coraje y fuerza de la psique, esto que deberían tener los primeros en ser creados y alejar al diablo. El coraje y la fuerza de la psique es lo que en principio debería tener Eva y después Adán, para que puedan decir al diablo lárgate, o aquello que tenía el Señor, Quién es la imagen de la apacibilidad cuando dijo al diablo: “Sal detrás Satanás, vete” (Mt 4,10). Diríamos que esto no lo diría de una manera amable y tranquila: “Por favor, te ruego, vete” sino con autoridad, tono solemne y fuerza de la psique… ¡Sal detrás Satanás!…
La misma cosa dijo también al apóstol Pedro, cuando Le impedía ir a Jerusalén: “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt 16,23). Lo mismo ocurrió también cuando el Señor hizo el látigo de cuerdas y expulsó todos los comerciantes del templo: “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mt 21, 12-13). ¡Estas cosas no se hicieron con calma y serenidad, sino con vigor, coraje y fuerza psíquica!
Aquí quisiera que entendiésemos que la apacibilidad no está privada de potencia psíquica, o no significa que cuando uno tiene vigor, coraje y fuera psíquica no tiene apacibilidad. Esto debemos comprenderlo bien. El nervio o fuerza y coraje de la psique –en otra homilía lo habíamos dicho sobre la ira- lo ha dado al hombre para que se enfade contra el mal. Así nos dice san Basilio el Grande en su X homilía y es verdad.
Por lo tanto el coraje de la psique y la apacibilidad no combaten entre sí. San Gregorio de Nicea dice: “Cuando el Señor manda a que debemos tener apacibilidad no significa que falte la pasión, es decir, el nervio, la fuerza sino todo lo contrario.
Y Teofílacto dice: “Apacibles no son los que no se enfadan para nada, porque este tipo de hombres son insensibles, sino los que tienen ira y la contienen. Pero cuando alguna vez se tienen que enfadar, hacerlo como dijo David: “Enfadarse sin pecar”.
Realmente en el libro Psaltirion lo dice esto: “Enfadaos pero no pequéis” (Sal 4,5) y lo repite esto san Pablo también: diciéndolo de la siguiente manera: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef 4,26-27).
En principio la ira o enfado no tendrá que ser de larga duración, es decir, que la noche no nos encuentre enojados. Antes que se ponga el sol tenemos que rehacer nuestras relaciones. Aún uno debe enfadarse sin pecar; es decir, que no se enoje por cosas e intereses personales, digamos que si fue perjudicado en algo, sino para cosas generales y sobre todo a lo concerniente la ley de Dios. Cuando vemos que se hace infracción de la ley de Dios entonces nos enfadamos, es decir, tener coraje, la fuerza de la psique, tener ira y enfadarnos.
Moisés sabéis que tenía el sobrenombre de apacible. Tendría que hacer con dos millones de Hebreos que eran hombres muy duros y tozudos, y a pesar de esto era apacible delante de este pueblo. Pero esto no le impidió tirar las placas de la ley y romperlas, cuando bajó del monte Sinaí y vio los hebreos adorando el becerro de oro. Las rompió y dijo: “A un pueblo que tan fácilmente se convierte en idólatra no le pertenece la ley de Dios” (Ex 32). Esta ira por parte de Dios no fue contada como pecado. Todo lo contrario. Por lo tanto, debemos enfadarnos para terceras cosas y no por nosotros mismos, es decir, no porque el otro nos ha perjudicado o insultado, sino porque ha insultado y ofendido a Dios. Esta ira no contraataca la apacibilidad; son dos cosas que, como os he dicho, colaboran.
También el apacible es considerado que en todas partes retrocede, por lo consiguiente perjudica. Pero no ocurre siempre lo mismo, porque el apacible puede retroceder sin enfadarse y así mantiene la apacibilidad. Pero algunas veces retrocederá para su beneficio espiritual. Y el beneficio espiritual es superior y más estable que el material.
Cuando ve que uno quiere perjudicarle, prefiere no hablar, porque entiende que el beneficio espiritual será más firme y estable que aquello que quizá reivindicaría como justo para él.
Sobre todo aquí se refiere a Isaac, el hijo de Abraham. Isaac es el tipo, modelo de apacibilidad, es un hombre admirable. No vemos ninguna acción por parte de él, lo mismo vemos a la persona de Jakob, su hijo. Isaac es el tipo, modelo de Cristo. Acordaos el intento de su padre para sacrificarle… (Gen 22, 1-19).
Cuando ya se quedó solo, porque su padre Abraham había muerto, abría un pozo para sacar agua y dar de beber a los animales. Cuando los pueblos vecinos veían que se había abierto un pozo con agua, sea porque ellos no podrían abrir fácilmente y sobre todo porque no podían encontrar agua, iban y le quitaban el pozo, diciéndole: “Este pozo es nuestro” (Gén 26, 19-21). Es aquello que uno ve muchas veces, en micrografía, entre los vecinos, ¡qué cosa más fea! Isaac, pues, no se peleaba con ellos, iba a otro lugar más allá. Pero como estaba bendecido, el Dios le daba todos los bienes; por eso iba más allá abría otro pozo y otra vez encontraba agua. Sin embargo iban y se lo quitaban también. Pero nunca Isaac se peleaba con ellos. Cuando lo reivindicaban, lo dejaba y se iba. Impresiona esto. El Dios le daba siempre lo que pedía; todo lo que hacía y tocaban sus manos era una gran bendición.
Así que el hombre apacible prefiere permanecer en lo menos y estar feliz, en vez de perjudicar su psique con ira y enfado. Y Dios dará justicia siempre como a Isaac.
Las venganzas que vemos especialmente en las herencias. ¡Cuánto odio e ira traen las peleas por las herencias! ¡Sobre todo reivindican aquellos que no tienen razón! ¡Os aseguro que no hay cosa que me dé más miedo y asco que cuando viene un hombre a preguntarme qué debe hacer sobre los temas de las herencias!
Gracias y gloria a Dios, existen humanos bellos, hombres y mujeres que dicen: “Estoy preparado a dimitir de mi derecho de herencia con mis hermanos”. Muchas veces ocurre que hermanos en toda una vida no se hablen, porque creen que sus hermanos han sido injustos con ellos. ¡Es terrible esto!
La apacibilidad incluso puede conducir a Cristo y a la virtud a más pecadores que un supuesto celo o una formación intelectual o facilidad de palabra. La apacibilidad tiene resultados más positivos.
Los padres y los hijos para que vivan en armonía en la casa necesitan apacibilidad. Si por un momento uno no la tiene debe disponerla el otro, de lo contrario no pueden estar felices entre ellos, estarán siempre enfadados.
Si toman dos pedernales y las tocáis una con la otra sale chispa. Si tomáis esta piedra y la frotáis con corcho no sale nada. Lo mismo ocurre con los hombres; es decir, los dos son duros y chocarán el uno con el otro y saldrán chispas, fuego y empezarán la guerra. Así pues, por lo menos uno de los dos debe tener apacibilidad.
Además, la apacibilidad la necesitamos también en las relaciones con los demás semejantes, con nuestros colaboradores, amigos, parientes y conciudadanos. Con todos necesitamos tener apacibilidad, porque así mantenemos buenas relaciones. La susceptibilidad, la ira y el resentimiento estropean estas buenas relaciones, a veces irreparablemente.
Con la apacibilidad ganamos más que con la ira. Un dicho dice: ¡Gana mucho más uno con una gota de miel que con un barril de vinagre!
La apacibilidad como mandamiento –porque es mandamiento- el Señor la bendice pero es un mandamiento; todas las bienaventuranzas son mandamientos- pues, la apacibilidad tiene su aval que es el mismo Señor nuestro, el Jesús Cristo que dijo: “Aprended de mí que soy apacible e humilde de corazón” (Mt 11,29).
Veis como aquí se vincula y conecta la apacibilidad con la humildad. El egoísta no puede tener apacibilidad, sólo el humilde puede. Por eso antes os dije que la primera bienaventuranza compagina con la segunda y la tercera.
Aún el Señor en esta bienaventuranza dijo esto: “que ellos heredarán la tierra”. ¿Pero qué tierra? Diríamos lo contrario, aquel que tiene apacibilidad si el vecino le arrebata unos metros de terreno, exactamente porque tiene apacibilidad no hablará; o hablará lo justo para que el otro no lo tenga en cuenta, y así será perjudicado. ¿Qué tierra heredará?
Aquí debemos decir que todas las bienaventuranzas prometen bienes terrenales y celestes. San Crisóstomo dice: “Si promete algo espiritual no es reducido de los bienes presentes; y si promete algo terrenal, la promesa no se detiene aquí sino que progresa más abajo”. En otras palabras y esto lo veréis, tenemos recompensa sobre las cosas terrenales, y también sobre las espirituales y las celestes.
Ejemplo es el mismo Abraham. Cuando David dice: “en cambio los apacibles heredarán la tierra” (Sal 36,11), da a entender la tierra de Israel. Y Abraham fue quien realmente conquistó esta tierra pacíficamente.
El apóstol Pablo indicó el interés de Abraham por la nueva tierra, la verdadera tierra. Pero esta Tierra –diríamos en mayúscula- no es la Tierra Prometida, esta diríamos es en primera fase. ¡Esta tierra es la Realeza increada de Dios!
Escuchad pues que dice en su epístola a los Hebreos: “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, pero allí no construyó una casa, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto constructor es Dios” es decir, esperaba la Realeza increada de Dios. Y continúa: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Heb 11, 9-16); es decir, patria celeste, tierra celeste.
Y la conclusión de Pablo es la siguiente: “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que anhelamos y buscamos la por venir” (Heb 13,14).
San Juan el Evangelista dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc 21, 1-3); es decir, nueva tierra y nuevo cielo es la Realeza increada de Dios. Allí habitarán los hombres salvados y estarán habitando con Dios, y el Dios estará con ellos.
Así pues, la tierra es esencialmente la Realeza increada de Dios que heredarán los apacibles. Y como dice san Basilio el Magno: “Porque aquella tierra, la Jerusalén celeste, no se convierte en botín para aquellos que guerrean para arrebatar un metro de tierra al otro, sino que será herencia para los hombres tolerantes, magnánimos y apacibles. Estos realmente ganan la verdadera tierra prometida, la promesa de Dios que es la Realeza increada de Dios.
Así que, queridos míos, me gustaría preguntaros, si ante esta tierra, la nueva tierra, vale la pena que luchemos aquí en esta tierra para adquirir uno pocos metros cuadrados y estropear nuestras relaciones con los vecinos, los familiares y los amigos, ¡quizá para toda la vida!, ¿vale la pena esto?
¡Atención! Casi todos vosotros tarde o temprano os encontraréis con este tema de la herencia o algo parecido. Por supuesto que no nos interesa tener este tipo de conflictos con los nuestros. Por eso tengamos prisa en adquirir esta bienaventurada virtud que es la que llevaremos con nosotros. ¡Todas las demás reivindicaciones permanecerán en este mundo, no llevaremos con nosotros ninguna otra cosa! Y entonces, aquí en la tierra y también en el Cielo nuestro beneficio será eterno.
Repitamos pues esta admirable bienaventuranza: Bienaventurados y felices los apacibles, (afables y serenos) porque ellos heredarán la tierra; (Bienaventurados y felices los que dominan su ira, porque ellos recibirán como herencia de Dios la tierra prometida y desde esta vida disfrutarán los bienes de la herencia de la realeza increada celeste).
Bienaventurados y felices los hambrientos y sedientos de justicia, porque ellos serán saciados (Dichosos los que anhelan como hambrientos y sedientos la justicia, porque de ellos serán satisfechos plenamente sus deseos de justicia);
Queridos amigos míos, nos encontramos ante la cuarta bienaventuranza de nuestro Cristo Dios, que se refiere a la grandísima virtud de la justicia. Pero nosotros los hombres tenemos que avergonzarnos cuando hablamos de justicia; simplemente porque encima de la tierra no existe la justicia. Por eso el Dios a través del profeta Isaías nos aconseja: “Todos vosotros que habitáis en la tierra aprended a ser justos” (Is 26,9), por supuesto que no sólo en la tierra de Israel sino en toda la icumeni (tierra).
De lo que más sedienta ha estado y está la humanidad es la justicia, tanto en pequeña escala, como las relaciones entre dos humanos, y también en escala mayor, la relación entre dos o más países.
Todos los sistemas políticos y sociales no son otra cosa que el intento de impartir justicia. Eso dicen. Sin embargo, nunca hubo ni habrá en la tierra un estado justo o una sociedad de justicia en un grado satisfactorio. ¡Nunca! Esto es una desgracia, y esto ocurre porque el problema está dentro al mismo hombre. Muchos creen que si se cambian los sistemas políticos y sociales, entonces conseguiríamos más justicia. Así vemos que una política o gobierno sustituye al otro, siempre en este intento de conseguir esta justicia social, no sólo entre los hombres sino también entre países.
Lo repito, quizás esto es el punto lo básico de la homilía de esta noche, el tema de la justicia está dentro al mismo hombre. Y como cada persona persiste en no solucionar este problema de su interior, por eso finalmente domina la injusticia en la vida desde la época de los primeros en ser creados.
Cuando digo que el problema está en el interior de cada hombre, entiendo que debemos convertirnos en hombres espirituales de manera que podamos tener el sentido y el sentimiento de la justicia.
¿Pero os pregunto? ¿Por muy romántico que fuera uno, hombre perfecto e ideal, podría imaginarse que tendríamos una sociedad de justicia? Jamás. Simplemente porque este problema no se soluciona separadamente de cada persona, porque no tenemos hombres espirituales sino sólo unos cuantos. Puesto que nuestra sociedad no está constituida de hombres espirituales, entonces es de esperar que busquemos y pidamos continuamente la justicia, sin tocarla nunca, excepto alguna vez mínimamente y aisladamente.
¿Pero qué es la justicia?
La palabra justicia en la Santa escritura tiene doble significado.
La justicia tiene por lo menos dos caras, porque al final veremos una tercera. Una cara no es otra cosa que el hombre viva y sea gobernado de acuerdo con las exigencias de lo justo. Este concepto corresponde más a la justicia. La otra cara es que uno tenga toda la virtud completa, como dice san Crisóstomo. Porque justicia significa también santidad, la totalidad de las virtudes. El que uno viva según las exigencias de lo justo es muy importante. Es decir, el hombre no envidiar los bienes del otro, no los desprecie, no los desee, no los robe… de todos modos no querer arrebatar los bienes del otro.
Justicia es que existan relaciones legales entre mi mismo, el prójimo y el Dios. Atención a esto. Justicia son las relaciones legales ente mí y el Dios, y entre mí y el prójimo. Justicia ante Dios es que el Dios me enseñe cuál es Su voluntad, cuál es Su justicia y yo hacerla. Habrán observado esto que especialmente decimos en nuestras oraciones, sobre todo con saturación en la gran Doxología y otras: “enséñame tu justicia o tus derechos”. Esto significa: enséñame qué es justo y Te pertenece para hacerlo y rendírtelo. Estos son los derechos de Dios.
