UNIDAD 2
Epígrafe introductorio y enseñanza de acercamiento al Apocalipsis
1,1 Ἀποκάλυψις apocálipsis-revelación de Jesús Cristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que es necesario o deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan,
1,1 Ἀποκάλυψις apocálipsis-revelación de la divina voluntad y decisión sobre Jesús Cristo, la cual revelación el Dios ha dado a él como jefe de la Iglesia, para mostrar y manifestar a sus fieles siervos aquellas cosas que deberían ocurrir y realizarse en breves tiempos según la voluntad divina; y estas apocalipsis-revelaciones las hizo conocer a su siervo Juan a través del ángel que le envió;
Αποκ. 1,1 Ἀποκάλυψις Ἰησοῦ Χριστοῦ, ἣν ἔδωκεν αὐτῷ ὁ Θεός, δεῖξαι τοῖς δούλοις αὐτοῦ ἃ δεῖ γενέσθαι ἐν τάχει, καὶ ἐσήμανεν ἀποστείλας διὰ τοῦ ἀγγέλου αὐτοῦ τῷ δούλῳ αὐτοῦ Ἰωάννῃ,
Αποκ. 1,1 Αποκάλυψις της θείας βουλής και αποφάσεως περί του Ιησού Χριστού και της Εκκλησίας του, την οποίαν αποκάλυψιν έδωκεν εις αυτόν ο Θεός ως προς αρχηγόν της Εκκλησίας, δια να δείξη και φανερώση στους πιστούς δούλους του εκείνα, τα οποία έπρεπε κατά την θείαν βουλήν να πραγματοποιηθούν συντόμως. Και κατέστησεν αυτά γνωστά στον Ιωάννην, τον δούλον αυτού, δια μέσου του αγγέλου, τον οποίον απέστειλε.
1,2 el cual ha dado testimonio del logos de Dios, y del testimonio de Jesús Cristo, y de todas las cosas que ha visto.
Αποκ. 1,2 ὃς ἐμαρτύρησε τὸν λόγον τοῦ Θεοῦ καὶ τὴν μαρτυρίαν Ἰησοῦ Χριστοῦ, ὅσα εἶδε.
1,3 Bienaventurado el lector o el que lee y los que oyen los logos de esta profecía, y practican, aplican y cumplen las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.
3,3 Bienaventurado y dichoso es aquel que lee, y aquellos que escuchan los logos de esta profecía divina y practican, aplican y cumplen con devoción y fe todos los logos que están escritos en ella; porque el tiempo que se van a realizar todas estas apocalipsis-revelaciones está muy cerca.
Αποκ. 1,3 μακάριος ὁ ἀναγινώσκων καὶ οἱ ἀκούοντες τοὺς λόγους τῆς προφητείας καὶ τηροῦντες τὰ ἐν αὐτῇ γεγραμμένα· ὁ γὰρ καιρὸς ἐγγύς.
Αποκ. 1,3 Μακάριος είναι εκείνος που αναγινώσκει, και εκείνοι οι οποίοι ακούουν τα λόγια της θείας αυτής προφητείας και τηρούν με ευλάβειαν και πίστιν όλα όσα είναι γραμμένα εις αυτήν· διότι ο καιρός, που θα πραγματοποιηθούν αυτά, είναι πολύ κοντά.
(En todo el texto y casi en todas mis traducciones utilizo la palabra original la más bella de la lengua helénica. Cuando pongo la apocálispis en femenino me refiero a una revelación en singular y cuando pongo las apocalipsis me refiero a las revelaciones, cuando pongo el apocalipsis me refiero al Libro, así es en griego).
Amigos míos, aquí tenemos un admirable epígrafe introductorio del libro entero, que contiene una condensación de muchos elementos imprescindibles.
Y primero de todo; este epígrafe introductorio del libro del Apocalipsis se distingue de su tono y carácter oficial; es una majestuosidad. Recuerda el epígrafe de los libros del Antiguo Testamento. Podéis compararlo con el epígrafe introductorio del libro profético de Isaías, que dice: “Visión que Isaías, hijo de Amós, tuvo acerca de Judá y Jerusalén en los días de Ocías. Jotán, Acaz y Ezequías, que reinaron en Judá” (Is 1,1).
Segundo, «Ἀποκάλυψις, Apocálipsis-Revelación», con esta definición se hace conocido el carácter del libro; es decir, que el escritor nos avisa de que se trata sobre un libro profético.
Tercero, se manifiesta el prestigio y la autenticidad del libro, porque la fuente del Apocálipsis es el Dios y Jesús Cristo, sea hablando el mismo personalmente o a través de un ángel.
Cuarto, se apunta el propósito o fin por el que se escribe el libro del Apocalipsis, cuando dice, “para indicar a sus siervos, ἃ δεῖ* γενέσθαι ἐν τάχει, aquellas cosas que deben o que es necesario suceder pronto“. Así que, ¿cuál es la razón que se ha escrito el libro del Apocalipsis? Pues, para que sea revelado a los fieles de Dios, aquellas cosas que deberán de suceder o es necesario que sucedan rápidamente. (*δεῖ debe que o es necesario que, ver más abajo sobre este término).
Quinto, se hace saber la identidad del escritor. ¿Quién es? “Es Su siervo Juan”. Es Juan el Evangelista, el Discípulo más amado de Cristo, el escritor del evangelio que lleva su nombre y de las tres epístolas o cartas universales.
Sexto, se expone el contenido del libro: “El logos de Dios y el testimonio de Jesús Cristo, de todo que ha visto”. Así que las cosas que nos describe el evangelista Juan son: “el logos de Dios”. De modo que el libro del Apocalipsis contiene “el logos de Dios” y también “el testimonio de Jesús Cristo”, y “las cosas que vio”; el santo escritor no añadirá ni quitará nada.
