Queridos hermanos, el vínculo cohesivo entre los hombres es una condición para la existencia de las sociedades y la preservación de la estructura social es la confianza mutua. Sobre la confianza se edifican las relaciones, se crean las amistades y albergan las familias. Muchas veces con pequeños o grandes importantes compromisos aceptamos afirmaciones y promesas de amigos o colaboradores; aún en el ambiente más cercano, el de nuestra familia. Desgraciadamente este es el destino de las relaciones humanas. Desde el principio hasta el final siempre permanece también la duda. Y sólo entonces nos aliviamos, cuando el resultado es positivo. Pero muchas veces ocurre que nos decepcionamos cuando comprobamos qué superficial y frívolo era el fundamento y el trato que hemos acordado, confiados en afirmaciones fáciles y falsas.
Esto sobre las relaciones humanas. Porque existe una otra dimensión y un nivel distinto de relaciones. Es nuestra relación con el Dios.
Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.
Esta es la afirmación de Jesús. Es afirmación válida y absoluta hacia al atormentado, entristecido y castigado padre, del milagro de la lectura evangélica de hoy. También es una observación represiva a Sus discípulos que mostraron poca fe y no lograron sanar al epiléptico. Pero también es un anuncio esperanzador de nuestro Señor hacia todos nosotros que escuchamos esta afirmación Suya. Nos permite tener esperanzas que provienen del mismo Dios. Mientras que nuestras relaciones con los humanos y sus afirmaciones son relacionadas con una variedad de incertidumbres, sus relaciones con otras personas e intereses y de las condiciones circunstanciales de la vida, en cambio la promesa y afirmación de Jesús Cristo permanece estable e inalterable por los siglos.
También tiene una característica muchos más importante. Es absoluta y general. «Todo es posible». No hay límite. Todo se puede hacer. Naturalmente hay un término sencillo, lógico y consecuente que es: «al creyente». Sin excepción alguna, todo es posible y realizable, en aquel que cree sin duda ni vacilaciones, que es la condición necesaria, mientras pedimos que se cumplan nuestros deseos. El tema, queridos míos, es esencial: «¿Puedes creer?» ¿Cuánta confianza tenemos a Dios?
Como humanos que somos, queridos hermanos míos, pedimos cosas que vemos y podemos captarlas con nuestros sentidos, principalmente con nuestros ojos y manos. Ponemos nuestra confianza en estas cosas que en un momento las tenemos y en otro las perdemos. Sin embargo conocemos que son temporales y perecederas. Tal como temporales y perecederas son nuestras relaciones con los semejantes, por muy amistosas y cariñosas que sean hacia nosotros. En cambio lo Divino creemos que está lejos. Cerramos los ojos de nuestra psique y no tenemos en cuenta la constante y absoluta presencia de Dios en nuestra vida cotidiana, a través de las donaciones habituales y sencillas de Dios.
También con nuestras oraciones, los pensamientos y deseos más íntimos hacemos peticiones a Dios. Algunas veces estas demandas son paradójicas, tontas o incluso, hasta las tenemos, pero no las comprendemos. Esperamos correspondencia inmediata de Dios. Pero debe llegar el momento adecuado. Y este momento sólo Dios lo conoce.
¿Cuánto habría luchado aquel padre del muchacho desgraciado y atormentado? ¿De cuántos más habría pedido ayuda antes? ¿Cuántas veces habría rogado a Dios sanar a su hijo?. Pero el momento adecuado para su sanación vino más tarde. Antes pidió ayuda a los discípulos, que no habían estimado y creído en la fuerza, potencia que les había proporcionado el Señor. «Generación incrédula», fueron calificados por el Jesús. El momento adecuado para el hijo enfermo y para el atormentado padre, llegó cuando se acercó a Jesús. Sintió la fe en su psique. Por eso vino a Cristo. Pero consideraba muy grande y exagerada su petición. Por lo que él sabía, nadie jamás se había curado. Mantenía alguna duda. «Creo Señor, ayuda mi incredulidad o falta de fe».
Llanto de agonía del padre. Con gran humildad manifiesta su limitada fe, pero pide de Jesús el refuerzo de la fe. Por un momento se olvidó sobre la petición de su hijo y pide del Señor Su ayuda para limitar su incredulidad. ¡Y se hizo el milagro!
Para Jesús el conocedor de todos los corazones, fue bastante la petición de ayuda. Dejó a entender que el milagro lo realizó el padre con la manifestación de su fe. Para los discípulos fue una gran y esencial lección. Por eso para la multitud que seguía al Maestro y fue informada sobre el acontecimiento fue una ocasión de alabar a Dios.
Me detendré, queridos míos, en un punto último. «Todo es posible para el que cree». Se entiende al que cree en Dios y ora en Él. Hemos visto que tenemos mucha experiencia de la desafortunada confianza a los hombres. Pero aquel que cree en Dios, ¡puede hacer todo, cualquier cosa! Tal y como es presentado aquí por el Señor, el milagro está asignado como obra de aquel que desea y tiene firme y constante la fe sin dudas. Por lo tanto, cada uno de nosotros que está sanando y purificando su nus con oración y ayuno, puede hacer milagros, cuando está basado con agapi y fe estable a Cristo Dios. Él escucha, ve y conoce, cuando debe permitir hacerse lo que pedimos y deseamos con fe. Queridos hermanos, creedme, ¡el Dios está a lado nuestro y nos escucha, porque nos ama! Amín.
D.G.S- Metropolis de Pafos Chipre
Fuente: ΑΚΤΙΝΕΣ
Traductor: xX.jJ