Pues, la justicia misma ante el Dios de una manera es no ser injusto con Él y rendirle lo que Le pertenece. Esto se llama piedad. Después, la justicia ante mí mismo es rendir a mí mismo aquello que se le debe, sea físicamente sea espiritualmente. Es decir, con la forma de vida que hago tengo el deber de asegurarme la sanación y salvación. Esto se llama σωφροσύνη (sano juicio o prudencia, sensatez). Y finalmente la justicia ante al prójimo es que le rinda aquello que es debido; esto se llama justicia, es decir, permanece la misma palabra.
Todo esto el apóstol Pablo los resume, y nos lo dice en dos puntos en sus epístolas, os digo uno: “…vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente…” (Tito 2,12). Es decir, vivir en la vida presente con σωφροσύνη (sano juicio o prudencia, sensatez) y contención en nosotros mismos, con justicia frente al prójimo y con piedad frente a Dios. Esta pequeña frase de san Pablo es bueno que la memoricemos.
Quedaremos en la justicia, es decir, en lo que debemos al prójimo; no quedaremos en la piedad ni en la σωφροσύνη (sano juicio o prudencia, sensatez).
La justicia frente al prójimo se expresa con obras y palabras.
Sobre la praxis, la justicia aparece de una manera muy clara para todos. Por eso el logos de Dios nos manda y dice: “Tened balanzas justas, pesos justos y sean exactos al peso y la medida…” (Lev 19,36). Donde tienes tu terreno seas justo en la medida que tienes, no quites ni un palmo de tu vecino, mantendrá lo que te pertenece.
Al contrario, dice el Dios: “El Señor reprueba la balanza falsa…” (Prov 11,1), es decir, cuando intentas robar pesando, esto le da asco a Dios.
Además, injusticia es también la falsificación, porque quieres ganar más, por eso falsificas tu producto; vender gato por liebre, como dice un refrán popular.
Muchas veces algunos abogados y médicos – ahora vengo en los oficios- buscan una recompensa exagerada; y para justificarlo esto alargan el tiempo del caso o alargan el tratamiento médico. Pero esto es injusticia.
Me he referido así indicativamente al oficio de abogado o médico, pero esto ocurre con todos los oficios. Más o menos todos en sus profesiones pueden pensar algo para beneficio propio y finalmente perjudicar a otro de cualquier manera. Cada uno inventa y encuentra su manera.
Aún, los superiores o jefes deben dar el salario justo a los empleados. Dice el Deuteronomio: “No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades. En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida” (Deut 24, 14-15).
Pero no deben perjudicar a sus jefes los obreros y empleados con sus perezas y con perjuicios voluntarios que pueden provocar por venganza. ¡Hay un gran repertorio de injusticias por parte de los empleados hacia los jefes!
Aún como dice el apóstol Pablo: “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios” (Ef 6,6 Col 3,22). Es decir, cuando el jefe o encargado me ve, trabajo y cuando no me ve hago de vago. Esto realmente es psique rastrera. Sólo el hombre con psique rastrera piensa de esta manera. Todo esto pues, debe cumplirse correctamente tanto por el jefe como por el trabajador.
También los jefes de los ejércitos deben ser justos con sus soldados. Y los jueces deben ejercer justicia en la sociedad que vivimos donde muchos son los litigantes. Deben administrar justicia sin personalismos, ni sobornos. Tampoco el juez que tome regalos, dice la sabiduría Sirac que: “Regalos y dones ciegan los ojos del sabio o del juez“(S.Sir 20,29); tampoco aquel que se está juzgando pensar en dar algún regalo al juez. Esto es soborno.
Aún en nuestras relaciones con los vecinos debemos ser justos. Muchas veces molestamos nuestros vecinos con la radio o la televisión fuerte; uno está durmiendo y no le respetamos… lo escucho mucho esto. Todo esto pasa porque no hay espíritu de justicia.
Entendéis pues, que el tema de la justicia en las relaciones entre los hombres es muy amplio. San Santiago dice: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Sant 3,2). Este por supuesto actuará también de manera análoga.
La maledicencia, el juicio condenatorio, la difamación y la mentira, es injusticia de la lengua, es decir, somos injustos con el otro con nuestras palabras.
San Santiago dice que la lengua es fuego, el mundo de la injusticia… un mal que no lo puedes limitar, está llena de veneno. Es aquello que dice el dicho popular: “La lengua no tiene huesos pero rompe huesos”.
Se dice que los médicos, para comprobar la salud del cuerpo, lo primero que miran es el estado de la lengua. De esto depende el estado de salud o enfermedad. La lengua es el espejo de la salud. Pero diríamos también que el espejo de la justicia es la lengua. Si eres un hombre acusador, mentiroso y difamador etc., no es posible que tengas salud espiritual y por supuesto serás un hombre injusto y mentiroso también en todas las facetas de su vida.
Pero tenemos también la justicia como virtud universal, como os he dicho al principio. El evangelista Luca se refiere en su evangelio: “Zacarías y Elisabet eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (1, 5-6). Esto significa que tenían la virtud de la justicia sino que cumplían la ley de Dios. Por lo tanto, eran impecables, es decir, vivían la virtud universal, la santidad.
En la Santa Escritura muchas veces, quizá la mayoría, la santidad se llama justicia. Este pasaje nos da este sentido de la virtud universal.
La justicia, pues, aquí es la santidad, es el cumplimiento de la ley de Dios, es la fe y la agapi, zeoría-contemplación y praxis, estos dos juntos.
Aquí la bienaventuranza dice: “Bienaventurados los sedientos y hambrientos de justicia”. El hambre y la sed es el anhelo para la vida espiritual. Recordemos aquel joven rico que fue a pedir del Señor la vida eterna. Preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. El primer nivel de interpretación de la bienaventuranza es el deseo que domine la justicia en la tierra. El segundo nivel es el deseo que domine la justicia con el significado amplio, es decir, virtud, santidad, no sólo a cada uno para sí mismo, sino también en la tierra.
Y la perfección espiritual, la santidad debe hacerse el único y gran objetivo de nuestra vida. ¡La santidad! No lo olviden esto.
El apóstol Pablo decía: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo y la Realeza increada de Dios” (Fil 3,8).
Por supuesto que el hombre fiel puede tener en su interior la inquietud de la búsqueda del extremo posible. Y el extremo posible es el Dios, la extremidad, el puntal de los deseos es el Dios. Por supuesto que todo lo demás no lo rechaza, porque todo nos lo ha dado el Dios. También trabajaremos, comeremos y beberemos, construiremos o compraremos una casa y nos ocuparemos que esté limpia, la adornaremos sin exageraciones; en general nuestra vida social con las demás personas. Todo adquiere valor cuando existe lo puntal, es decir, la búsqueda de Dios. El extremo posible, esto tenemos que buscar, y sólo entonces todas las cosas toman su dimensión y valor real.
Es característico que en esta bienaventuranza no dice “los que han pasado sed y hambre”, sino los que están sedientos y hambrientos. ¡Con esto quiere indicar que se trata de un estado continuo!
Debemos ver aún también una tercera interpretación de la palabra justicia, como os he dicho al principio. Aquí por supuesto tenemos la palabra justicia, pero su significado está otra vez en la Santa Escritura, lo encontraréis al 4Macabeos, que es el 50º libro del Antiguo Testamento. Está escrito en Griego y realmente expresado admirablemente.
Es conocido que tenemos cuatro virtudes capitales de las que emanan todas las demás virtudes. Estas son: Prudencia Templanza Fortaleza y Justicia. ¿Han visto? ¡Justicia!
Aquí el concepto de justicia es la determinación de la relación, cantidad y calidad, entre las tres primeras virtudes. Es decir, ¡uno puede ser un genio pero no tiene fortaleza o no es valiente, o sea, que sea un hombre cobarde! No puede ser esto. Uno debe tener una equivalencia en la prudencia, en la templanza y en la fortaleza. Puede ser que tenga templanza y sea un hombre puro y no tenga prudencia. Viene pues la justicia como una balanza para dar equivalencia en las cosas que uno tiene. Por lo tanto, la justicia viene a ayudar para que uno tenga estas tres, prudencia, templanza y fortaleza. Si las cosas son así, tal y como nos dice aquí, entonces la justicia es muy necesaria, y entonces toma otro nombre que se llama discernimiento.
La nueva faceta o significado de la justicia es el discernimiento. En otras palabras, no puede el hombre tener algo en un grado grande y en otra cosa que sea falto. Por lo tanto, si falta la justicia como discernimiento, peligra perder también las otras tres virtudes.
Ahora venimos en la recompensa: “que ellos serán saciados”, completa la bienaventuranza. Habla de saciedad; ¿pero dónde? Queridos míos, en la vida presente, pero totalmente en la futura.
¡En la vida presente, aquellos que anhelan la satisfacción de sus necesidades y deseos a través de la injusticia, se parecen con aquellos que intentan quitar la sed con agua salada! En sus psiques el vacío y la insatisfacción permanecerán siempre, cuando intentan ganar sin justicia. Aquellos que son sedientos y hambrientos para su perfección espiritual, ellos estarán satisfaciendo sus anhelos más profundos de sus psiques, y el Dios de la justicia por supuesto que será co-residente fijo con ellos.
Si ejercen la justicia, tendrán una profunda paz en sus conciencias, en que no han sido injustos con nadie. Sabéis, muchas veces lo decimos esto: “Yo no he sido injusto con nadie”. Esto en una frase muy frívola. Yo me busco a mí mismo, veré que he sido injusto hasta con vosotros. Si no doy bien la clase, soy injusto con vosotros. Si el profesor en la escuela no da bien la clase es injusto, perjudica. Y después decimos: Yo no he perjudicado a nadie! no he sido injusto con nadie…
En la vida futura aquellos que tienen hambre y sed de justicia allí se saciarán completamente.
El apóstol Pedro hablando sobre la nueva tierra, nuevos cielos, nos dice que allí ya está habitando permanentemente la justicia con todas sus interpretaciones, primera, segunda y tercera (2Ped 3,13). Según Su promesa, esperamos nueva tierra y nuevos cielos en los cuales habita la justicia. Veis que aquí en la tierra no habita la justicia; pero allí, es decir, en la Realeza increada de Dios habitará.
Así pues, queridos míos, ejercitamos la justicia en todas sus facetas, y nos dará lo que es justo para nuestra existencia. Amín
Bienaventurados y felices los misericordiosos y caritativos, más los que se compadecen por las desgracias del prójimo, porque ellos el día del juicio alcanzarán la misericordia increada de Dios (Mt 5,7)
El que uno sea justo es importante, pero no es la única cualidad del buen Cristiano. Por eso el Señor después de la bienaventuranza de la justicia, que hablábamos la vez anterior, se refiere a la quinta que es la bienaventuranza de la misericordia: “Bienaventurados y felices los misericordiosos y caritativos, más los que se compadecen por las desgracias del prójimo, porque ellos el día del juicio alcanzarán la misericordia increada de Dios” (Mt 5,7).
La misericordia junto con la justicia de la bienaventuranza anterior que hemos analizado, convierte y hace al hombre encima de la tierra verdadera imagen de Dios; porque el Dios es justo y misericordioso, y así también el hombre misericordioso, como imagen de Dios da una imagen de muy buena presencia en su ambiente. En todo el antiguo Testamento observamos que el Dios aparece como justo y misericordioso; nunca sólo como justo o misericordioso, sino ambos junto.
Por ejemplo dice el Salmista: “El Señor es justo y misericordioso” (Sal 114,5). Y el profeta Nehemías dice: “y tú, el Dios justo y misericordioso, caritativo y magnánimo” (Nee 9,17).
En primera vista uno cree que la virtud de la justicia y la misericordia se contradicen. ¿Cómo es posible que sea hombre que da misericordia y querer justicia? Atención, misericordia o caridad no es dar uno una moneda. El tema de la misericordia o caridad es un campo muy amplio. Desde el principio os digo esto para que lo sepáis, pero a continuación veremos el tema. Para que no lo mal interpretéis, misericordia o caridad no es simplemente dar una moneda a un hombre que está sentado en las escaleras de la Iglesia después de la Divina Liturgia, esto que por costumbre hacemos.
Aquí pues parece que se contradicen la justicia y la misericordia. Si tomo el ejemplo anterior y digo: “este hombre viejo pide limosna. Eso quiere decir que en su vida era un vago no ha trabajado, era un derrochador. Entonces juzgo justamente y no le doy caridad o misericordia, no le doy nada”. Así se ve que no es posible que coexistan la misericordia y la justicia, y que una con la otra se contradice.
A pesar de esto no se contradicen. Además la verdadera justicia es aquella que emana de la misericordia. Esta es la justicia real.
Hay un dicho latino que dice: “Summum jus, summa injuria. Altísima justicia es altísima injusticia”. Es decir, si ves las cosas como se hicieron y dices: “nada, se ha acabado, las cosas son así”; y no ves nada más allá, esto al final resulta en una gran injusticia. “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo y sano juicio” (Jn 7,24). Aquellos vais o iréis a una escuela de derecho civil, esto lo tendréis en cuenta, es muy importante. (Aquí el Yérontas está hablando a unos jóvenes estudiantes). Cuando quieren legislar una ley siempre se pone la ley ante el legislador y los jueces que la aplicarán. Esto la persona jurídica debe tenerlo siempre en cuenta.
Veis que el Dios ha castigado a los primeros en ser creados; es Su justicia. “Os dije que no probéis de este fruto. Entonces pasará lo que os dije: por la muerte moriréis”. Pero viene Su misericordia para salvaguardar las cosas, y vosotros lo habéis probado.
Por eso os expliqué que en Dios existe la justicia y la misericordia, es decir, la caridad en un grado altísimo; independientemente si el Dios actúa en la historia de una manera que parece que ha dejado el sitio a otro. Sí, porque estas cosas están dentro de nuestro espacio-tiempo y parecen que son así, pero sobre lo demás en Dios hay justicia y misericordia en un grado altísimo.
Además, el Dios cuando da misericordia quiere allí dentro esconder la justicia, y cuando aplica la justicia quiere allí dentro esconder la misericordia. Dice por ejemplo en Isaías: “…y la justicia por nivel” (Is 28,17). Atención a este pasaje, es muy importante y de aplicación amplia. Niveles son las pesas. Y cuando hablamos de pesas hablamos de balanza y cuando hablamos de balanza hablamos de justicia. Por lo tanto, la justicia y la misericordia en Dios están atadas. Esto es grandioso.