Sobre todo, terminando el libro apuntará el evangelista Juan: “Si alguno añadiere algo a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de los logos del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apo 22,18-19). Es decir, aquel que cambiará, añadirá, quitará o malogrará algo de los logos del libro, no entrará en la Realeza increada de Dios. Por consiguiente tendría su primera aplicación en la persona de Juan, si él hiciera algo así. ¿Pero, qué escribe? Pues, “las cosas que ha oído”, ni más ni menos.
La idea central del libro, como os decía también la otra vez en la introducción, es la Segunda Presencia de Cristo; es decir, la guerra de las potencias antíteas (o contrarias a Dios) contra la Iglesia, el triunfo contra ellos por Jesús Cristo y la gloriosa Realeza increada de Cristo por los siglos de los siglos.
Séptimo, se destaca el destino del libro, con la bienaventuranza de aquellos que lo leen, lo estudian y los que escuchan los logos de la profecía y practican, aplican y cumplen con el logos de Dios. Dice en el epígrafe introductorio: “Bienaventurado el que lee o el lector y los que escuchan los logos de esta profecía, y practican, aplican y cumplen las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”.
Y finalmente octavo: Se define que el tiempo del cumplimiento del contenido del libro es breve, corto: “porque el tiempo está cerca”.
Estas cosas vemos, queridos míos, en el epígrafe introductorio del libro; es decir, recibimos todas estas informaciones sobre el libro del Apocalipsis.
Y ahora con la ayuda de Dios Santo entramos en el análisis del texto sagrado, palabra por palabra, frase por frase. Tiene tanta belleza este texto que aún si nos dijeran que fuéramos de prisa no lo podríamos hacer. ¡Cómo vas a correr, cuando el mismo texto te deja clavado, te absorbe para que vayas lento y prestes atención!
«Apocalipsis de Jesús Cristo. Ἀποκάλυψις Ἰησοῦ Χριστοῦ»
¡«Ἀποκάλυψις Apocalipsis»! Quedemos en esta palabra. Con este término comienza el admirable libro del Nuevo Testamento. Pero qué significa «¡Ἀποκάλυψις Apocalipsis!»
(En todo el texto y casi en todas mis traducciones utilizo la palabra original la más bella de la lengua helénica. Cuando pongo la apocálispis en femenino me refiero a una revelación en singular y cuando pongo las apocalipsis me refiero a las revelaciones, cuando pongo el apocalipsis me refiero al Libro, así es en griego)
En principio significa que el libro concreto es profético; y sobre todo es el único libro profético del Nuevo Testamento, sin que esto signifique que los demás libros del Nuevo Testamento no tengan elementos proféticos. Por supuesto que estos libros, sea de carácter histórico –como son los cuatro Evangelios y los Hechos- sea de tipo epistolar –como son las epístolas de Pablo, Pedro, Juan y Santiago y el resto, están llenos de elementos proféticos. Pero estos no son por excelencia proféticos; simplemente son históricos, instructivos, etcétera. Pero el libro del Apocalipsis es por excelencia profético -el único del Nuevo Testamento- pero contiene también en abundancia elementos instructivos y consultivos.
Además, san Andrés de Kasarea, -como os he dicho, junto con Areza, los utilizaremos especialmente y serán nuestros conductores- nos dice: «Ἀποκάλυψις apocálipsis-revelación es la manifestación de los misterios ocultos, la cual se hace con la parte hegemónica de la psique que es el nus (espíritu humano) sea con visiones, contemplaciones, sea con sueños divinos o con ensoñaciones, en estado de alerta.
En este estado se encontraba el Evangelista Juan, quien estaba en alerta, en sentido y sentimiento; no estaba dormido. No vio estas cosas, como por ejemplo el Profeta Daniel que aquellas bellas imágenes que veía, era en sueño. Daniel tenía visiones divinas en sueños, en cambio Juan aquí está en alerta, despierto. Se encuentra en la isla de Patmos, en el interior de una cueva, y allí recibe el Apocalipsis.
Nos dirá un poquito más abajo: “Vine en éxtasis (extensión) y comunicación, comunión inmediata con el Espíritu de Dios, en día Domingo y escuché detrás de mí una voz fuerte… Me giré para ver, y he visto… ¡ay lo que vi! He visto alguien…” etcétera, donde es presentado el Jesús glorificado, con una admirable descripción que dice: “Yo soy Él que camina entre las siete lámparas, las siete Iglesias: Escribe las cosas que te voy a decir”. Se encuentra, pues, en percepción, sentido y sentimiento, como dice san Andrés de Kesarea; es decir, es la visión, aparición en sentido, sensible que uno la percibe mientras está despierto o en alerta.
Sin embargo, queridos míos, el término ἀποκάλυψις apocálipsis-revelación tiene un significado más profundo: Muchas veces utilizamos este término sin poder profundizar, ahondar en este. Apocálipsis-revelación en general significa que el Dios se apocalipta-revela a Sí mismo a los hombres. Y esta apocálipsis-revelación de Dios a los hombres es directa o indirectamente, con el propósito siempre de la gnosis (conocimiento increado) de Dios de parte de los hombres. El Dios no es un desconocido; es la vez el conocido y el desconocido. Es conocido, porque quiere tener comunión, comunicación con Sus creaciones, y a la vez ser también desconocido, porque es intocable, impalpable, perpetuo, sin principio ni fin, atemporal, el supra y el más allá y por encima de toda la creación visible, sensible y espiritual; porque la usía-esencia increada de Dios nunca se puede conocer; en cambio Su energía y luz increadas sí que se pueden conocer por eso es el conocido-desconocido.
