El Cristo, metamorfoseado al monte Tavor, dejó verse la luz increada de Su doxa=gloria (luz de luces increada), y así ser comprobado de sus discípulos, “a medida de lo posible de ellos”. Mostró así que es el Dios en la tierra y como él quiere –no por debilidad- será conducido a la cruz y la muerte, por la vida del mundo.
Mientras los discípulos participaban de Su doxa encima del monte Tavor, a medida de lo posible de ellos, paralelamente Sus discípulos en el valle de lágrimas, en los pies de la llana cotidianidad, no pudieron, sin la presencia de Cristo, hacer el milagro y expulsar la influencia satánica del desgraciado niño epiléptico. Allí donde es ausente el Cristo, la fuerza humana por sí sola es débil. Esto da a entender las palabras de Cristo:
«Sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15,5) y continúa: «Si permanecéis unidos en mí, las enseñanzas de mis logos permanecen como tesoro en vuestros corazones, pedid todo lo que queráis (en mi nombre mediante la oración) y se os concederá. 8 En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto (de virtud) y así os haréis dignos discípulos míos» (Jn 15,7-8). Sin la sanadora universal divina Jaris (gracia, energía increada), es demostrado que las fuerzas humanas son insuficientes o quizás llenas de arrogancia. Los hombres sin la fuerza de lo alto, no pueden hacer otra cosa que discutir con los discípulos de Cristo, tal y como lo hacían los judíos pasionales de la ley, y ocuparse principalmente de la parte intelectual de la fe. Pero la fe viva hace milagros. El Cristo afirma que si tenemos fe como el grano de la mostaza, (quien es muy pequeño y se desarrolla en un árbol entero), aún hasta montañas podemos mover; (cualquier dificultad es reducida con la fuerza de Dios). Sin embargo, la duda y el titubeo son calificados como defectuosos y fe débil, y peor aún como “generación infiel y pervertida”, que no da frutos (Mt 17,17).
En la enseñanza y los milagros de Jesús es evidente la respuesta a Sus discípulos, que se sintieron seguros y personalmente redimidos en el monte Tavor, y con esto les bastaba: “Maestro, está bien que nos quedemos aquí” (Mr 9,5), dice Pedro a Jesús, puesto que siente que está cubierto del calor cordial de la divina Presencia. Es como si le dijeran los tres Apóstoles: no nos hace falta ya la angustia y el ruido del mundo, puesto que ya te tenemos a ti. Pero el Cristo desciende rápidamente de Tavor y continúa Su obra de bondad, ofrecimiento, sacrificio y servicio hacia los hombres, porque nadie se sana y salva, si no se ofrece y no sirve también a su semejante, saliendo de su yo interesado. Así el Cristo les muestra que es necesario que el mundo cambie carismáticamente y metamorfosearse en realeza increada de Dios. He aquí la obra de la Iglesia y de los cristianos, es decir, la extensión de la Metamorfosis de la sociedad y la historia.
El padre del joven epiléptico informa al Θεάνθρωπο (zeánzropo, Dios y hombre) que su hijo padece “de niño, desde la infancia”. Desde el inicio de la creación y nacimiento la naturaleza y el hombre son débiles e incompletos y sólo la fuerza divina puede ayudarlos y reforzarlos. La humanidad sin el Dios, es como un niño sin Padre, desierta y desorientada. O será conducida hacia la doxa=gloria de Dios o será perdida al camino de la confusión, la insensatez y lo absurdo. Mundos intermedios embellecidos no existen. Desgraciadamente muchos hombres utilizan adornos y alteraciones exteriores, para olvidarse de la muerte que les viene, o cuidan sus jaulas para que no les recuerde cárcel. Sólo la Iglesia es hospital espiritual, donde nos introducimos heridos, como niños en virtud, y nuestra sanación y salvación es que salgamos como creyentes sanados y carismáticos a través del Espíritu Santo, o sea, sanos, santos y portadores de la divina energía Jaris increada.
Los discípulos del Señor no pudieron hacer el milagro. Se encontraron en un camino sin salida. Preguntan a Cristo: “¿por qué no lo hemos conseguido nosotros?”. Pero sólo a través de Cristo se hace el milagro, además el milagro no chantajea ni fuerza la voluntad humana. La fe del padre era casi inexistente: “Si puedes hacer algo compadécete de nosotros”, dice al Cristo. El Cristo a continuación estimó el esfuerzo del padre en creer y permanecer al lado de Dios y no tanto la fe de este que era incompleta, débil. El milagro se hizo. Todo es posible para el Dios. Si la voluntad se dirige hacia el Cielo, el Dios la mayoría de las veces contesta. Los milagros mediante la Zeotocos (Madre de Dios) sobre todo y de Sus santos, son innumerables.
El Cristo recalca a los apóstoles la necesidad de “ayuno y oración” (Mrc 9,29), para que el creyente progrese espiritualmente y se haga el milagro. La destrucción del orgullo, la llamada personal hacia el Dios, el cambio de camino, la catarsis (sanación) interior y la verdadera agapi, solamente se logran mediante la oración y el ayuno. Sobre todo con el ayuno, esta virtud olvidada por muchos, son limpiadas, sanadas y expulsadas las fuerzas de miras altaneras y el hombre se ejercita, es decir, domestica su yo enfermo, mientras cada vez más identifica su voluntad con la del Señor Jesús. Así el anterior hombre caído es conducido al camino de la santa vida espiritual y al “perfeccionamiento que la medida es el Cristo” (Ef 4,13).
«Todo es posible para el que tiene fe» (Mrc 9,23). Además, el Cristo lo demostró: 1º con sus milagros únicos, con los que llamaba y llama en comunión con el Dios. 2º con la mano de ayuda y terapia que ofrecía y ofrece, proporcionaba y proporciona hacia todos, igual que hizo con el niño epiléptico, que “lo cogió de la mano, lo levantó y el niño se quedó en pié derecho” (Mrc 9,27). En pie, derechos y protegidos de las trampas de la vida, de los peligros, los riesgos y de cada mal psíquico y físico podemos permanecer, si extendemos la mano en la ya expuesta mano de ayuda del Dios Triádico. 3º con Sus predicciones repetidas hacia Sus discípulos para Su martirio de muerte y resurrección que viene, y que fue una puñalada profunda a las entrañas del poderoso hades y la muerte; y también es precursor no sólo del dominio provisional del mal, del dolor, del bloqueo, de los conflictos y de las distinciones, pero principalmente de nuestra resurrección psicosomática y nuestra unión con Él, por la Jaris (gracia, energía increada), ahora y en su interminable perfección del Paraíso. Amín
Miguel Julis, Teólogo.
Fuente: ΑΚΤΙΝΕΣ
Traductor: xX.jJ