Os diré un ejemplo muy bueno que se refiere san Nicolás Cabásilas en su “Interpretación a la Divina Liturgia“. ¿Qué es la Divina Liturgia? Es el ofrecimiento del Cuerpo y la Sangre de Cristo para sanarnos y salvarnos. Pero no es sólo oferta y misericordia de Dios, el Dios pedirá también de ti; diríamos que es cuestión de intercambio, cuestión de justicia. Te dirá: “Te daré mi Cuerpo y mi Sangre, pero tú me traerás el pan y el vino”. Y como dice san Nicolás Cabásilas, dentro del pan y el vino ha entrado el trabajo del hombre; porque el Dios no pide uvas, ni espigas, sino pan y vino. Esto significa que allí has puesto tu trabajo, tu esfuerzo para moler el trigo, amasar… y los demás. Esto significa los niveles o las pesas, significan justicia, es un intercambio; me darás y te daré.
Pero nosotros no damos casi nada a Dios y Él nos da algo grandísimo, nos da Su Cuerpo y Su Sangre, Sus Regalos Celestes que nos hacen incorruptos e inmortales. ¡Esto es enorme!
Diré otro ejemplo que es lo contrario. Decimos educación, estudios gratis. Irá a estudiar el alumno gratis sin pagar nada. Y como no paga nada no respeta el libro que le entrega el Estado gratis, y al final del curso lo rompe y lo tira en la basura. Pero si paga algo respetará el regalo que se le dará.
¿Veis pues, lo primero? Por eso san Agustín dice: “Cuando vayas a tomar la Divina Comunión lleva también un prósforo en la Iglesia (pan especial para la celebración del Misterio).
Lo diré otra vez: “y mi misericordia en pesas”. Eso se aplica también aquí y también en todas partes y para siempre. La justicia y la misericordia no se contradicen.
En el Monasterio de Dafne, en la cúpula está la imagen del Pantocrator. Si observan un ojo del Pantocrator es severo, su ceja hacia arriba y ojo duro, enfurecido. Es la justicia, el Juez. ¿Habéis visto alguna vez en un tribunal que entren los jueces riéndose y haciendo bromas? No, es hosco. La justicia requiere seriedad. Ahora si observáis el otro ojo de la imagen del Pantocrator, allí la ceja no está hacia arriba sino recta, normal y el ojo sereno, blando. Esto significa que en la misma cara de la persona existe la combinación de la justicia y la misericordia, del justo y del misericordioso.
Lo captáis esto, es muy importante; es un tema grandioso sobre la coexistencia de la agapi y la justicia. Desgraciadamente en círculos teológicos subyace una herejía –yo lo llamo herejía esto- ¡que el Dios es sólo agapi, y no es justicia! Esto lo considero herejía y creo que vosotros también entendéis que esto es herejía. El Dios es las dos.
Después nos olvidamos de Su juicio. Vino a sanarnos y salvarnos, pero a la vez a juzgarnos, si rechazamos Su oferta de salvación.
Así pues, el hombre también debe ser justo y misericordioso. Por eso “son bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia” que es la anterior bienaventuranza y ahora “bienaventurados los misericordiosos”. El hombre misericordioso es verdadero hombre, simpático y social, es una bella persona; es esto que decimos: qué bella psique-alma. Por eso el libro de los Proverbios dice: “grande es el hombre misericordioso y honesto” (Pro 20,6). El hombre que es misericordioso es una gran creación e importante.
¡Cuál es el concepto esencial de la misericordia?
La misericordia es diligente, transmisión caritativa de cada bien y bondad, sea material o espiritual que nosotros tenemos y el nuestro prójimo está privado. Hacerle partícipe de aquello que tenemos cualquiera que sea esto.
Misericordia no es decir simplemente palabras que no cuestan nada, sino, como vemos, también praxis. Misericordia es agapi aplicada.
El Evangelista Juan dice: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1Jn 3,18). Y san Juan el Crisóstomo apunta: “El Señor aquí cuando dice “bienaventurados los misericordiosos”, no quiere decir sólo aquellos que por regla general dan dinero, porque el modo de misericordia es variado”, y como os he dicho al principio, este mandamiento tiene un campo muy amplio y multilateral.
La misericordia pues, es oferta, no sólo de dinero, sino también de cada carisma, talento, virtud, bien y todo conocimiento bueno. Y esto porque si la misericordia fuera sólo cuestión de dinero, sería muy delimitada y concerniría sólo a los ricos, porque sólo ellos podrían ejercitarla. Pero no es así. Además no es sólo el dinero que satisface las necesidades materiales y espirituales del hombre, sino muchas cosas más.
Y si quieren me referiré así indicativamente en algunos ejemplos.
Si eres un técnico debes transmitir tu arte a tu aprendiz, no dejarlo en la ignorancia. Decirle los secretos que conoces de tu trabajo.
Si eres científico, médico, maestro, jurista, mecánico, farmacéutico puedes desde tu puesto ayudar de distintas maneras, dar facilidades a cualquiera que lo necesite. Si estás en una posición privilegiada de una manera u otra también puedes ayudar.
Aún puedes ayudar en algún servicio a tu parroquia, como por ejemplo la catequesis, por supuesto si tienes facultad y capacidad. Puedes si quieres participar a los comedores sociales que quizá organiza tu parroquia o participar a la construcción de un templo… aún podemos dar alimentos de nuestra casa o ropa.
Permitidme contaros una historia que me ha ocurrido antiguamente y que me ha conmovido: “Me acuerdo que había una tarde soleada cuando con un familiar mío bajaba una calle de Atenas. Hacía mucho frío, tenía puesto mi abrigo. En un momento bastante lejos vi una persona caerse al suelo. Entonces nos acercamos y vimos que era un hombre joven pero epiléptico. Los epilépticos por regla general se caen sin darse cuenta. Esta persona vestía sólo una camisa blanca, no vestía chaqueta ni abrigo. En esta calle no había edificios sólo habían casas de una planta. En un momento de la casa de al lado saltó una mujer y se acercaron algunos viandantes para ayudar. Este joven se recuperó, pero al caer se había roto su camisa y pidió una aguja para coserla. Pasaba el tiempo y se había juntado allí unas diez personas alrededor de él. Pero ninguno de nosotros pensó que este joven no tenía chaqueta ni abrigo. En aquel momento pasaba el chaval del colmado que repartía con su bicicleta alimentos en las casas. Entonces teníamos pequeños colmados, hoy tenemos los súper market. El jovencito bajó de su bicicleta para ver qué había pasado, -por regla general se forman corrillos cuando pasa algo curioso- y sin perder el tiempo este jovencito repartidor con la bicicleta, se quitó su chaqueta y la entregó al joven caído, diciéndole: “Amigo mío, toma esto hace mucho frío” , para vergüenza de todos nosotros que estábamos allí. ¡Nadie de nosotros no se había quitado la chaqueta ni el abrigo para vestir a este joven enfermo! ¡Lo veis, lo escucháis esto! Me acuerdo del nombre porque se lo pregunté, se llamaba Sidirópulos”.
Podemos, pues, como os dije, siempre hacer y dar algo.
Y algo de la Historia Eclesiástica. San Juan, patriarca de Alejandría, que le dieron el sobrenombre de Misericordioso, cuando le daban cosas, él las repartía inmediatamente. Era infinitamente misericordioso.
Una un vez un colchonero pensó en mandarle un colchón caliente para su cama. Apareció pues, una mujer pobre y se lo entregó a ella diciéndola: “Toma este colchón para que os calentéis en casa o si quieres véndelo te darán mucho dinero para comprar otra cosa que te haga más falta”. Por casualidad aquella mujer fue y vendió el colchón al colchonero que lo había regalado a san Juan el Misericordioso. Cuando el colchonero lo vio lo compró y lo volvió a mandarlo otra vez a san Juan. Pero Aquel volvió a darlo en otra parte. Entonces le dice san Juan: “Vamos a ver quien se cansará y aburrirá primero, ¡el que manda o el que regala!”.
Veis cómo podemos dar tantas cosas, como os he dicho, y también conocimientos, arte, técnica y un montón de cosas más.
Vamos ahora en otra categoría de misericordia, cuando no tenemos bienes materiales para ofrecer. Es aquello que el Apóstol Pedro y Juan cuando fueron a venerar al templo de Salomón y encontraron un cojo que pedía ayuda allí a la entrada del templo. El apóstol Pedro le dijo: “No tengo dinero ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesús Cristo de Nazaret, levántate y anda” (Hec 3,6); y él saltó sanado. La misericordia, pues, no es sólo cuestión de dinero.
Es característico que cuando el Señor nos juzgará durante el Día del Juicio, y utilizará como criterio el mandamiento de la misericordia, no nos dirá “estaba en la cárcel y no me habéis liberado pagando los gastos”, “ni que estaba enfermo y no habéis pagado el médico y los fármacos para sanarme”. No, no dirá estas cosas, sino: “no me habéis visitado”. Toma lo más sencillo, lo que no tiene ningún gasto. Pagar los gastos del médico y los fármacos para que uno se sane es muy bueno, pero no todos pueden pagar. Se queja de algo muy sencillo: “No me habéis visitado, no vinisteis a verme”. Por supuesto que dar dinero es aún mejor.
La misericordia, como manifestación, cubre todo el campo, desde la praxis y el logos hasta la disposición. Puede ser que no tengas nada para dar, nada, pero al corazón tener la disposición de dar.
Y por encima de todo es preocuparse para la sanación y salvación de las psiques. Liberar al otro de la mortal ignorancia, mostrarle como llevar y cómo estudiar el Evangelio: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (San 5,20); al que duda hacerle volver a la fe, al hombre pródigo retornarle al camino de Dios, decirle un par de palabras de agapi y edificación. Dice la Sabiduría de Sirac: “¿Es que el rocío no templa el ardor del sol? Así una buena palabra es mejor que un regalo. Mira, ¿no vale más un logos que un rico presente? Pues, el hombre misericordioso o caritativo sabe unir las dos cosas” (Sir 18,17-18). ¿El logos bueno no es más bueno que el no dar algo? Pero las dos cosas el logos y el regalo, coexisten al hombre que está gratificado o pleno de jaris (energía increada).
Finalmente, misericordia aún es perdonar a los que nos han perjudicado. Parece raro, pero cuando hacemos esto damos misericordia al de al lado, a nuestro prójimo.
Acordaos de la parábola del siervo deudor: “Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mt 28, 32-33). El señor perdonó la miríada de tálantos que debía el siervo, pero aquel no perdonó la mínima de su deudor. La deuda de uno diríamos que era de dos dólares y la del otro era de dos mil dólares. ¿No podía este ser filántropo y misericordioso? Bien, podía no perdonárselos pero por lo menos podía esperar un tiempo para que el otro le devolviera su deuda.
Ahora viene también la recompensa de la misericordia. Los misericordiosos tendrán misericordia de Dios o serán misericordiados”.
San Crisóstomo comenta que: Ellos dan misericordia al otro pero como personas son misericordiados de Dios. Pero la misericordia que muestra el Dios a ellos es incomparablemente superior de la que ellos mostraban.
El apóstol Pablo compara la misericordia con la siembra: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda jaris (gracia energía increada), a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra (2Cor 6-8). Has dado abundantemente, en abundancia serás bendecido. Con este ejemplo, por supuesto que se refiere también a las cosas materiales, porque en estas también hay bendición.
Recordemos aún a Abraham (Heb 13, 6-8), como también al profeta Elías aquella viuda que le dio el trozo de pan que le quedaba (3Re 17, 8-16). Recordemos también aquella admirable mujer Dorcada que era el sostén de los pobres (Hec 9, 36-41). También recordemos a Cornilio, que vino el ángel y le dijo que no sólo sus oraciones fueron escuchadas sino también su misericordias llegaron al Cielo (Hec 10,1-4). Como dicen los Proverbios: “Aquel que da a los pobres -de cualquier manera aún hasta a los que están pobres de conocimiento- no quedará nunca pobre” (Prov 28,27).
Pero la recompensa está principalmente en las cosas espirituales. Es la misericordia de Dios, aquel “Kirie eleison” que invocamos continuamente, que cubre pequeños y grandes, y que es indescriptible.
Hoy pues, en el camino de nuestra vida también podemos encontrar al pobre Lázaro de la parábola. La viuda de Naín, el que nos ha insultado, a nuestro enemigo… y darle misericordia. Mostremos pues, nuestra misericordia a todos. Todos estos nos proporcionan de distintas maneras la ocasión de ser misericordiosos. Y la misericordia increada (energía) de Dios vendrá a nosotros como recompensa, y escucharemos durante el día del Juicio: “¡Venid, benditos de mi Padre, heredad la realeza increada preparada para vosotros!” (Mt 25,34).
Bienaventurados los sanos, puros del corazón, los que han hecho la catarsis, la sanación y limpieza de su corazón de cada mancha del pecado, porque ellos contemplarán y verán a Dios (Mt 5,8)
Queridos míos, las cinco bienaventuranzas anteriores, que ya hemos desarrollado, definen más bien una situación o estado que se expresa exteriormente; la sexta bienaventuranza es totalmente interior y manifiesta el principio de todas las manifestaciones exteriores.
¿Pero cuál es este corazón limpio, puro, y cuál es la pureza, limpieza o claridad? Tenemos, pues, que ver dos temas que son: el corazón que debe permanecer puro, limpio y sano, y cuál es la καθαρότης (kazarótis) pureza, limpieza, claridad o catarsis que debe hacer el corazón para ser sano y limpio.
Todos sabemos que nuestro corazón, si ponemos nuestra mano a la izquierda del pecho sentimos que allí está latiendo. El corazón es un músculo, no tiene huesos, pero es un órgano importantísimo y si se detiene un poco morimos.
Este músculo blande rítmicamente y es como una bomba que canaliza la sangre hasta la última célula de nuestro cuerpo. Con este empuje, la sangre va con las arterias hasta las últimas moléculas, transportando oxígeno y sustancias nutritivas. Después, como toma de las moléculas las sustancias inservibles, se ensucia; por eso primero debe pasar por los riñones para limpiarse y después por los plumones para dejar el dióxido de ántrax y tomar el oxígeno, y retorna al corazón que vuelve hacer el mismo proceso en nuestro organismo.
Los latidos rítmicos de este corazón carnal se mueven un poco más rápido cuando la psique siente alegría. Cuando la psique siente culpa, odio, envidia, resentimiento o agonía, éste corazón late también algo más rápido. Así, nuestro corazón se hace el espejo de nuestra psique-alma, porque expresa en nuestra cara nuestra forma, las distintas situaciones y reacciones. Si estamos alegres o tristes se refleja inmediatamente en nuestra cara. Así como es la cara que ve uno al otro, así también el corazón es la cara de la psique-alma que siente la psique, (la cara es el espejo del alma, como dice el dicho).
Por eso la Santa Escritura muchas veces identifica la psique con el corazón. En vez de decir la palabra psique-alma, dice la palabra corazón, tal y como aquí en la bienaventuranza que dice “bienaventurados y felices los puros de corazón”, mientras que podría decir “bienaventurados los puros de la psique”.
Pero la psique tiene tres facetas: la comprensión, la emoción y la voluntad. Esto tenemos que acordarnos siempre. Por eso el corazón unas veces expresa compresión, otras emoción y otras voluntad, puesto que es la cara de la psique.