Tenemos en primera vista estas expresiones aparentemente paradójicas, o si lo desean, estas expresiones apofáticas (sí, a lo que no es, confirmación negativa). Así se llaman en la teología estas expresiones; es decir, vamos a describir a Dios con palabras negativas lo que no es el Dios (confirmación negativa); porque cuando más conozco a Dios, tanto más digo que no conozco ni entiendo a Dios. Esta exactamente es una tesis, posición apofática a lo referente a la gnosis de Dios. Pero el Dios ama a apocaliptarse-revelarse; no se queda nunca en Sí Mismo; y se apocalipta-revela, como os dije, directa o indirectamente.
Aún la apocálipsis-revelación de Dios se distingue en apocálipsis-revelación natural divina y en sobrenatural.
La natural apocálipsis-revelación divina tiene tres esferas, dentro de las cuales el Dios se apocalipta-revela en Su creación. Primera es esta de la creación, segunda es el hombre y tercera es la Historia humana. Incluso podríamos decir también la historia de la creación; pero cuando decimos Historia, principalmente damos a entender los acontecimientos humanos.
Con la creación el Dios se manifiesta a Sí Mismo, según el logos de san Pablo: “Porque las cosas invisibles de él, su eterna omnipotencia, energía increada y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Rom 1,20). Es decir, que dentro en la creación conocemos de forma catafática (confirmación positiva) las cualidades o atributos de Dios. No de forma apofática (confirmación negativa) como os he dicho antes, sino catafáticamente, dentro de las mismas creaciones. ¡Nos encontramos dentro en un vasto universo, que no sólo con el telescopio no hemos llegado a sus puntos ésjatos (bordes extremos), tampoco ni siquiera con nuestra fantasía! No podemos imaginar ni captar un universo sin los puntos ésjatos (bordes extremos). Igualmente, no podemos captar e imaginar un universo sin ésjatos (puntos o bordes extremos), es decir, sin un fin; ¡si tenemos pues, un universo así, entonces quién debe ser el Dios!… ¡Entonces el Dios debe ser perpetuo, eterno e infinito!
La perpetua potencia y deidad, es decir, tanto la fuerza, energía increada que no tiene principio ni fin y que es eterna, como también cada bondad Suya! Decimos que el Dios es infinito, omnipotente y sabio. ¿De dónde las sabemos estas cosas? Pues, por la creación. He aquí, pues, cómo se apocalipta-revela el Dios. Por eso queridos míos nunca en la historia humana hubo un pueblo ateo: porque el Dios se apocalipta-revela a través de Sus creaciones. ¡Y si en nuestros tiempos tenemos el fenómeno del ateísmo, se trata de una situación enfermiza y hace falta psiquiatra! ¡Cada ateo se hace objeto de análisis psiquiátrico, le hace falta psiquiatra! El estado del hombre ateo no es fisiológico.
Pero también en el hombre se apocalipta-revela el Dios, por ser el hombre como la imagen de Él. El nus, el nus hegemónico de la psique, apocalipta-revela a Dios. El hombre no simplemente con el nus puede percibir a Dios, sino que la misma presencia del nus del hombre apocalipta-revela el Eterno Nus, a Dios. ¿Por qué? Porque para que yo tenga nus para contemplar y reflexionar, quiere decir que Aquel que me ha creado tiene nus; naturalmente yo no me he creado a mí mismo, sería una gran necedad creer que yo me he creado a mí mismo. Es maravilloso lo que dice un Salmo: «¿Aquel que ha sembrado el oído es posible que no oiga?… ¿aquel que ha creado el ojo es posible que no vea y no entienda?…» (93,9). Así que a través de la creación y sobre todo del hombre, vemos la presencia y existencia de Dios.
Finalmente el Dios se apocalipta-revela también en la historia; ya que se introduce en ella a través de los acontecimientos, los cuales también dirige. Los dirige, pero sin ser influida la voluntad y la libertad humana nunca; pero la última palabra siempre la tiene el Dios. Siempre.
Os diré un pequeño ejemplo, para que lo entendáis esto; pero este ejemplo no es mío es de otro. Supongamos un barco, dentro en el cual hay pasajeros y personal. Los pasajeros y el personal se mueven de cualquier manera en todas partes, según la voluntad de cada uno, como quieren. Uno va a su cabina, otro en la piscina, otros en el salón, otro en el comedor; el mecánico va abajo en la sala de máquinas, el capitán va en la cabina del timón; cada uno se mueve como quiere, como debe, etcétera. No se delimita la voluntad de cada uno para moverse como quiere dentro del barco. Pero todo el barco se dirige hacia un punto.
Pues, esta es también la Historia, en la que entran los hombres y el Dios. Los hombres hacen lo que hacen, sin que sea influida la voluntad de ellos, pero el barco entero de la Historia está conducido a un propósito, hacia un rumbo, hacia un punto.
Así que el Dios en este sentido interviene en la Historia; interviene para dirigir, castigar, para hacer perder, para salvar, para remunerar y recompensar. Además, todo el Antiguo Testamento -algo que lo hemos dicho muchas veces- es una teología de la Historia, es una apocálipsis-revelación de Dios en la historia de Israel.
Incluso también esta Encarnación o Humanización del Hijo de Dios está en la Historia y cubre toda la prehistoria humana. Cuando el Dios dice a Eva que un descendiente suyo vendrá para salvarla (Gen 3,15), indica que no se coloca simplemente en los marcos de una región histórica, sino que la introducción, entrada de Dios con Su Encarnación cubre toda la Historia, desde la prehistoria y la historia después, hasta el ésjato-último día. Es decir, ¡son cosas inconcebibles, no captadas por la mente humana! Y aquel que realmente puede vivirlas, siente una resignación y respeto ante el Dios, ante Su agapi (amor y energía increada) y ante Sus intervenciones.
Apocálipsis-revelación existe también en la misma historia personal de cada hombre, y no sólo en la historia universal. ¿Queréis que os cuente mi historia? No os contaré otra cosa más que cómo el Dios ha entrado en mi vida. ¿Queréis contarme vuestra historia, vosotros que ahora estáis sentados aquí en el templo del san Aquiles y escucháis el logos de Dios? Me contaréis la historia de Dios en vuestras vidas. Por lo tanto, el Dios no sólo entra en la Historia universal, sino también en la historia individual de cada hombre, al creyente y al incrédulo, al piadoso y al impío, al pequeño y al mayor. No existe la suerte o casualidad, queridos míos. Todo lo dirige el Dios, en ninguna parte hay suerte o casualidad, sin embargo el Dios nunca limita la libertad y actividad humana.
La apocálipsis-revelación sobrenatural divina realiza y perfecciona la apocálipsis-revelación natural divina. Sinaí, los Profetas y sobre todo, la misma Humanización del Hijo de Dios, es apocálipsis sobrenatural divina.
La apocálipsis-revelación sobrenatural divina se distingue en exterior e interior. La exterior está ya realizada y constituye la manifestación de Dios en la Historia en la persona de Jesús Cristo. Cuando digo que no esperamos nada más que sea apocaliptado-revelado, no quiero decir que no esperamos la segunda Presencia de Cristo, porque allí está la misma persona de Cristo. En este sentido lo digo, es decir, que no se nos revelará algo más allá. Los Profetas hablaron del logos de Dios, Moisés ha visto la doxa (gloria, luz increada) de Dios, pero ahora la historia ha visto la persona del encarnado Hijo de Dios. Le volverá a ver pero será la misma persona; por lo tanto, no tendremos algo más de apocálipsis-revelación de lo que tenemos. Es decir, la apocálipsis-revelación exterior está realizada y completada.
Queda la apocálipsis interior, la cual continúa en todos los creyentes, fieles para el entendimiento y la aceptación de la apocálipsis exterior. Es decir, se apocalipta-revela el Dios en mi interior para proclamarle o llamarle Jesús Cristo Señor, es decir, Dios. Os diré lo que dice el Apóstol Pablo: “Nadie puede decir Señor Jesús sino es en Espíritu Santo” (I Cor 12,3). ¿Qué significa esto? Significa que el Espíritu de Dios me ilumina para llamarle, Jesús Señor, es decir, Dios. Y el Señor dijo: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae (con su energía increada jaris-gracia)” (Jn 6,44). Y vale también viceversa; que indica la equivalencia de la Santa Trinidad. No podré ir junto a Cristo si el Padre no me ha atraído. ¿Cómo me atraerá el Padre? Esto en mi interior es invisible, es misterioso; me atrae el Padre (con la energía increada agapi de la jaris). Igual que el Espíritu de Dios me ilumina (con la luz increada) para confesar a Jesús Cristo como Dios.
Aquellos que no confiesan a Cristo como Dios no tienen el Espíritu de Dios; esto es más claro que el agua. Aquel que confiesa que Jesús es el encarnado Hijo de Dios, este sí que tiene el Espíritu de Dios. Y si no tenemos el Espíritu de Dios -esto lo dice claramente Pablo- no podemos hacer absolutamente nada, no nos sanamos ni nos salvamos.
Así que, tenemos esta apocálipsis-revelación interior para la aceptación de la exterior, es decir, aceptar el humanizado Hijo de Dios.
Con esta última forma, es decir, de la apocálipsis-revelación interior, estamos llamados a estudiar y entender el libro del Apocalipsis. No creáis que aquí, cuando estaremos analizando el libro del Apocalipsis, podremos entender algo si no tenemos divina iluminación. La comprensión no es gramática, ni sintáctica, tampoco filológica, ni poética; el entendimiento o comprensión es espiritual. Porque un filólogo que no tiene el Espíritu de Dios simplemente entiende la parte filológica del libro, la gramática, la sintaxis y otras muchas cosas. Pero estas cosas son elementos exteriores. ¡Aquello que nos hace falta entender es que este libro es el logos vivo de Dios, que hablará en el interior, en nuestro corazón! Nos hace falta, pues, apocálipsis-revelación interior para entender el Apocalipsis.
Y por su lado Juan -¡atención a esto!- recibió apocálipsis interior inmediata, directamente ha visto a Cristo; pero nosotros recibimos apocálipsis-revelación indirecta: mediante el enviado de Jesús Cristo, o sea, de Juan, mediante la Tradición de la Iglesia, como también mediante el tiempo de dos mil años que han pasado hasta ahora, e incluso mediante el papel escrito, o sea, mediante el libro que leeremos, pero también mediante la audiencia del logos divino.
Yo pues ahora, debo recibir y aceptar la apocálipsis-revelación mediante estos continuos y sucesivos velos o corazas, que son el enviado -Juan- el tiempo- dos mil años-es la Tradición, es el papel escrito y la voz del orador. Ahora yo, pues, debo dejar de lado todo esto para llegar a recibir la apocálipsis de Dios. ¡Estos son los velos o corazas y son insertados necesariamente!, y si yo los rechazo no tengo nada. Los aceptaré y comenzaré dejándolos de lado. Igual que cuando entro en una casa y abro una puerta, avanzo y encuentra otra puerta y la abro también… así sucesivamente hasta llegar al punto que quiero llegar. Así lo mismo también aquí, debo dejar de lado uno a uno todos estos velos para llegar a la apocálipsis-revelación definitiva: donde yo ya solo encontraré a Dios en el interior de mi corazón, donde me hablará.