Así, por ejemplo, sobre la emoción la Santa Escritura escribe: “Amarás a Dios con todo tu corazón” (Deut 6,5 Lc 10,27 Mrc 12,30). Aquí la palabra corazón, si la tomamos con su principal significado, es decir, como emoción, es como esto que a veces decimos: “te tengo en mi corazón”.
Sobre la diania (mente, intelecto) dice el Señor: “¿Por qué vosotros os recordáis de las cosas malignas de vuestros corazones?” (Mt 8,4). El verbo recordar expresa una cualidad de nuestra mente. También el Señor pregunta: “¿Por qué estáis turbados, y bajan a vuestro corazón estos pensamientos?” (Lc 24,38). Aquí presenta el corazón como unido con diania (mente, intelecto), se expresa la faceta de la energía de la mente unida al corazón. Esto también es muy importante.
Y sobre la voluntad leemos: “Amarás al Señor con toda la fuerza y energía de tu voluntad” (Mrc 12, 30). Aquí se expresa el corazón como voluntad la voluntad (y como muy finamente la dice san Máximo el Confesor la voluntad es potencia y energía).
Y estas tres cualidades o energías, están resumidas en el primer mandamiento, que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu psique, con toda la fuerza de tu voluntad y con toda tu diania-mente” (Lc 10,27). Las pone todas. Aquí se cubre todo el campo de las fuerzas y energías de la psique humana. Precisamente debe cubrir también el cuerpo, no sólo la pureza del corazón. Lo veremos esto.
Corazón pues, significa lo interior del hombre: la comprensión o entendimiento, la emoción y la voluntad. Estas cosas deben estar limpias, sanas, por supuesto con el cuerpo.
¿Ahora cuál es esta pureza, limpieza o catarsis del corazón, puesto que el corazón reúne todas las facetas de la psique? Su limpieza, catarsis o sanación es espiritual e interior. Es pureza y claridad de la psique, que disuelve y destruye la suciedad y la porquería que ha creado el pecado. Es el hombre íntegro, el correcto, el hombre sin maldad. Una vez el Señor, cuando vio a Nathanael, después de la invitación que le hizo Felipe, había dicho: “he aquí un hombre sin malicia” (Jn ,48). ¡Esto es un gran título de honor! ¡Qué magnífico es que nos diga el Señor que soy un hombre sin malicia!… El hombre sin maldad es recto, sincero en sus praxis e intenciones, es decir, es puro y claro; es un hombre bello, tal y como salió de las manos de su Creador, como era el primero en ser creado Adán antes de pecar. Los antiguos helenos decían: “hombre gratificado, bello”. Es cierto que tenemos hombres y mujeres, chicos y chicas que viven en este estado, y uno los ama mucho, demasiado… ¡Uno realmente se revela ante ellos!
Pero vamos a ver ahora las cosas parcialmente.
En principio sobre la pureza de la comprensión, entendemos los pensamientos y recuerdos limpios y las fantasías e impresiones limpias, puras, no sucias.
¿Podemos imaginar, queridos míos, cuál era realmente la Zeotocos? ¿Si pidiésemos decir gratificados, bellos algunos hombres que tienen pureza del corazón, entonces la pureza del corazón de la Zeotocos cuál sería?… ¡No podemos captarlo esto con nuestra mente, no podemos percibir la magnitud de la pureza de nuestra Panayía (santísima)!… ¡Es imperceptible e inconcebible! Y para que se crea que yo lo entiendo así, os recuerdo que también ¡el mundo angelical se revela ante ella! Estas expresiones de que “es la más honrada que los Querubín y la más glorificada incomparablemente que los Serafín y más amplia que los cielos” y es… y es… no son expresiones poéticas, son realidad. ¿Decidme, pues, cuán pura sería la mente de nuestra Panayía?.. ¡Reamente es inconcebible!
Es decir, la diania (mente, intelecto) está liberada de falsas ideas, engaños, supersticiones, o planes pecadores, criminales y malos pensamientos en cómo vamos hacer el mal al otro.
La falta de ocultación de los pensamientos manifiesta mente pura y clara. Cierto que nuestra Panayía no decía nada sobre su Anunciación, ni siquiera de su padrino José. Pero allí estaba el plan de Dios, no debía decir nada. Era un misterio de Dios, era el misterio de los misterios en el sentido místico. Pero el hombre generalmente oculta sus malos pensamientos; uno no sabe qué cree uno y cuáles son sus intenciones. Tenemos personas de este tipo, y decimos: “Cómo voy a confiar a este hombre… Si no sé qué cree y cuáles son sus ideas”…
Pureza, claridad en su mente tampoco tiene el hombre orgulloso, este que es altanero. La Santa Escritura dice: “El sucio para el Dios es todo aquel de corazón altanero, orgulloso” (Prov 16,5). Por consiguiente un hombre de este tipo no tiene pureza ni claridad.
Vamos a ver ahora la pureza en el espacio de la emoción. Aquí entendemos los sentimientos y las emociones puras de la agapi-amor, la filoxenía-hospitalidad y la magnanimidad. El interés o provecho propio en el espacio de la emoción es infundado. No debemos mover el recelo o sospecha de los demás, de modo que digan: ¿por qué esta persona es tan magnánima, quizá tenga algo en su mente, quizá piensa por su propio interés? No, simplemente queremos ser magnánimos.
El pundonor (buena intención), esta bella virtud prevalece al hombre con pura emoción, prevalece sin egoísmos. La buena intención prevalece en todo y reina la santidad.
Finalmente, ahora vamos al espacio de la voluntad. Por supuesto que la voluntad es libre y siempre se mueve al espacio de la voluntad de Dios. El hombre no se presiona, si quiere acepta y si no quiere no acepta la voluntad de Dios. Así que la pureza de la voluntad es que podamos identificar nuestra voluntad con la voluntad de Dios. El Cristo en Su oración sacerdotal decía: “…además no como yo quiero sino como tú” (Mt 26,39 Lc 22,42). Es decir, el hombre con voluntad pura, clara hace lo que el Dios quiere por muy difícil que sea esto. No tiene voluntad propia; por eso sacrifica todos sus derechos y comodidades, no le importan sus esfuerzos, aún da hasta su sangre y su vida. Tiene una voluntad libre de consentimientos, comodidades y decisiones pecadoras, es realmente una voluntad limpia, pura y clara.
Y todo esto, en este breve análisis que hemos hecho sobre las tres partes de la psique, está resumido sin agotarse en aquello que dice el apóstol Pablo a los Filipenses: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad… y haced. (Fil 4, 8-9). Es decir, en otras palabras, el apóstol Pablo aquí quiere recalcar el valor de esta bienaventuranza. “Bienaventurados los sanados, puros, limpios y claros del corazón, ellos contemplarán a Dios”.
Pero tenemos también una pureza especial del corazón. San Juan el Crisóstomo sobre esto escribe: “Puros aquí se dicen aquellos que han adquirido la virtud completa –por la que hablaremos más abajo- y que no piensan nada vilmente con mala astucia y viven con pureza en la psique y el cuerpo. Atención a esto, debo decir que aquí hay una percepción curiosa.
Una vez hablaba con un médico. Yo era aún laico y muy joven, y me decía que no tiene ninguna relación la pureza de la psique con la del cuerpo; y me dijo como ejemplo María Magdalena, diciendo que no tenía el cuerpo puro. Decía que era pura en la psique, porque siguió al Señor, pero no al cuerpo, y sostenía que son dos cosas distintas. En principio cometía un error, porque María Magdalena nunca fue inmoral, nunca fue prostituta.
Pero no nos engañemos, si uno no tiene el fondo de la pureza somática no puede desarrollar ninguna virtud, y sobre todo la pureza de la psique. De ninguna manera. Y la pureza es un elemento importante, tanto para la psique como para el cuerpo. Atención a esto, psique y cuerpo.
El hombre tiene de Dios dos tesoros: la fe y la pureza. Si uno pierde la pureza entonces la fe se pierde por sí sola. Atención aquí algo muy importante. Un sabio decía que cada vez que tocaba el tema de la pureza tenía dudas sobre los dogmas de la Iglesia y la Fe. Esto es muy verdadero. Nunca escucharéis a un o una joven puros de corazón, pureza verdadera –porque no caen en pecados- que os proyecten temas de dudas sobre la fe, ni de ateísmo que es peor. Aquel que ha perdido la pureza, éste tiene dudas sobre la Fe.
Pero aquí hay un mecanismo que comenta san Juan el evangelista: “Porque todo hombre que obra mal odia y detesta la luz y no viene a la luz para que no sean reveladas y juzgadas sus obras malas” (Jn 3,20). Este es el mecanismo. Desde el momento que quieres y cedes a la inmoralidad, empezarás a proyectar dudas: ¿Existe el Infierno? ¿Seremos juzgados? ¿El Dios es Justo? ¿Resucitaremos?… esto es un proceso, un mecanismo de praxis y loyismí (pensamientos, reflexiones e ideas).
Por eso tenía razón aquel que decía que desde el momento que se culpó en el tema de la pureza entró en dudas sobre temas de Fe. ¡Hace falta pues, tener mucho cuidado! La pureza del cuerpo es condición básica para la santidad. Si uno no es puro al cuerpo tampoco puede convertirse en santo. No, no se puede sino sólo si se arrepiente y hace la metania.
Por eso la pureza del cuerpo es el aspecto negativo de la santidad. El Apóstol Pablo dice: “pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1Thes 4,3).
Pero debemos ver también sobre una pureza del corazón general. San Crisóstomo nos habló de una virtud general, una santidad íntegra, pero también de una especial, que se refiere al tema del cuerpo. La totalidad de la virtud crea una pureza, y sobre todo de la parte positiva. La relación de la pureza del corazón y la contemplación a Dios, nos será explicado por un texto del siglo III, que es del Teófilo de Antioquía. Es la primera de las tres epístolas que había mandado aun tal llamado Aftolikos. Escuchad lo que dice: “Si me dices: muéstrame tu dios; yo te diré que me muestres quién eres, y entonces te mostraré mi Dios. Porque el Dios se manifiesta sólo en aquellos que pueden verle y tienen los ojos de su psique abiertos, y no a los que sus ojos se han inundado por las praxis del pecado y la mala astucia. Tal y como es un espejo lustrado, así también el hombre debe tener el corazón”. Si un espejo no está bien lustrado o abrillantado los rayos no se reflejan.
Apuntad que todas las energías increadas de Dios vienen a nosotros y las recibimos y aceptamos reflejándolas hacia el Dios. Por ejemplo. Si me manda la energía increada de la fe, y yo la acepto, si mi espejo está limpio, la reflejo en retorno a Dios. Reflejo hacia Dios quiere decir acepto, hablo y creo. Así también la pureza. Por eso aquí el Teófilo de Antioquía dice que depende en qué estado está todo tu corazón respecto a los pecados. “Muéstrame qué hombre eres y te mostraré mi Dios”. Es una respuesta fundamental: primero muéstrame qué hombre eres y después te mostraré mi Dios.
Aún tenemos un texto admirable de san Isaac el Sirio que nos habla sobre esta pureza: “En pocas palabras, ¿qué es pureza? Es el corazón misericordioso por toda la creación; es el corazón que arde en su interior por toda la creación, para los hombres, los pájaros, los animales, aún hasta los demonios… Y sólo porque uno recuerda todo esto y sólo porque lo ve, corren lágrimas de sus ojos… asimilando a Dios”. Veis, pues, que es pureza del corazón.
Este ardor del corazón sintieron también los dos discípulos en el camino a Emaús, cuando escuchaban las palabras de Jesús y dijeron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría el nus y la mente para entender las Escrituras?” (Lc 24, 13-35). Pero estos hombres, los dos discípulos de Cristo, vivieron la presencia de Cristo y sintieron esto porque tenían una pureza del corazón; ¿pero si uno fuera Caifás y algún Anás, sentirían lo mismo? ¡Capturarían otra vez a Jesús y Le volverían a crucificar!
Y la recompensa de los que tienen el corazón puro, limpio y claro es que verán a Dios; “ellos contemplarán a Dios”.
Hemos visto que san Isaac identifica la pureza con la agapi (amor desinteresado). Y como “el Dios es agapi”, por eso contemplarán, verán la cara, el rostro de Dios, es decir, la doxa (gloria, luz increada) de Dios, aquí en la tierra y también en el cielo. Aquí “como en espejo en enigma” y allí al Cielo “cara a cara” (1Cor 13,12). Lo siento que no tengo mucho tiempo para hacer un análisis más extendido.
Nos dice san Juan: “2 Queridos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos, contemplaremos tal y como Él es.
(2 Queridos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado qué seremos al futuro. Pero conocemos que cuando Cristo se manifieste con toda su doxa-gloria y jaris-gracia, nosotros también nos convertiremos y seremos semejantes a él en doxa y jaris increadas. Entonces lo veremos y contemplaremos tal y como es con su doxa y jaris que también será nuestra doxa y jaris increadas.)
3 Y todo el que tiene esta esperanza en Cristo hace su catarsis y se purifica de cualquier pecado convirtiéndose puro tal y como él es, y sólo ellos lo contemplarán, verán. (1Jn 3,2-3).
Y en su Apocalipsis 22,4 san Juan dice que veremos Su rostro.
¿Pero cómo se ve el Dios aquí? Eso se hace internamente, desde el fondo – siempre discerniendo la esencia de la doxa (gloria, luz increada), claro está si podemos discernir estas dos. Uno da su vida por un martirio; pero si no viera a Dios no la daría a favor de Él y sobre todo en forma de martirio.
Aún el Dios se ve con Sus intervenciones en la historia, como en el mar rojo. Moisés se llama θεόπτης (zeóptis) visionario de Dios. El protomártir Esteban se dice que vio la doxa de Dios (Hec 7,55).Todos los Santos tienen experiencia de la contemplación de la doxa increada de Dios, y generalmente de Sus energías increadas.
Queridos míos con absoluta convicción y sentimiento oremos por aquello que oraba también David: “Oh Dios crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo” (Sal 50,12). Amín.
Bienaventurados y felices los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; (Dichosos los que a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios)
Queridos míos, en un museo hay un cuadro, una pintura de oleo que representa una tormenta del mar. Olas salvajes, nubes negras y fuertes esplendores marcan al cielo. Restos de un naufragio flotan en las espumas del mar, y de vez en cuando aparece una mano saliendo del mar pidiendo desesperadamente ayuda. Fuera de la superficie del mar está proyectada una roca que rompen las olas. En una oquedad de la roca existe un poco de verde, y está sentada una paloma salvaje, serena e imperturbable por la tempestad.
Esta imagen manifiesta la paz que reina en la psique del Cristiano, que en las tempestades de la vida permanece sereno, imperturbable y pacífico, porque su paz es de Dios.
Por eso la séptima bienaventuranza dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Realmente el bien más precioso es la paz que sólo el Cristiano puede adquirir, como veremos a continuación en nuestro tema. El mundo esencialmente no tiene paz, tiene la desesperada preocupación, el estrés, la ansiedad y la angustia.