¿Pero esto como se va hacer? Esto se hará solamente con la fe, con la humildad y con la obediencia a la voz de la Iglesia, que es todo esto que os dije: Juan, Parádosis-Tradición, dos mil años, el papel escrito y la voz del orador. Además, fe es captar y percibir lo que se manifiesta con el logos oral, o la forma histórica, traspasando el velo que la misma forma histórica y el Logos con Su Encarnación se han puesto encima de ellos mismos. Todo esto pues, que son velos, estamos llamados a traspasarlos, trascenderlos, para que nos ayuden a que se nos apocalipte-revele el Dios. ¡Por eso es necesaria una nueva apocálipsis-revelación para entender el Apocalipsis de Dios! Lo repetiré otra vez: ¡necesitamos una nueva apocálipsis-revelación para entender el Apocalipsis de Dios! ¡De otra manera el libro se nos quedará cerrado, sellado con los siete sellos!
Pero me dirán, ¿por qué así?
Porque, amigos míos, así lo quiere el Dios. ¿No tiene derecho el Dios hacer y proyectar lo que quiere y cómo quiere? ¿No es el Señor? Así lo quiere el Dios, ¿Y qué quiere el Dios? Quiere que haya estos velos o corazas. ¿Para qué? Para limitar la arrogancia humana; para que no diga el hombre “yo solo los puedo encontrar”. No. Uno los encontrará a través del logos del orador; a través del papel escrito; los encontrará mediante Juan el Evangelista, que ha visto y ha escuchado todo esto. Esto hará humilde al hombre y le delimitará la arrogancia humana. Además, el hombre se sana y se salva con la ayuda de los otros hombres, en la Iglesia y por la Iglesia. Que lo sepamos bien esto, sanación y salvación personal no existe. Uno que quisiera salvarse sólo sin la ayuda de la Iglesia, sin la ayuda de los hermanos, que lo sepamos bien esto, no se salvará nunca.
“Ἀποκάλυψις apocálipsis-revelación de Jesús Cristo, que Dios le dio”. Es decir, es apocálipsis-revelación de Jesús Cristo, la que Dios entrega a Él, a Jesús Cristo. Esto quiere decir “Apocálipsis de Jesús Cristo”; es apocálipsis-revelación que habla sobre Cristo y el mismo Cristo la entrega. Fuente, pues, de la Apocálipsis o de las apocalipsis-revelaciones que veremos en este libro -es el mismo Dios.
Es característico, queridos míos, que no dice “Apocálipsis del Hijo de Dios, la que Dios entregó a Él”, porque el Hijo de Dios con el Padre son iguales o equivalentes; y no puede ser que una persona entregue a la otra una apocálipsis-revelación. Una apocálipsis-revelación de este tipo significaría que las personas de la Santa Trinidad no son iguales y que una sabe algo, mientras que la otra persona no la sabe. Es utopía, no es posible; Dios es uno. Pero cuando dice que el Dios da la apocálipsis-revelación a Jesús Cristo, significa que la da a Su naturaleza humana. No olvidemos que la naturaleza humana de Cristo no es infinita. A causa de la unión hipostática-substancial, es decir, la personal –esto quiere decir, hipostática- a causa de la unión personal con el Dios Logos se puede considerar la naturaleza humana de Cristo como omnipresente. ¡Habéis oído, omnipresente, en todas partes! Pero no por sí misma, sino a causa de la unión personal o hipostática con el Dios Logos. Así que el Dios da a Jesús Cristo esta apocálipsis-revelación, el Cual por Su parte la dará a Juan, y Juan la entregará a la Iglesia.
El cómo ha recibido Jesús Cristo esta apocálipsis de Dios -y cuando decimos Dios, damos a entender Padre, Hijo y Espíritu Santo, no lo olvidemos esto- lo vemos en el capítulo 5, en los versículos 6, 7 de la siguiente manera: “y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Entonces, vi junto al trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los presbíteros, estaba en pie un Cordero como inmolado o degollado que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Apo 5,6-7). ¡Dice Juan, entre el trono y los cuatro animales, que son los Querubines, he visto un Cordero degollado, pero estando en pie! Es aquello que dirá el Cristo en apocálipsis-revelación directa a Juan: “¡Yo soy aquel que me he convertido en muerto, pero he aquí vivo!” (Apo 1,17-18). ¡Pero Cristo como Hijo de Dios nunca muere su naturaleza divina; como hombre Su naturaleza humana se convierte en muerta, porque fue crucificado encima de la cruz y enterrado en el sepulcro.
Cordero, pues, degollado. ¡Bella imagen esta! ¡Cordero degollado y estando en pie!… La Iglesia primitiva amaba mucho esta representación, como también, el icono del llamado “buen Pastor”. ¡Era el símbolo más amado de la antigua, de la primitiva Iglesia cristiana, el icono más amado! ¡Pero también el punto más amado de aquellos que estudian el libro del Apocalipsis es el Cordero degollado y en pie!… Pero uno debe progresar mucho para amar estas cosas.
¿Habéis visto?: “y vi que el Cordero se acercó y tomó el libro de la mano derecha de Aquel que estaba sentado en el trono”. Pero no dice quién estaba sentado, por estricto respeto. Estaba sentado Dios, como veremos en el análisis más abajo. He aquí cómo Jesús Cristo tomó la Apocálipsis de Dios Padre, o generalmente de Dios, “de Aquel que estaba sentado en el trono”.
Juan después, como veremos más abajo, oye un Ángel que dice: “¿Quién podrá abrir este libro?” ¡Nadie se ha encontrado y Juan llora!… ¡hay que ver, llora!
“¡No llores, le dice, un Presbítero! ¡Se ha encontrado quién va abrir el libro! Es el Cordero degollado; Él va abrir el libro” (Apo 5, 2-5); es decir, el Cordero degollado apocaliptará-revelará el libro. Por esta razón es «Ἀποκάλυψις Ἰησοῦ Χριστοῦ Apocálipsis de Jesús Cristo», significa que manifiesta y apocalipta-revela a Cristo, y a la vez la apocálipsis se hace por Jesús Cristo. Esto pues, significa la frase “Apocálipsis-revelación de Jesús Cristo, la que el Dios le ha dado”.
“Para mostrar a sus siervos” (Apo 1,1); ¿Pero siervos de quién? De Jesús Cristo. ¿Mostrar qué? Pues, aquellas cosas que constituirían el contenido del libro, y por consiguiente expresa el propósito por el que se ha dado la Apocálipsis-Revelación. ¿Exactamente qué? “Las cosas que «δεῖ es necesario que o que deben» suceder pronto!
Sí, “las cosas que «δεῖ es necesario que o que deben» suceder pronto”. Pero, ¿por qué «δεῖ es necesario que o debe que»
Queridos míos, este «δεῖ es necesario que o deben que*» teológicamente tiene un significado y una importancia en la Santa Escritura. Permitidme, el resto del tiempo que nos queda para hoy, ver este «δεῖ es necesario que o debe que» de la Santa Escritura.
(* El verbo δεῖ dí, existen en griego verbos impersonales que se usan en tercera persona del singular y cuyo sujeto es una oración subordinada completiva de infinitivo en español. Uno de estos es el«δεῖ» que se utiliza indistintamente y quiere decir “debe que” o “es necesario que”. Los verbos impersonales no toman un sustantivo, es decir, persona, animal o cosa, sino una frase segundaria)
Debo deciros que esto lo encontramos frecuentemente en la Santa Escritura. Así pues, indicativamente os presentaré algunos pasajes.
Daniel dice a Nabucodonosor: “Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo δεῖ que debe acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y las visiones que has tenido en tu cama: Estando tú, oh rey, en tu cama, te vinieron pensamientos por saber lo δεῖ que debe suceder en lo por venir; y el que revela los misterios te mostró lo δεῖ que debe suceder” (Dan 2, 28-29).
El Evangelio de Mateo, 16,21 dice: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos δεῖ que debe ir o es necesario que vaya a Jerusalén y δεῖ que debe padecer o es necesario que padezca mucho… y δεῖ que debe morir o es necesario que muera, y resucitar al tercer día…” ¡ δεῖ debe que o es necesario que! ¿Pero, por qué δεῖ debe que o es necesario que?…
Y en el Evangelio de Luca, cuando el Cristo había resucitado, dice a sus dos Discípulos en el camino hacia Emaús: “¿No ἔδεῖ debería o no era necesario que Cristo padeciera todo eso, y sólo por los sufrimientos entrar en su doxa (gloria, luz increada)? (Lc 24,26).
Este «δεῖ debe que o es necesario que», queridos míos, es difícil, misterioso e incomprensible. Simplemente diríamos: ¿por qué como sea δεῖ deben suceder todas estas cosas, y sobre todo cosas nada agradables, como por ejemplo, la crucifixión, o la persecución de la Iglesia, o sea, de los fieles, hasta la Segunda Presencia de Cristo?”.
En principio, queridos míos, la Iglesia debería tomar una concreta forma de trayectoria en la historia, a pesar de que este camino estaría lleno de tentaciones y persecuciones por parte del mundo.
Pero observamos que este «δεῖ es necesario que o debe que» de la Iglesia, es decir, la Iglesia «δεῖ es necesario que o debe que » pasar un camino de tribulaciones, sufrimientos y persecuciones, viene a ser paralelo con el «δεῖ debe que o es necesario que», de Cristo. No podría ser de otra manera, porque la Iglesia constituye el Cuerpo de Cristo. Cuando el Cristo pues, dice que «δεῖ es necesario que muera o que debe» morir, «δεῖ o es necesario que o que debe» ser crucificado», entonces la Iglesia también «δεῖ es necesario que o que debe» morir, «δεῖ es necesario que o que debe» ser crucificada.
¡Miedo, no os asustéis!… ¿Nos hemos bautizado y crismado? ¿Queremos ser Cristianos ortodoxos? Pues, que lo decidamos y concienciemos: ¡Cristo se ha crucificado! Posiblemente nosotros también. ¡Cristo fue perseguido! Obviamente nosotros también. “Si a mí me han perseguido, a vosotros también os perseguirán” (Jn 15,20), nos dice Cristo. Por favor, he aquí el pasaje paralelo. El pasaje “si a mí me han perseguido” es el «δεῖ es necesario que o debe que » de Cristo; y lo “también a vosotros os perseguirán” es el «δεῖ di debe» de la Iglesia. Por lo tanto, el «δεῖ di debe» de la Iglesia es paralelo con el otro «δεῖ di debe» de Cristo.
Este «δεῖ es necesario que vaya o que debe» subir a Jerusalén, que dice Cristo, para ser crucificado, es paralelo con el “por muchas tribulaciones y sufrimientos…” (Hec 14,22), que dijo el apóstol Pablo en los Hechos. Acordaos cuando al apóstol Pablo le apedrearon en la ciudad Listra, y fueron sus discípulos de noche para llevarle y enterrarle, y allí le encontraron vivo; entonces se levantó y les dijo: “Por muchos sufrimientos y tribulaciones en vosotros, «δεῖ debe que o es necesario que» paséis para que entréis en la Realeza increada de Dios. Me imagino que le dirían: “Santo apóstol de Dios, ¿por qué «δεῖ es necesario que o que debe»?; ¿no podrías evitar el apedreamiento? No, «δεῖ es necesario que o debe que». ¡Misterioso! ¡Muy profundo!
Pues, este «δεῖ es necesario que o que debe subir a Jerusalén» de Cristo, y lo de “por mucho sufrimiento «δεῖ es necesario que o que debe» pasar para entrar en la realeza increada de Dios” de apóstol Pablo y “lo que «δεῖ es necesario que o que debe» suceder pronto” del Apocalipsis son paralelos.