La bienaventuranza de los pacíficos y los pacificadores es fruto de los que tienen el corazón puro, limpio, sereno y claro; es decir, esta bienaventuranza es consecuencia de la anterior, que ya hemos analizado, y dice: “Bienaventurados los puros, limpios y claros del corazón, porque ellos contemplarán a Dios”. Por eso el apóstol Pablo apunta: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12,14).
Aquí vemos que el apóstol Pablo nos presenta dos elementos, la paz y la santificación, como condición para que uno vea el rostro, persona de Dios. Porque el rostro de Dios es el extremo realizable, es decir, el extremo anhelo humano. ¿Qué otra cosa quería ver y hacerme? Todos estos deseos son inferiores de este extremo, ¡ver el rostro de Dios! Esta contemplación, visión del rostro de Dios me da toda la bienaventuranza y felicidad.
Para que lo entendáis esto os diré un ejemplo con el sol. Cuando el sol nos manda un haz de rayos de luz, este haz es portador de muchas cosas, es portador de calor y de luz, de alteraciones químicas y mecánicas… Así pues la contemplación del rostro de Dios es portadora de bienaventuranza y felicidad, es lo que hace realmente al hombre feliz. Y esta bienaventuranza y felicidad no se puede entender aquí en la tierra sino sólo parcialmente.
¿Pero cómo va a tener el corazón paz si no tiene la santificación? Antes debemos hacer la catarsis de nosotros mismos, de todos los pecados psíquicos y carnales. Pecados carnales son la inmoralidad, de parte corporal. Es decir, si dejamos el sí mismo a moverse en la inmoralidad, no esperemos tener paz en nuestra psique y no esperemos ver el rostro de Dios, es imposible.
El Apóstol Pablo dice que sin la santificación nadie puede tener paz ni visión de Dios. Nada. Como sois jóvenes os ruego que tengan atención a esto, principalmente a los pecados carnales, puesto que existe siempre esta tendencia hacia el mal, por supuesto a causa de nuestra naturaleza caída. Insisto en esto porque insiste el logos de Dios, y la experiencia esto nos dice.
Pero también los pecados psíquicos como la soberbia u orgullo jefe de todos, envidia, odio… todos estos pecados psíquicos impiden la paz en la psique del hombre.
¿Pero qué es exactamente la paz?
Paz es una relación bondadosa de dos personas o grupos de hombres, y allí se busca el mantenimiento y estabilidad de la serenidad, la tranquilidad y el acuerdo. Es decir, todos tener el mismo espíritu, y esto siempre con la dimensión de la agapi cristiana. Porque también los ladrones tienen algún acuerdo entre ellos, pero no tienen el espíritu de Dios y por supuesto no tienen agapi. Ellos se ponen de acuerdo para el mal; pero el acuerdo de los pacificadores está en el espíritu de la agapi, en el espíritu de Cristo.
Pacificadores se llaman los que restablecen la paz entre dos grupos o personas enfrentadas. El que trae la paz, el que reconcilia, este se llama pacificador. Pero para que uno sea pacificador, por supuesto el mismo debe tener paz, que sea hijo de la paz y esto es muy grande. Esta expresión “hijo de la paz” tiene un gran significado (Lc 10,3 Mt 10,16).
El Señor dijo una vez a Sus discípulos: “En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros” (Lc 10, 5-66). Veis pues que significa hijo de la paz.
La paz se manifiesta en tres partes. Una es cuando existe paz entre el hombre y el Dios. Después es la paz entre las propias fuerzas del hombre, como veremos más abajo. Y finalmente es la paz del hombre con su semejante.
Vamos a ver primero la paz del hombre con el Dios.
Por supuesto que el Dios siempre quiere que el hombre tenga paz, pero el hombre no siempre lo quiere esto. Esta paz del hombre con el Dios es realización y aplicación del himno angélico del Génesis, “y la paz en la tierra” (Gen 2,14).
Esto está muy malentendido. Muchos creen que esta “la paz en la tierra” es la que cesaría las guerras sobre la tierra. Pero no es esto, sino la paz del hombre con el Dios, porque una vez el hombre en la persona de Adán y Eva, pidió ser autónomo, desertando de Dios. Sin embargo, el mayor pecado es esta autonomía del hombre de Dios; es decir, que digamos: ¡Dios no te necesito. Para qué. ¿Para qué me sanes?… No. ¡Tengo la ciencia médica! ¿Para qué me des de comer? No. ¡Tengo mi salud, basta que esté lleno mi bolsillo y produzcan mis tierras!
Lo insensato que llega a ser el hombre que piensa así, no hacen falta comentarios. El hombre en su arrogancia se convierte insensato, necio y ve las cosas así. Lo de “paz en la tierra”, pues, es la realización del himno angélico, es decir, que venga la reconciliación del hombre con el Dios. Si cada persona se reconciliara con el Dios, automáticamente tendríamos también la paz sobre la tierra. No habría guerras, no tendríamos discordia, ni todas estas cosas…
Así que no nos creamos que lo de “paz en la tierra” fue malogrado, porque hace ya dos mil años continúan las guerras sobre la tierra. Exactamente porque existe esta mala interpretación –totalmente mal interpretada, fuera del espíritu de Dios- por eso los hombres, los negativos, aquellos que insisten en su autonomía llegan a decir que el Cristianismo ha quebrado y que no nos ha dado lo que esperábamos, y por eso nos vamos del asterismo del Piscis al asterismo del Acuario y construimos la Nueva Era (New Age). La Nueva Era es esta: “Cristo Jesús, en dos mil años no has conseguido nada. Ahora nos vamos al otro Cristo, -Cristo significa Mesías- al otro Mesías, es decir, al Anticristo. ¡Es terrible! El corazón del tema del Anticristo y de su aceptación está en esto que os digo ahora: “No nos has dado y nos vamos allí”. Lo dijo el mismo Cristo: “si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis” (Jn 5,43). Y como los hebreos estaban torcidamente posicionados, creían que el Cristo vendría a imponer paz sobre la tierra, pero en el sentido que aquellos querían, es decir, la política, la nacional, la económica… y no en el sentido de reconciliación del hombre con el Dios, es decir, dejando de existir el pecado sobre la tierra.
Esto lo repito, es el corazón, el núcleo de la presencia del Anticristo y su aceptación. ¡Esto es toda la historia, esto es todo!
Pero aquella paz que fue adorada y cantada por los santos ángeles era la paz por excelencia.
Cuando el Dios creó al hombre, no le ha dejado solo, aunque se suponga que estaba en el Paraíso. El Dios buscaba siempre tener comunión, conexión con el hombre y tener relaciones amistosas con él; lo subrayo: amistosas, y esto por supuesto permanecería si los primeros en ser creados, Adán y Eva, tuvieran paz y santidad del corazón.
Desgraciadamente esta santidad se perdió rápidamente, porque quisieron, como os dije antes, autonomizarse. Así simultáneamente se fue también la paz.
Acordaos cuando el Cristo apareció por una vez más dentro al Paraíso… diciendo aquello: “Adán, dónde estás” (Gen 3,9). ¡Tal y como el visitante toca la puerta de la casa y no tiene contestación, porque el dueño se va corriendo a esconderse al sótano de la casa! Así se justifica también el diálogo entre Dios y el hombre. “Adán, ¿dónde estás? ¿Por qué te has escondido? –Estoy desnudo por eso tengo vergüenza” contesta Adán. “¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Quién ha venido y te ha susurrado en la oreja de que estás desnudo?” ¿Veis? qué relación amistosa.
Ahora el Dios Logos visita otra vez al hombre; se hace hombre y viene más cerca para decir: “Pero vosotros (por los que yo me sacrifico) sois mis amigos y seréis siempre mis amigos si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,14). Y esta amistad perdida se reencuentra con la santificación.
Insisto en el tema de la santificación, porque el Señor ha dicho: “Todo esto que os he dicho, os pido que lo apliquéis”. Esto es la santificación que trae la apocatástasis (restablecimiento) de la amistad. Por eso, el Profeta Isaías que recibe y acepta al Señor, dice: “Señor danos la paz, porque todo esto que tenemos Tú nos lo has dado” (Is 26,12).
Los sacrificios de la antigüedad, que se llamaban hecatombes, porque se ofrecían cien bueyes, -los sacrificaban encima de una madera que estaba puesta encima de un riachuelo, por debajo estaba aquel que quería expiarse ante el Dios, recibía la sangre de los animales sacrificados- pero también los cultos de los pueblos de la tierra no manifiestan otra cosa que la búsqueda y el restablecimiento de esta paz entre el hombre y el Dios, que se había cortado.
No se ha encontrado ningún otro anhelo en la psique humana que sea tan profundo como el anhelo de la paz.
Y la perspectiva de los pacificadores es reconciliar a los hombres con el Dios, conduciéndoles otra vez cerca de Él. ¿Hombre por qué te has largado de Dios? Vuelve atrás, no peques. Esto por supuesto no lo puede hacer el pacificador, si el mismo no tiene la paz.
En la parábola del hijo pródigo uno ve como se proyecta este regreso y restablecimiento. Con la metania del pródigo retorna la paz (Lc 15,11-35).
Esto lo encontramos hoy al Misterio de la Metania y Confesión, que es el misterio por excelencia de la reconciliación con el Dios. Yo personalmente como clérigo que soy y ejerzo el misterio de la Confesión, tengo la profunda conciencia que cuando los hombres vienen a confesarse, yo me convierto en pacificador, reconciliador entre el Dios y los hombres que han pecado. Cuando uno se arrepiente y se confiesa, se reconcilia con el Dios. El Pnevmatikós (guía confesor y espiritual) pues, es el reconciliador y pacificador. Es muy importante esto y os dije que tengo gran conocimiento sobre el tema.
Ahora vamos a ver la paz con nosotros mismos.
El hombre después de su caída, en la persona de Adán no está simplemente dividido, sino hecho pedazos. Especialmente el hombre contemporáneo es una personalidad hecha pedazos, y aquí está la tragedia del hombre actual.
Así que tenemos conflictos terribles, es decir, conflictos de comprensión o entendimiento, emoción y voluntad. Estas son las tres fuerzas de la psique que se chocan entre sí. Pero la psique choca también con el cuerpo.
Tenemos aún el choque de nuestros deseos personales y la ley de Dios. La ley de Dios dice esto, pero yo hago algo distinto.
Aún en nuestro interior existen anhelos insatisfechos. Quisiéramos conseguir esto o aquello y no lo conseguimos, pero a pesar de esto los anhelos persisten como sea quieren ser realizados. ¡El resultado quizá sea que nos encontremos en una clínica neurológica!
Por eso hoy tenemos muchos hombres que tienen trastornos psicológicos, conflictos y problemas como nos acostumbramos a decir, principalmente en la juventud. No hay paz entre las tres fuerzas de la psique, la comprensión, la emoción y la voluntad y entre la psique y el cuerpo.
Pacificador aquí puede ser otra vez el mismo guía confesor, pero básicamente os diría que somos nosotros mismos. El hombre debe de entender porqué choca con esto o con lo otro dentro de sí mismo, señalar estos conflictos y acercarse al Señor para restablecer la paz entre estas fuerzas divididas, es decir, estas cosas contrarias de su psique que ahora están en conflicto. Sí, y estas cosas como os he dicho son deseos, anhelos de placeres insatisfechos.
Tenemos que decirnos a nosotros mismos: “Vamos a ver, ¿no estás contento que tienes sólo esto? ¿Quieres también aquello o lo otro? Y si no lo consigues no se va a perder el mundo. Elena Keler decía: ¿Por qué tengo que persistir tocando una puerta que está cerrada, cuando al lado de esta hay otra abierta? ¿Por qué queremos como sea conseguir algo y si esto no es posible, puede ser que lleguemos hasta el suicidio? ¿Por qué?
Zigavinós nos dice: Tienes que pacificar la voluntad de tu cuerpo con la voluntad de tu psique, y así someterás lo peor y menor al mejor y mayor, el cuerpo a la psique, y toda tu existencia a Dios. Si lo haces esto entonces seguro que tendrás paz.
Corazón que “está afanado y turbado con muchas cosas” como dijo el Señor a Marta (Lc 10,41), tiene la paz perdida. Al corazón que no cree en la providencia de Dios no puede asentarse la paz. Corazón que se autoengaña a sí mismo separándose de la gracia y la voluntad de Dios para entregarse a su propia voluntad es un corazón que ha perdido la paz. Corazón que se ha perdido a sí mismo, entonces está perdido totalmente. Dice el libro de los Proverbios: “Hay de aquellos que han perdido sus corazones”.
Finalmente tenemos también la paz con los demás hombres. La raíz de todo conflicto, división y enemistades es el egoísmo y la filaftía (egolatría). La filaftía que es la satisfacción del yo, toma muchas formas; y a veces se presenta como reivindicación de los intereses, otras como honor, estima y reputación, y otras como búsqueda de placer (hedonismo). ¿Sabéis cuántos llegan aún hasta matar, porque no se satisfacen sus placeres? Así el hombre apenas sea privado algo de estas cosas, enseguida se enemista, discute, riñe, odia y codicia.
Qué dimensiones puede tomar una situación así, si alguien no interviene, no hace falta que lo diga. El hombre que ayudará aquellos que están en división es el pacificador.
Pero para que uno sea pacificador tiene que aspirar a su eterno prototipo (modelo), a Cristo. De allí absorberá paz, porque el Cristo “es nuestra paz” (Ef 2,14), como dice el apóstol Pablo a los Efesios.
Y el Señor dijo: “Me voy y os dejo la paz, os doy mi profunda y verdadera paz; no como este mundo la da que es hipócrita, engañosa e inestable. No estéis angustiados, ni tengáis temores interiores, tampoco estéis acobardados en vuestros corazones por miedos y amenazas exteriores” (Jn 14,27).
¿Y cuál es la recompensa de los pacíficos y pacificadores? “Ellos serán proclamados hijos de Dios” (Mt 6,9), aquí en la tierra y también en el Cielo. Esto será el gran premio de los pacificadores: ¡la adopción, el hacerse hijos de Dios! E hijo de Dios significa también hermano de Cristo, heredero de Cristo y de Dios, “coheredero de Cristo” (Rom 8,17) como dice san Pablo.
Amigos míos, ¡es un gran premio honorífico que uno sea pacificador, no en temas de la paz del mundo, sino en temas de la paz de Dios! Por eso de cualquier manera debemos encontrar la paz y ejercerla como pacificadores. Que seamos siempre como el Dios nos quiere, y entonces estamos expresados por la bienaventuranza: Bienaventurados y felices los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; (Dichosos los que a su interior por su santificación tienen la paz y la transmiten también a los demás, pacificándolos entre sí y con Dios, porque ellos serán reconocidos y proclamados en el mundo celeste hijos de Dios) (Mt 5,9). Amín.
Bienaventurados y felices seréis los perseguidos por ser justos, virtuosos y perfectos cristianos, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos.