¿Pero por qué? Porque, por un lado, con el «δεῖ es necesario que o debe que» de Cristo los hombres rechazarían la persona de Cristo y Su obra; y a fin de que sea realizada como sea, con seguridad la sotiría redención, sanación y salvación, -os doy ahora una interpretación del misterio a medida de lo posible- llegó el Cristo a la Cruz; ¡y el instrumento de la cancelación de la obra de la sotiría redención, sanación y la salvación, la cruz, ahora se ha convertido realmente en instrumento de la sotiría! Por eso el Señor dijo «δεῖ es necesario que o debe que».
Por otro lado, el «δεῖ es necesario que o debe que » de la Iglesia por la misma razón; el mundo no aceptaría la presencia de la Iglesia y asumiría la guerra contra ella. ¡En este momento que estamos hablando, queridos míos, no os podéis imaginar lo qué están maquinando las potencias oscuras o los poderes fácticos a nivel mundial en contra la Iglesia!… ¡Están rabiosos, rabian y rabiarán mucho más!… Ineludiblemente, pues, la Iglesia entra en una guerra.
O sea que, -prestad atención a esto- la Iglesia como sea debe estar derecha, en pie, dominar y llegar esperando a Cristo hasta Su Segunda Presencia. Acordaos lo que dice el apóstol Pablo, ¡que el misterio de la Divina Efjaristía se estará realizando hasta que venga el Cristo! (I Cor 11, 26) ¿Hasta cuándo? Hasta Su Segunda Presencia. Por consiguiente, la reacción intransigente del mundo, -como el mundo es intransigente o decid lo que queráis- constituye esto de “las cosas «δεῖ es necesario que o que debe» que sucedan” de la Iglesia como inevitable. Esto es todo. Es decir, lo inevitable de los acontecimientos entre las relaciones mundo e Iglesia es expresado por el «δεῖ es necesario que o que debe», aquellas cosas que como sea, sin falta o de cualquier manera deben hacerse.
Dicen muchos que quizás aquí tenemos una obligatoriedad de los acontecimientos, es decir, una imposición, una limitación de la libertad. Pero no. Este «δεῖ es necesario que o que debe» no expresa una obligatoriedad de los acontecimientos, sino la necesidad de la sotiría (redención, sanación y salvación), de la que provienen todos estos distintos acontecimientos.
Es decir, la sotiría (redención, sanación y salvación) es un hecho irrevocable de la agapi (amor, energía increada) de Dios. Escuchad: ¡irrevocable! El Dios ama y quiere redimir, sanar y salvar al mundo. ¡Por muy que rabien los enemigos de la Iglesia, por muy que rabie el diablo, el Dios quiere redimir, salvar y sanar al mundo! Por eso es introducido este «δεῖ es necesario que o que debe». En otras palabras, el diablo es impenitente, no arrepentido e irrevocable; y la sotiría, como dijimos, es irrevocable; por lo tanto, choque, conflicto! He aquí, pues, porque entra el «δεῖ es necesario que o debe que ». Resultado: los acontecimientos del presente y del futuro, así de una manera u otra «δεῖ debe que o es necesario que» sucedan, o es necesario que pasen estas cosas. Esto hemos analizado.
Posiblemente, me diréis: no lo hemos entendido. Queridos míos, tanto si lo comprendemos como si no, esto constituye verdaderamente un misterio.
Pero diréis: ¿Por qué el Dios permite esta la peor solución? ¿No es fuerte el Dios? Es exactamente esta tentación que hay en muchos que dicen lo mismo: ¿Pero por qué, es que el Dios no es fuerte para intervenir? ¡Pero, hermano mío, entonces tú Le dirás a Dios que te quita y compromete tu libertad! El por qué el Dios escoge la peor solución, inmediatamente os lo digo: ¡Porque el Dios ama y quiere mostrar esta Su Agapi (amor, energía increada), y ofrece hasta Su Hijo para que sea crucificado!
Me diréis otra vez: ¿no tenía otra manera mejor, para salvarse el mundo? Por supuesto que tenía, pero quiso sanar y salvar al mundo con la agapi (amor, energía increada). Y esta sotiría (redención, sanación y salvación) con aliciente la agapi, es un misterio, y sobre todo constituye una faceta del misterio de la agapi de Dios.
San Isaac el Sirio nos lo revela. Cuando por primera vez, amigos míos, leí esto que os voy a leer ahora, no me satisfizo, y me temo que a vosotros nos os vaya a satisfacer, porque es un misterio; pero ahora me satisface plenamente. Escuchadlo: “El fin de todo esto es que el Dios y Señor por la excesiva agapi a la creación… He aquí la llave, ¡por la agapi-amor excesiva! –ha entregado su propio Hijo para morir en la cruz. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo aquel que en él cree no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). El Dios por Su excesivo agapi por nosotros, ha entregado a Su Hijo Unigénito, no porque no podría redimirnos de otra manera, sino que quería enseñarnos exactamente esta trascendental agapi-amor Suya. ¡Esto, queridos míos, no lo captamos, no cabe en nuestra cabeza, no! ¡Y a través de la muerte de Su Hijo nos ha atraído hacia sí mismo, para mostrarnos cuánto nos ama y nos ama exageradamente! Y si tuviera algo más precioso y mejor nos lo daría, con una condición: que nos vayamos junto a Él y se encuentre el género humano junto a Él. Y por esta excesiva agapi suya no se dignó en agredir nuestra libertad, aunque es omnipotente para hacerlo, pero ha dejado que nosotros queramos acercarnos y juntarnos con Él con nuestra conducta, nuestra agapi y con nuestro corazón” (San Isaac el Sirio: logos 71).
Todas estas cosas, amigos míos, expresan el misterio «ἃ δεῖ γενέσθαι las cosas que es necesario que sucedan». Así con esta solución, por un lado, se hace destacar la agapi (amor, energía increada) de Dios, y por otro lado, se mantiene la libertad del ser humano. ¡Realmente admirable el Dios!