Queridos hermanos, continuamos el tema sobre las bienaventuranzas. Nos encontramos a la octava que dice: “Bienaventurados y felices seréis los perseguidos por ser justos, virtuosos y perfectos cristianos, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos”. Diríamos que serán felices si aplican las siete bienaventuranzas anteriores. El Dios les estará bendiciendo, y los hombres les estimarán especialmente. En la vida serán un ejemplo bello y vivo para imitación. Así podemos imaginarnos para aquellos que han aplicado hasta ahora las siete bienaventuranzas.
Pero desgraciadamente las cosas no son así. Aquí en primer lugar hay el comportamiento más curioso e inexplicable. Apenas el hombre empiece vivir la vida espiritual ortodoxa, incorporado exactamente en el espíritu y espacio de las siete primeras bienaventuranzas, empieza una guerra imparable por el Diablo y las personas aquellas que pertenecen en él y funcionan como sus instrumentos, tal y como se refiere la Sabiduría de Salomón (Sab Sa 1,16).
Aquí inmediatamente ahora intentaremos a analizar y comprender por qué estalla esta guerra contra los hombres espirituales ortodoxos, mientras que esperaríamos que fueran el ejemplo de vida en nuestro conjunto social.
De todos modos es cierto que el Señor estos “perseguidos”, es decir, los que han sido perseguidos y lo que están perseguidos los bienaventuriza, bendice y los considera felices y los promete Su propia Realeza increada. “Bienaventurados y felices seréis los perseguidos por ser justos, virtuosos y perfectos cristianos, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos”, dice la octava bienaventuranza. Pero atención: no los “perseguidos” a causa de conductas políticas o cualquier otra cosa, sino “a causa de la justicia”.
¿Pero cuál es el sentido de la justicia aquí por la que serán perseguidos?
Tal y como hemos visto en la cuarta bienaventuranza, justicia, en el sentido amplio de la palabra significa la santidad. En el sentido estrecho es que uno quiera apoyar algo justo. Por supuesto que esto también es, pero aquí esencialmente es en el sentido de la santidad. Es como la palabra justo, que en el Antiguo Testamento significa santo; es decir, aquel que vive y funciona de acuerdo con la ley de Dios. Si en la cuarta bienaventuranza bienaventuriza, bendice a los que tienen hambre y sed para la perfección espiritual, aquí bendice, bienaventuriza y considera felices los que están estables, firmes en esta conducta y virtud, es decir, la santidad. Atención: no es que uno solamente sea santo, sino que sea firme en esto, aunque se haya ejercido persecución contra él.
Aquí pues, no bienaventuriza, bendice como en la cuarta bienaventuranza simplemente a los que tienen la justicia, es decir, la santidad, sino aquellos que permanecen estables, firmes en mantener esta cualidad de hombre santo. Porque no es tan grande el arrepentirse y confesarse como el permanecer firme en tu inicial conducta y virtud. Es muy importante. ¡Tenemos casos y de vosotros los jóvenes que muchos han recibido el logos de Dios, pero finalmente pocos han permanecido estables! El Dios me ha hecho digno de ser catequista –unos 50 años más o menos- y desde los 19 años que empecé- esto lo he comprobado muchas veces.
Por supuesto que alguna vez puede fructificar y prosperar aquello que han recibido. Digamos como el trigo cuando lo tenemos en el saco del almacén no brota, porque no ha caído en la tierra. Lo mismo también aquí. Estos jóvenes no han permanecido estables, firmes. Nosotros tenemos el mandamiento simplemente sembrar, y lo que pasará posteriormente se deja a la jaris (gracia increada) de Dios. Por lo tanto, tenemos situaciones, gracias a Dios que nuestra catequesis no ha sido vana; pero tenemos también hombres que como han sufrido algunas persecuciones en sus vidas no han vuelto. ¡Qué pena!
Así diríamos que muchos empiezan pero pocos terminan. Escuchadlo bien esto que os he dicho y se pregunte cada uno a sí mismo: “¿Si acaso yo empiezo, pero terminaré?”. Os recuerdo aquella parábola del constructor de la torre, que dijo el Cristo para uno que había comenzado a construir la torre pero no se sentó a calcular el coste: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar” (Lc 14,28-30).
Queridos amigos míos, la formación de uno mismo cuesta mucho. La Justicia –en mayúscula- es decir, la santidad cuesta, no solamente como uno la aplicará, sino también como la mantendrá hasta el último respiro. ¡Cuesta!
El caso es que uno permanezca estable y valiente en su vida espiritual ortodoxa, a pesar de los impedimentos que aparecerán. Esta es la gran hazaña. Principalmente no como en un momento comenzarás sino cómo acabarás. Que lo sepamos esto.
El caso de la estabilidad nos recuerda aquella categoría de oyentes que dijo el Señor en la parábola del sembrador, que por un momento empezaron a entusiasmarse con el logos de Dios, pero la siembra cae en la roca. Finalmente aquí también brota “pero como no tenía humedad” (Lc 8,6) por abajo se seca. Así empieza uno pero no completa.
El logos de Dios empieza a fructificar en los corazones de los hombres; pero apenas aparezca la persecución, rechazan y desestiman a Cristo, y entonces se acercan al mundo, se concilian y se conforman con él. ¡Pero es una desgracia esto!
¡Una vez tenía un alumno en la escuela catequética que después haciéndose mayor se afilió a la masonería, únicamente porque sus intereses declinaban hacia allí! Es terrible esto.
Por eso de verdad os digo que en todos estos cincuenta años hablaba a los hombres sobre la Masonería, solamente para que sepan si les ocurre alguna dificultad en la vida no caigan y sean víctimas de las redes de la Masonería y sus conexos.
El Apóstol Pablo indirectamente lo escribe en su epístola a los Hebreos que los cristianos de Jerusalén antiguamente tenían una estabilidad en la santidad, en cambio ahora han aflojado. Siempre debemos tener miedo al aflojamiento. Apenas percibamos este aflojamiento, decir: ¿Qué hago, a dónde voy? Escribe pues, el Apóstol Pablo: “Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi psique. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación de la psique” (Heb 10, 32-39).
El Dios nos dice que si alguien se acobarda y es indeciso o si se agobia y disminuye psicológicamente mi psique no se agrada en él. Y Pablo nos dice que no somos hijos de este retroceso que conduce a la perdición, sino hombres de la fe para “psicoterapiar” sanar y salvar nuestras psiques. ¡Este retroceso y cobardía realmente es una cosa muy mala!
Debemos decir que este transfuguismo de las órdenes de Cristo, este retroceso de la fe y la vida espiritual ortodoxa, a causa de la cobardía –porque allí está la raíz, donde está la cobardía- es castigado por el Dios.
Y en el libro del Apocálipsis el Cristo dando su testimonio, dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc 21,8). Y esto es el Infierno, la segunda muerte que es la peor.
Seamos, pues, atentos en el tema de la cobardía. Desde ahora ejercitarnos a expulsarla en todos los ámbitos de nuestra vida, primero y principalmente en la vida espiritual ortodoxa. Aunque se rían de nosotros no lo tengamos en cuenta. Saben que muchos paran su vida espiritual, pierden su pureza –lo veremos más abajo esto- única y exclusivamente para que los demás no se rían o burlen de ellos, sus compañeros en el colegio, en el ejército, en el trabajo y generalmente los hombres de su ambiente. Todas estas cosas traen retroceso a los hombres porque tienen cobardía, no pueden soportar las burlas.
Pero pregunto lo siguiente: ¿Si uno es personalidad que puede sostenerse, esto va a tener miedo? ¿Y por qué no toma una actitud dinámica y no pasiva? Debe luchar. Demostrar que los demás se burlan y atacan aquel que tiene valor y dignidad, en cambio al que se merece la burla es aquello que ellos viven. Sí, pues, no retroceder, ni encogerse ni tampoco recogerse y retirarse. Pasar al ataque. Demostrarlos que nos eres merecedor de burla. De todas formas, que tengamos atención, cuidado en esto en cualquier ambiente que nos encontremos, en nuestra casa, en la escuela, en nuestro trabajo en cualquier lugar. ¡Que se burlen, que digan lo que quieran, no debe afectarnos!
Hijos míos, comprobarlo esto. Permaneced estables, firmes a la ética y conducta evangélica, y seréis reconocidos y bendecidos cien por ciento, porque el Dios os estará dando fuerza y energía. Y alguna vez de repente el Dios en este mundo no en el otro, os mostrará que habéis escogido el camino correcto y no el equivocado, y que aquellos que se burlaban anteriormente un día vendrán para deciros: “Tenías razón. Es bueno el camino que has tomado. Nosotros nos hemos engañado y equivocado”. El Cristo esto lo dice en el libro Apocalipsis, en una de las epístolas a las siete Iglesias de Asia Menor: “he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado” (Apoc 3,9), habla sobre unos hebreos. Sí, vendrán un día que te dirán: “tenías razón”.
De todos modos la Historia es testigo de que los santos y los virtuosos son perseguidos. Y lo característico es que esta historia empieza desde el amanecer del género humano sobre la tierra, con el fratricidio del justo y virtuoso, es decir, del divino y santo Abel.
¿Eres puro, casto? Hay una manera para que te sustraigan lo que tienes, única y exclusivamente para que seas semejante a los demás, esto es persecución. ¡Porque persecución es que te sustraigan tu pureza, castidad o candidez, no es solamente que te persigan detrás! Si te sustraen la pureza es otro camino de persecución. Esto se hace única y exclusivamente para que no difieras de lo que hacen los demás; esta es la psicología de ellos, es decir, hacer lo mismo que los demás hacen. ¿Aquí tienes el valor y la fuerza de decir no? ¿Y si no tienes la fuerza a confesar, por lo menos tienes el valor y la fuerza de permanecer estable, firme y decir no? Yo diría que son dos campos: permanecer firme, estable, y, el otro confesarlo. Es como os he dicho antes, la actitud dinámica que tenemos que tomar ante aquellos que intentan sustraernos lo bueno.
Recordemos también aquella historia característica de José el bueno, se repite continuamente, cada día.
¿Saben lo que dijo José el bueno cuando estaba presionado a perder su pureza? Y era un joven de veinte años, muy guapo y bello en la psique, tal y como dice la Escritura, no lo digo yo y no cayó. Y dijo a la degenerada señora y jefa suya: “¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?…” (Gen 39,9), y así José fue expulsado. Esto lo ha pagado con diez años de cárcel. Esto es persecución.
Aún, recordemos al profeta Helías que fue tan perseguido de aquella terrible reina Isabel.
También la conocida Susana, en el libro de Daniel- que prefirió la muerte en vez del adulterio, cuando la amenazaban y chantajeaban aquellos dos malignos presbíteros, hombres mayores que eran también jueces del pueblo.
Recordemos también Salomí la Macabea, que era madre de siete hijos, por su heroica actitud, cuando sus siete hijos junto con el maestro de ellos Eleazar dijeron no, no traicionamos la ley de Dios y todos tuvieron final martírico. (4Mac).
Aún, san Juan el Bautista recibe la muerte porque inspecciona y recrimina la perversión y degeneración del palacio de Herodes. Y sobre Juan, el Cristo dijo que no era “una caña sacudida por el viento”, era estable y firme.
Paro también el mismo Señor es perseguido y crucificado, porque es considerado de la clase o elit dominante de entonces.
Y los Discípulos, el protomártir Esteban, san Pablo, la nube de Mártires (Heb 12,1) y los Cristianos de todos los siglos y todas las épocas, por su virtud, su integridad y su honestidad, son presionados, privados y no toman aquello que les pertenece exactamente porque son cristianos.
¡Pero también el trabajador de hoy que está presionado a mentir, robar, o el niño que se le prohíbe de sus padres ir a la Iglesia y ser religioso por si acaso se convierta en monje!… Además se refiere en la Santa Escritura esto: “y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt 10,36). ¡Pensadlo bien esto!
Los creyentes, pues, son perseguidos. ¿Pero por qué?
Principalmente no se conforman con el mundo. El Señor en Su oración sacerdotal dice: “Yo les he dado la enseñanza de tu logos. Y el mundo del pecado los odió, porque por sus conductas y virtudes ya no son de este mundo pecaminoso, como tampoco yo soy de este mundo (Jn 17,14).
¿Pero qué importancia tiene si no están de acuerdo con el mundo? ¿En qué molesta a los demás esto? Entre los hombres que circulan existen ideas totalmente distintas, sin que nadie se incordie y haga la guerra por ellas. ¿No es cada uno libre de opinar? ¿Por qué no opinar?
Amados míos, la presencia del Cristiano ortodoxo para el mundo es algo revolucionario y molesto y aquí está lo interesante. El Cristiano ortodoxo silencioso se convierte en inspector de las praxis malas de los demás con su vida ejemplar. Se convierte luz que destapa toda la vida corrupta y viciosa de los otros. También convierte en pincho que pica molestamente la conciencia de los otros.
El virtuoso no debe existir para ellos. Buscan de cualquier manera hacerle desaparecer, como si quisieran hacer desaparecer sus conciencias. Por eso la Santa Escritura nos describe de manera magistral las voluntades de estos malos hombres. Permitidme deciros selectivamente con mucha brevedad sólo algunos puntos:
“Acechemos al justo, pues nos fastidia; se opone a nuestras obras, nos echa a cara las infracciones de la ley y nos acusa de traicionar nuestra educación. Presume de tener el conocimiento de Dios y se tiene por hijo del Señor. Es un reproche para nuestros pensamientos, aún el verlo nos resulta molesto. Porque su vida no se parece en nada a la de los otros, y son muy distintos sus caminos. Somos para él una escoria, se aparta de nuestros caminos como si apestasen. Proclama feliz la suerte de los justos y se gloria por tener a Dios por padre” (Sab. So 2, 12-16).
Y ahora viene la recompensa queridos amigos. ¡La Realeza increada de Dios es la recompensa de los justos!
“Entonces el justo estará en pie con gran seguridad frente a los que lo oprimieron y menospreciaron sus fatigas. Templarán con terrible espanto al verlo salvo contra toda esperanza. Se dirán llenos de remordimientos y gimiendo en el colmo de su angustia: «Éste es aquel de quien nos burlábamos y al que teníamos como objeto de irrisión. Necios nosotros, que tuvimos su vida por locura y su fin por deshonra. ¡Como fue contado entre los hijos de Dios y participa de la suerte de los santos! Nosotros perdimos el camino de la verdad, la luz (increada) de la justicia no nos alumbró y el sol no se levantó para nosotros» (Sab Sa 5,1-6). Esta es la realidad.
Queridos amigos míos, lo volveré a decir: “El mundo nos perseguirá, pero nosotros debemos permanecer, firmes, estables y seguros en nuestra fe y vida. Es aquello que escribe a los Corintios san Pablo: “Velad, estad firmes en la fe; portaos valientemente, y esforzaos” (1Cor 16,13). Porque esta es la voluntad de Dios para que os hagáis dignos de la octava bienaventuranza que dice: Bienaventurados y felices seréis los perseguidos por ser justos, virtuosos y perfectos cristianos, porque de ellos es y será la realeza increada de los cielos. Amín.
Bienaventurados y felices seréis los que os habéis convertido en mis discípulos cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros todo tipo de calumnias, difamaciones y mentiras por causa mía. Alegraos y deleitaos porque vuestra recompensa en los cielos será grande e incalculable. Porque también persiguieron a los profetas que ha mandado Dios antes que vosotros.
Queridos amigos míos desde entonces que ha venido el Señor en la tierra, el mundo se ha separado en dos campos: en aquellos que han creído y se hicieron Sus discípulos y en aquellos que Le han negado como Dios y han tomado una actitud enemiga hacia Él.
Toda esta situación la atribuye con la profecía san Simeón el Receptor de Dios – su onomástica la celebramos el día 3 de febrero- que recibió en sus brazos el recién nacido Jesús. Le llamó “signo contradictorio” (Lc 2,34). Signo quiere decir milagro y también elemento de referencia. Aquí mejor considerado es como milagro; un milagro que los hombres tomarán posición y actitud distinta ante Él; es decir, estará produciendo fe y también contradicción, infidelidad. Es muy natural, pues, que los que han creído en Jesús Cristo ellos también se conviertan en signos contradictorios en la Historia. Atención a esto, tenemos que concienciarlo.
El Cristo dijo lo siguiente: Acordaos siempre del logos que yo os he dicho: no es el siervo mayor que su señor. Si los hombres del mundo me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán; si guardaren mi logos, también guardarán el logos vuestro. Todas estas cosas las harán con vosotros por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. (Pero todas estas cosas las harán con vosotros a causa de la fe que tenéis por confesar y predicar en mi nombre, porque no conocen ni quieren conocer aquel que me ha enviado) (Jn 15, 20-21). Todas estas cosas sea aceptándolas, sea rechazándolas os las harán a vosotros por mi nombre, -el signo contradictorio.
Esto debemos conocerlo, sino de otra manera estaremos viviendo en un tipo de crisis en nuestra vida que muchas veces puede ser que no nos resulte en buen camino.
Así que la octava bienaventuranza, que hemos hablado la vez anterior, bendice y considera felices aquellos que están perseguidos por su firmeza y estabilidad en la santidad; la novena bienaventuranza bendice y considera felices aquellos que están perseguidos, difamados, burlados y calumniados a causa de la confesión a la persona divino-humana de Jesús Cristo.
Y ahora la novena bienaventuranza que es la última, nos dice: “Bienaventurados y felices seréis los que os habéis convertido en mis discípulos cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros todo tipo de calumnias y mentiras por causa mía. Alegraos y deleitaos porque vuestra recompensa en los cielos será grande e incalculable. Porque también persiguieron a los profetas que ha mandado Dios antes que vosotros” (Mt 5,11-12).
Aquí tenemos una confesión exterior con palabras y hechos. Esta misma actitud del hombre con sus palabras puede provocar. Es decir, aquello que os he leído la otra vez de que el creyente y piadoso “está visto como pesado, molesto”, aún hasta verlo, porque su presencia provoca control, inspección al ambiente. Por supuesto que esto es la mejor confesión de Cristo, es decir, vivir vida espiritual ortodoxa; y naturalmente en aquellos que caemos mal nos convertimos en escándalo para ellos.
Como ejemplo os digo así improvisadamente, ahora que es el Gran Cuaresma; si vamos a una cena por un difunto veremos que nos ponen carne. Existe esta costumbre mundana que debemos dar carne este día, aunque sea Gran Cuaresma. Si no lo hacemos esto es considerado por algunos como tacañería, que hemos invitado a los parientes y no queremos gastar en carne… y cosas así parecidas. Entonces caemos y comemos carne. Cierto que los parientes están llamados para orar a Dios por la psique del muerto. Pero exactamente de esta manera le entristecen. Si nosotros decimos que no comemos carne, aunque fue puesta en la mesa, dirán que les escandalizamos. Pero pregunto: ¿Señores, en qué os escandalizamos, en qué?
Como comprendéis el mundo es curioso. ¡Y el “mundo” está constituido de Cristianos bautizados! Hubo una vez que el cosmos-mundo no eran los bautizados Cristianos, y hablábamos de bautizados y no. Hoy la posición del mundo, en el sentido espiritual, lo contienen los hombres bautizados. ¡Es trágico!
Sin embargo, la novena bienaventuranza nos dice que nuestra confesión debe ser con obras y palabras. El mundo, a los que confiesan al Señor, se opone con las tres maneras que nos ha expuesto el Señor en la novena bienaventuranza.
La primera manera es la burla, es decir, “se burlarán, se mofarán o se reirán de vosotros”.
La burla es ironía, es decir, un arma muy fina en las manos de los hombres mundanos, un arma maligna, vil, artística, psicológica y efectiva. Dicen una ironía que es como si te dieran un navajazo y se van. Uno te tira un logos despectivo y ridículo, un insulto, una burla, un comentario socarrón que te pica y que muchas veces te afecta al centro de tu personalidad, de tu hombría o de tu dignidad en general. Toca las cuerdas finas de tu pundonor; en el fondo pica las cuerdas más finas de nuestro egoísmo, y esto vigilémoslo bien, porque es el punto principal.
Pero, si ocurre que tenemos egoísmo, es decir, que no nos hayamos limpiado o hecho la catarsis de nuestro corazón, entonces por supuesto que no tendrá buen término la confesión de Cristo; en alguna parte caeremos. Si no hemos hecho la catarsis de nuestro corazón, de modo que tengamos humildad, de modo que no proyectemos nuestro egoísmo, cuando el otro se burla y se ríe de nosotros, entonces lo tiramos todo. En este punto tened mucho cuidado. Generalmente en el ambiente de cada uno, en la escuela, en el ejército, en el trabajo…, cuando el otro nos dice algo nos picamos, e inmediatamente para que no parecer que somos inferiores ante los demás nos retiramos de la confesión de Cristo, olvidamos la novena bienaventuranza, porque la burla o la ironía de los demás ya nos ha segado, dominado y ganado.
Por eso diría que la burla es un arma muy bien psicologado y pensado por los hombres mundanos, y es muy vil, maligno y efectivo. Tengamos cuidado, no podemos empezar hacer de apologetas (confesores) de Cristo sin una elemental catarsis de la psique, de nuestro corazón. Tengamos cuidado pues. Necesitamos humildad y fuerza de la psique. Y todo esto única y exclusivamente porque somos cristianos ortodoxos, no hay otra razón.
En el palatino de Roma se encontró debajo del suelo –yo he visto la foto- una caricatura marcada que presenta un burro encima de la cruz, y abajo está la siguiente epígrafe: “Alexamenos respeta a Dios”. Obviamente el origen es de los soldados del Palatino, querían burlarse de algún compañero suyo cristiano. Marcaron pues, a Jesús Cristo como burro encima de la cruz, diciendo que el Alexamenos respeta a Dios, y este Dios no es otra cosa que el burro. ¡Imaginaos!…
Pero dentro de la cotidianidad tenemos incontables casos de este tipo, incluso hasta en nuestra casa. Por eso para nuestra casa el Señor dijo: “…y los enemigos del hombre sus familiares” (Mt 10,36).
Veis, pues, que esto es un punto especialmente importante. Uno habla con prudencia para el Cristo y los demás le consideran un fanático, un santurrón, un desajustado y un hombre oxidado con ideas antiguas. ¡Habla sobre la moral evangélica, que son dos cosas: la fe cristiana y la ética evangélica, es decir, ortodoxia y ortopraxía, habla sobre el modo que uno va a vivir y es considerado como un hombre anómalo y raro!
Hace muchos años, una madre decía sobre su hija que en el colegio sólo iba en compañía con chicos y cuando la preguntó porque no con chicas, la contestó: “¿Qué quieres, que me consideren como anómala?… Os digo que esta chica se casó y tuvo hijos, pero está a las puertas de la separación, lo está pasando muy mal, simplemente porque no ha abrazado la vida espiritual, en cambio su marido parece que esto lo quería.
La segunda manera después de la burla que aplican los que quieren tentar al Cristiano, es algo más dinámico: es la persecución. Privan la libertad, maltratan –cuando han avanzado en situaciones, sobre todo en un estado ateo- privan al hombre de los bienes sociales o cualquier otra cosa…
¡El confesor socialmente es considerado peligroso! ¡Cuántas veces, en regímenes análogos, estos hombres no han sido encerrados en psiquiátricos como socialmente peligrosos! Sí es verdad. Todas estas cosas por supuesto que son un martirio.
Es característico que nuestra Iglesia tiene una clase especial de Santos que se llaman Omologetas-Confesores. Tenemos Confesores y Mártires. Confesor es el Santo que ha sufrido persecuciones porque ha confesado con franqueza su fe a Cristo. Ejemplo tenemos a san Atanasio que luchó con valentía contra los heréticos, especialmente a los seguidores de Arriano. El Mártir es el Confesor que a causa de su confesión de fe a Cristo ha llegado a la muerte por martirio.
En realidad no tenemos gran diferencia, puesto que el Mártir con su martirio confiesa a Cristo, pero también el Confesor por la misma razón tiene persecuciones y humillaciones. Por eso, desde entonces que ha aparecido el Cristo encima de la tierra, tenemos una nube interminable de Mártires, y sobre todo, todos ellos han confesado a Cristo con logos y obras.
Se calcula que solamente en los primeros tres siglos los Mártires son once millones más o menos y el resto de los siglos se calculan hasta cuarenta millones. Y sólo el Dios sabe cuántos más se añadirán hasta el final de la Historia, sobre todo los días del Anticristo. San Cirilo de Jerusalén dice que entonces el martirio será mucho mayor en el fondo y ancho de este que fue en los primeros siglos; es decir, ¡será un martirio que no puede imaginar el hombre, si pensamos que hoy tenemos martirios de forma científica! Sólo esto dice mucho. Es decir, ¡cambian la personalidad del creyente! No hay peor martirio que esto. Le inyectan, digamos insulina. ¡Le meten una gran dosis de insulina, porque con la insulina uno pierde su personalidad, y puede estar diciendo cosas que no las creería ni diría nunca en su estado natural, y después este hombre le meten al psiquiátrico por supuesto sosteniendo que está enfermo! ¿Es una cosa terrible! Tenemos y circulan muchos libros en relación contemporáneos, leedlos y veréis cosas que os horrorizaréis.
De todos modos, el caso es que en nuestra época estamos en una profunda recesión y degeneración a todos los niveles, hombres que no pueden aceptar el Cristianismo, llámense masones, ateos, materialistas en general… llamadlos como queráis. El caso es que hoy la persecución continúa y como os he explicado antes se hace científicamente.
Hay una tercera manera y son las calificaciones viles, malignas o mal astutas. Atención a esto. Los contrarios se meten en muy viles, malignas y calumniadoras calificaciones. Calumnia es la acusación falsa. “Sí yo le he visto con mis ojos a tal sitio al Padre Atanasio”. Esto se llama calumnia. En cambio la acusación es que comento simplemente el mal que hizo el otro, pero no lo falseo, no añado informaciones inexistentes, porque si lo hago entonces avanzo en la calumnia.
Es muy mala la calumnia. Por eso el Psalmista dice: “Señor, sálvame de las calumnias de los hombres y guardaré tus mandamientos” (Sal 118,134). Diríamos que es un contrapeso, un contra-reembolso del Psalmista hacia el Dios, cumplirá Su ley pero le pide que le salve de sus calumniadores. ¡Es una cosa terrible la calumnia!
Así, pues, cuando el Señor dice “que mintiendo, dirán de todo tipo de logos falsos y malignos contra vosotros”, da a entender la calumnia. El que hablen maliciosamente contra ti y mintiendo es calumnia cien por cien.
Además de los martirios somáticos (corporales) que uno puede sufrir están también los martirios psíquicos como es la difamación. Finalmente han quedado en la Historia estas calumnias y difamaciones para hombres inocentes.
Cierto que hay otra cosa muy fea que desgraciadamente lo aplican los hombres, si se pueden considerar así y son espirituales. Pero cuánto espirituales pueden ser dejadlo; os aseguro que me asombro. Uno dice una cosa para el otro en voz baja y tú le dices que no le has entendido bien y quieres una explicación repetida más clara. Pero éste se niega a repetir, dejando insinuaciones para aquel que quiere calumniar. Esto me ha ocurrido muchas veces. Es trágico. Estos hombres se llaman susurradores, calumniadores. San Pablo dice sobre ellos: “estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (Rom 1, 29-30).
El evangelista Luca sobre el mismo tema se refiere en el 6º capítulo: “Y os pondrán nombres viles y malignos”. ¡Diríamos que acusarán a los santos como cerdos, sucios! ¡Es decir, los sátiros y payasos acusarán a los hombres puros como inmorales, degenerados y falsos, no normales, esto que decíamos antes!
Es conocido y ha quedado en la historia que a los Cristianos primitivos los calumniaban de que celebraban cenas antropófagas (comer carne humana) y orgias tipo Edipo (orgias de hijos con madres, etc.). ¡Y qué no han dicho, y seguirán diciendo para los santos hombres de Dios los hombres pervertidos y degenerados, estos instrumentos del Satanás!
Por ejemplo, san Atanasio el grande fue calumniado como criminal. Desgraciadamente no tengo tiempo de contarlo. Aún le han calumniado que había cortado el dedo de un monje, etc. ¡También le difamaron de inmoral! En un Sínodo presentaron una mujer que sacaba salivas diciendo: ¡Sí, sí…Atanasio era mi amigo! Pero se demostró que esta mujer ni siguiera había visto y conocido alguna vez a san Atanasio.
Algo parecido le ocurrió también a san Gregorio el Teólogo que se encontraba en Alejandría. Le llamaron puto. Unos para calumniarle y difamarle pusieron una mujer que decía: “Dame el dinero que me debes…” No te conozco, respondía san Gregorio. “Eh no te hagas el loco como si no me conocieras”. ¡Es horrible! Y como esta mujer prostituta gritaba y hacía ruido, san Gregorio dijo a un amigo suyo: “Por favor dale el dinero que pide para que me deje tranquilo”. Pero al darla el dinero significa que aceptaba aquello por lo que le calumniaba. Apenas tomó el dinero, por la divina Providencia, ésta mujer saltó tres metros más allá, cayó al suelo y sacaba espumas de la boca, se endemonió y gritaba: “¡No, no… Gregorio es inocente!
Y a san Nektario nuestro santo contemporáneo decían que era inmoral. ¿Quién? ¡Pues, sí, san Nectario inmoral!…
Incluso calumnias muy malas vertieron contra san Nicodemo el Aghiorita, y sobre todo recientemente, ¡Aún hasta hoy! Aquel que le súper-calumnió era uno de estos llamados neo-ortodoxos. Le calumnió porque apoyaba la pronunciación de las bendiciones en la Divina Liturgia, como también tomar la Divina Efjaristía frecuentemente. ¡Imaginaos si escribiese un libro sobre la frecuente toma de la Divina Efjaristía, le quitarían el pellejo! Escribió anónimamente el libro “sobre la frecuente, continua Divina Efjaristía”. También le alteraron algunas posiciones de su libro “el Pedalion”, para convertirle en herético. Y lo peor es que han hecho desaparecer un libro con comentarios sobre san Gregorio Palamás, porque los libros entonces se editaban en Europa, y san Nicodemo el Aghiorita decía que le han destruido su mejor libro. ¿Qué más queréis que os diga?
Como entenderán, todo esto tiene como causa la envidia del diablo, y también la envidia y la maldad de hombres viles y malignos, aunque estos hombres se hayan bautizado, pero por supuesto no tienen el Espíritu de Dios.
Pero como el tiempo ha pasado, si el Dios quiere continuaremos en la próxima homilía. (4 febrero 1996).
2ª parte sobre la 9ª Bienaventuranza. La vez anterior hablamos sobre la 9ª bienaventuranza, os la recuerdo: “Bienaventurados y felices seréis los que os habéis convertido en mis discípulos cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros todo tipo de calumnias y mentiras por causa mía. Alegraos y deleitaos porque vuestra recompensa en los cielos será grande e incalculable. Porque también persiguieron a los profetas que ha mandado Dios antes que a vosotros”. Aquí como os prometí hablaremos sobre el valor de la Antigua Grecia; casualmente he encontrado y trozo característico del filósofo Epícteto. Epícteto nació en el año 55 en Hierápolis de Frigia. Era un hombre admirable, lo siento que no tengo tiempo de contaros muchas cosas sobre él. Os leeré una parte del libro que es una aportación positiva: “Si quieres hacerte filósofo, prepárate a escuchar muchas burlas y ser despreciado de muchos que dirán: «¿De dónde nos ha salido otra vez éste filósofo y de dónde nos ha salido esta soberbia?». Pero tú no tengas soberbia u orgullo, sino sólo intenta mantenerte estable en aquellos principios que te parecen los mejores, como si fuera que esta es la posición que te ha puesto el Dios. Piensa que si permaneces firme en tus principios, aquellos que antes se burlaban de ti, más tarde te admirarán; pero si fueres vencido por ellos se reirán y burlarán lo doble”.
Imaginaos que Epícteto era idólatra, no Cristiano. ¡Y si estas cosas ocurren con el filósofo que debe permanecer firme por cualquier cosa que le digan, tanto más para un cristiano confesor! Por eso cuando encontré este trozo del texto me ha impresionado y dije: Lo voy a contar a mis amigos.
Pues, continuamos nuestro tema sobre la bienaventuranza. Tenemos la siguiente pregunta: “¿Qué calificación podemos dar a este tipo de persecución de los fieles, que se refiere aquí la novena bienaventuranza? El Señor dijo: “Si el mal astuto y maligno mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, antes yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia. (Si fueseis del mundo pecaminoso y tuviereis vida pecaminosa, entonces el mundo os amaría, porque os consideraría como suyos. Pero como yo os he escogido del mundo, por eso el mal astuto o el maligno y la gente del mundo sin metania os odia) (Jn 15.18-19). Mirad aquí se ve el fondo teológico del fenómeno de la persecución y del rechazo.
Así que el fiel permanece forastero del mundo, y el mundo le odia y le persigue porque no se asemeja a este. La persecución por el nombre de Cristo tiene un fondo interpretativo teológico. De la parte positiva a los confesores les hace partícipes de los padecimientos de Cristo. Esto nos importa mucho si logramos a entenderlo.
Como dice el Apóstol Pedro en su primera epístola: “Tened alegría porque participáis en los padecimientos de Cristo” (1Ped 4,13).
Aquel que acepta la persecución continúa el padecimiento de Cristo. El Cristo -honradamente para los fieles y deshonradamente para los infieles- se encontró encima de la cruz, el fiel continúa Su pazos-padecimiento, pasión crucificante. ¡Cada fiel continúa el pazos-padecimiento de Cristo en sí mismo!
Escuchad como lo dice esto el Apóstol Pablo en un precioso pasaje, que muestra, permitidme decirlo así, el misticismo del Cristianismo. Misticismo quiere decir que uno entre en el espíritu del Cristianismo, es decir, instruirse y entender el significado más profundo. Esto se llama misticismo. Escuchadlo: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y suplo, sustituyo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
Sustituye a alguien en su lugar que se ha marchado. Por lo tanto, el Cristo fue crucificado una vez, se acabó, resucitó y se marchó. Ahora nosotros continuamos la crucifixión de Cristo, porque el Cristo es crucificado continuamente en la Historia, el mundo sin parar crucifica a Cristo en la Historia. Atentos a este punto místico. Así, ahora que el Cristo ha resucitado, Su sitio encima de la cruz lo toma el Cristiano.
“Las privaciones de los pazos de Cristo” son aquellas que el Cristo no le ha dado tiempo padecer encima de la cruz. Pero el apóstol Pablo habla de privaciones “en la carne”; no dice “en su psique”. Se refiere a la carne humana, esta que ven los perseguidores, los enemigos que persiguen al fiel. Y esta sustitución se hace “por el cuerpo de él”, a cuenta del cuerpo de Cristo. “El cuerpo de Cristo” por supuesto es la Iglesia.
Pensad que los padecimientos de Pablo para la Iglesia eran a favor del Cuerpo de Cristo; por eso exactamente toma esta posición y actitud. Particularmente esto es muy importante. Sólo una cosa merece la pena: que pueda el creyente concienciar el por qué padece.
Atención: no interesa si eres estudiante, trabajador, soldado, ministro… cualquier cosa que seas. Los otros se burlan única y exclusivamente porque eres creyente. Puedes concienciar la posición negativa de la persecución –porque no te pareces al mundo, si te parecieras al mundo no se burlarían ni perseguirían- pero también en su posición y actitud positiva, es decir, que eres crucificado junto con Cristo y continúas Su crucifixión en el mundo presente. ¡Si esto logras conciéncialo, entonces manifiestamente eres μακάριος (macarios feliz, dichoso y bienaventurado)!
Y añade el apóstol Pablo: “Ahora me alegro de sufrir por vosotros” (Col 1,24), por la Iglesia de los Colosenses.
En los padecimientos, sufrimientos de Cristo se hace una identificación con los padecimientos del creyente, para que se haga identificación y resurrección del creyente con la Resurrección de Cristo. Todo esto constituye el misticismo cristiano.
Por eso exactamente los padecimientos por Cristo son considerados por apóstol Pablo como regalo divino: “Porque a vosotros os es regalado a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (Fil 1,29). Veis lo que dice: ¡que ha sido un regalo! No se regaló la fe sólo a los elegidos, -porque la fe también es un regalo; en otra parte dice “porque no es de todos la fe” (2Thes 3,2), porque hay hombres que son infieles- sino que se les fue regalado también el regalo de los padecimientos, sufrimientos. ¡Gran regalo!…
Si uno, queridos míos, llega a entender bien y moverse en este espacio, podríamos decir que ha entrado a lo más interior del Cristianismo ortodoxo. Sí. Después de aquí provendrán las demás cosas que tendrán que ver con su vida.
¿La retribución de los que confiesan a Cristo cuál será?
El Señor dijo: “alegraos y gozaos”. Es la χαρά (jará, alegría), la de este mundo y del otro allí en el Cielo.
¡Sabéis que esto es curioso! Es muy extraño padecer y alegrarse. ¡Por eso si preguntáis ¿existe la alegría? Por supuesto que sí. La alegría es una realidad, lo único que no es un objeto que podamos adquirir, como es el dinero, la gloria y la riqueza. La alegría es el fruto, es fruto de la unión del fiel con el Cristo y además es fruto del Espíritu Santo. El apóstol Pablo refiriéndose a los nueve frutos entre ellos habla también de la alegría. (Gal 5,22). Fuera de esta unión de Cristo con el fiel no hay alegría. Toda la alegría que disfrutamos en nuestra vida es una forma de alegría superficial no es real.
Ayer por ejemplo hemos festejado en memoria de san Jaralambus, en su honor está este templo que nos encontramos. ¿Saben lo que es que te hagan desuello y te quiten la piel y estés alegre? ¡Es asombroso! ¿Pero no tienes dolor? Por supuesto como hombre tienes dolor, pero en un punto el dolor es borrado dentro a la agapi (amor, energía increada) y a la alegría de Cristo. ¡Es asombroso! Todos los Mártires estaban alegres. No hubo ningún Mártir que no tenía alegría. Si el Cristo padeció, entonces también para el fiel la alegría saldrá de los padecimientos, de la persecución, de la burla y de la difamación que pueden hacerle los otros.
¿Y lo admirable, sabéis cuál es? Leemos en el capítulo 5º de los Hechos que los Discípulos de Cristo los capturaron y los metieron en la cárcel, porque predicaban en el patio del templo de Salomón; ¡y cuando los pegaron despiadadamente los sacaron de la cárcel y los pidieron que no predicaran en el nombre de Jesús Cristo! Pero como escribe el libro de los Hechos: “Y ellos salieron del tribunal, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hec 5,41). ¡Esta alegría fueron dignísimos de recibir – fueron ultrajados y deshonrados para la gracia del nombre de Cristo!
Hoy, si se supone que uno nos ultraja y deshonra, es cierto que para nada nos alegramos. Por supuesto que no debemos de tener alegría, si nos deshonran por algo. Pero si esto se hace porque estamos cerca de Cristo y lo hacemos por la gracia de Cristo, entonces debemos tener esta alegría. ¡Y el Cristo da alegría completa, no la mitad! El mismo dice: “…para que tengan la plenitud de mi alegría” (Jn 17,13).
Me preguntaréis: ¿Por qué ahora muchos de nuestros cristianos no tienen alegría?
La mayoría no la tiene porque dudan y tienen miedo participar a los padecimientos de Cristo; porque son cristianos inconsecuentes, se han cansado antes de trabajar y se desviaron antes de correr. En cada momento con el primer impedimento que encuentran traicionan a Cristo, porque con un pie se prosternan a Cristo y con el otro pie a sus propios egoísmos, al mundo y a la inseguridad.
Esta recompensa, queridos míos, existe también en el Cielo. La bienaventuranza dice que “vuestra recompensa en el Cielo es mucha”.
Vamos a ver ahora la forma que tendrá esta recompensa en el Cielo.
En primer lugar, será la declaración pública de los confesores ante el Dios, los ángeles y los Santos. El Cristo dijo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10,32). Una forma, pues es que el confesor vale y ha permanecido firme y correcto en su vida.
Después será aquella gran doxa (gloria, luz increada) como compensación de la sin gloria o desgracia que han sufrido estos aquí en la tierra, porque el Señor también dice: “Entonces los justos resplandecerán como el sol en la realeza de su Padre” (Mt 13,43). Es la luz increada por la que serán colmados los confesores.
Y finalmente junto con la doxa=gloria viene también la alegría y la felicidad o bienaventuranza. San Juan el Evangelista dice en el libro del Apocalipsis: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y del logos del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos” (Apoc 12,11-12). Y continúa en otro pasaje san Juan: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria” (Apoc 19, 6-7).
¿Y nosotros qué hacemos? ¿Qué hacemos con las pruebas diarias y las tentaciones, puesto que hemos asumido, diríamos, la gran obra de confesar con obras y logos, con toda nuestra vida el santo nombre de Cristo?
Mientras nos encontramos en el mundo presente, escuchemos qué nos aconseja el apóstol Pablo en la Epístola a los Romanos y los Corintios, para que nos animemos: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom 8,18). Y “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2Cor 4, 17-18).
Por eso diríamos que seamos estables, firmes y consecuentes confesores de Cristo en toda nuestra vida.
Aquí queridos míos acabamos con las nueve bienaventuranzas de Cristo. Las bienaventuranzas constituyen una cadena de vida espiritual y de perfeccionamiento cristiano. Es un resumen de la ley evangélica, tanto hacia la fe como para la moral. Es un espejo de nuestra vida que muestra qué hemos tocado, acertado y dónde cojeamos.
Las nueve bienaventuranzas son un criterio de nuestra cualidad de cristianos. Y en concreto:
La primera bienaventuranza indica el grado de la humildad intelectual, mental y ética y de nuestro autoconocimiento físico y psíquico y también la voluntariosa pobreza para la Realeza increada de Dios.
La segunda bienaventuranza se refiere al luto por Dios, que es sustrato de la metania que nace la pena-alegre. En el luto por el Dios habita fijamente la alegría y la paz de Dios.
La tercera bienaventuranza se refiere a los apacibles, a los que no tienen ira, enojarse sin enfadarse y a los que no guerrean contra todos los demás hombres.
La cuarta bienaventuranza se refiere al hambre y la sed por la santidad. ¡Permitidme aquí decir que existen hermanos nuestros y niños, sí niños, que tienen hambre y sed para la santidad; os lo aseguro!
La quinta bienaventuranza se refiere a los misericordiosos, que se parecen al misericordioso Dios. Son hijos de Dios, misericordioso el Dios y misericordiosos ellos también.
La sexta bienaventuranza se refiere a la pureza, limpieza y nipsis del corazón, como condición básica de la contemplación a Dios. ¡Los que han hecho la catarsis, sanación de su corazón verán a Dios desde el mundo presente!
La séptima bienaventuranza bendice a los pacificadores, los que luchan por ayudar a los hombres que pelean entre ellos.
La octava bienaventuranza se refiere a los que están perseguidos por ser espirituales y cristianos.
Y finalmente la novena bienaventuranza se refiere a los que sufren burlas, desprecios y difamaciones por Cristo porque son confesores. Por eso escribe el apóstol Pablo en su epístola a los Hebreos: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Heb 13,13). Es decir, salgamos, pues, nosotros hacia el Cristo, fuera de la ciudad, afuera del cuartel –porque el Cristo fue crucificado fuera de la ciudad, a Gólgota –cargados con los vituperios de Cristo. ¡Es asombroso!
Así, pues, deseemos y bendigamos que nos encontremos dentro a este espacio espiritual denso de las nueve bienaventuranzas de Cristo, para que vivamos toda la bienaventuranza o felicidad de la Realeza increada de Dios. Amín.
Domingo, 11 Febrero 1996
Yérontas Athanasio Mitilineos. © Monasterio Komnineon de “Dormición de la Zeotocos” y “san Demetrio” 40007 Stomion, Larisa, Fax y Tel: 0030. 24950.91220
Traducido por: χΧ jJ
1 comentario
Juanito Gutiérrez
31 octubre, 2015, a las 8:24 am (UTC 0) Enlace a este comentario
La bienaventuranza corresponde al anhelo más profundo de la felicidad real. El hombre fue creado para ser feliz; pero ha perdido esta habilidad a causa de su pecado. El Cristo Dios pues, viene a restablecer esta felicidad.
Amén.