De estas dos cosas, libertad y agapi, cuando están conectadas, unidas en conciencia y vivencialmente en cada creyente, entonces ellas paren, generan la santidad, con la que entramos en la Realeza increada de Dios.
«Ἃ δεῖ γενέσθαι a di llenesze, de las cosas que «δεῖ es necesario o que deben» suceder pronto o en breve” ¿Pero cuándo van a suceder todas estas cosas?
Dice san Andrés de Kesarea: «Sucederán pronto, en breve ἐν τάχει en taji» “Esto significa que algunas de las cosas que se han profetizado están en nuestros pies, en breve, he aquí ahora –y si quieren también son contemporáneos, por la profecía que se profetizó entonces- y aquellas cosas que serán al final de la historia, los ésjatos-últimos acontecimientos y tiempos, y también aquellas cosas que se refieren como profecías, no tardarán; porque igual que ha pasado el día de ayer, así son también mil años para el Dios”.
Inmediatamente después del registro de las apocalipsis-revelaciones, queridos míos, tenemos el inicio de aquellas cosas que sucederán, que como una cadena se extienden hasta los finales-ésjatos de la Historia. Por lo tanto, este «ἐν τάχει en taji pronto, en breve» revela el inicio rápido de lo revelado, pero no su terminación. Es decir, tenemos una apocálipsis-revelación progresiva de los acontecimientos, que el inicio de estos es inmediato pero la terminación de estos será al final, a los ésjatos-últimos tiempos. Pero el inicio y el final de estos acontecimientos se reflejan en una y la misma imagen.
Aquí me gustaría que os fijarais en algo. Es característico que este pre-cristiano «δεῖ debe que o es necesario que», que lo vemos en Daniel y en otros Profetas, el tiempo más bien es indefinido crónicamente, mientras que el «δεῖ debe que o es necesario que» meta-cristiano o postcristiano es concreto y «ἐν τάχει en taji pronto, en breve».
O sea; En los 2.000 años adC tenemos a Abraham. El Dios promete que de él hará mucho laós-pueblo. Y sobre todo le apocalipta-revela también sobre el Mesías. Y esto los Profetas, desde la época de Abraham hasta la venida de Cristo, durante estos dos mil años lo dirán y lo repetirán. Cuando leemos en el Antiguo Testamento las profecías sobre el Mesías, tenemos la sensación de que estas cosas sucederán en un futuro muy lejano, alguna vez, en tiempo indefinido. Atención: cronológicamente indefinidas, nunca lo sabemos. Sin embargo, estas cosas se realizaron desde la época de Abrahán y durante dos mil años; y Cristo ha venido dos mil años después de Abrahán.
Ahora bien, con el «δεῖ debe que o es necesario que» post-meta cristiano nos dice que estas cosas sucederán “pronto, en breve”, de modo que el profesor Brasiotis diga que sentimos el galope de los acontecimientos venideros, como cuando escuchamos el ruido de los galopes de los caballos en un camino adoquinado, he aquí, vienen “pronto, rápidamente” y han pasado desde la primera Presencia de Cristo dos mil años (Brasiotis: Apocalipsis pag 69); y os pongo la siguiente pregunta: ¿Quizás nos encontramos en los ésjatos-últimos tiempos o por lo menos al comienzo de los últimos tiempos y acontecimientos? ¡Amigos míos, posiblemente sí!
«Y ha apocaliptado-revelado estas cosas el Cristo, mandando Su ángel a Su siervo Juan, quien ha dado testimonio para el logos de Dios, sobre Jesús Cristo y de todas las cosas que ha visto” (Brasiotis p.69).
“A Su siervo Juan”;
Se trata del evangelista Juan, quien a causa de la importancia de las apocalipsis-revelaciones escribe su nombre, algo que no hace en su evangelio; porque conocía que después de él, habría conflicto -y lo hubo- sobre quién es el escritor del libro del Apocalipsis. Fue escrito pues, el nombre del divino Apóstol y Evangelista, para que sea certificado y demostrado que este libro no es un documento falso sino auténtico, es obra del evangelista Juan.
Esto amigos míos, no es de poca importancia sino grandiosa; porque si sabemos que este libro es de Juan, ¡cuánto cuidado debemos de tener! Y la Iglesia realmente ha considerado que el libro del Apocalipsis es de Juan el Evangelista, el Discípulo, por lo tanto, este libro justo y dignamente ha sido incluido al Canon de los libros del Nuevo Testamento; es decir, de la Santa Escritura. Y sabemos que en este punto la Iglesia fue muy moderada y mesurada. Obras de Padres Apostólicos, es decir, de los sucesores de los Apóstoles, por ejemplo como una epístola de Barnaba o Bernabé o de cualquier otro, no fueron incluidas en el Nuevo Testamento. La Iglesia con mucho cuidado, esmero y conforme pasaban los años determinó cuáles son los libros de primera serie o primer nivel, es decir, aquellos que están escritos por la mano de los testigos presentes del Logos, (Lc 1,2 · Jn 3,11· II Ped 1,16 · I Jn 1, 1-3), los que tocaron, escucharon y vieron el Logos Dios, el que se encarnó como dice Orígenes en su obra (t.9, Fragmenta in Lucam, 21b.2-22b.1). Por lo tanto el escritor del libro del Apocalipsis es san Juan.
La descripción como «δοῦλος dulos-esclavo o siervo» es acostumbrado para los Apóstoles cuando escriben una epístola o carta. Pero la sencilla descripción del nombre, como cuando escribe “Juan”, sin poner “discípulo de Jesús”, sin poner “Apóstol” o cualquier otra característica añadida al nombre, indica que los receptores y lectores del libro eran muy conocidos de Juan, y Juan también en ellos.
Además se observa que el libro del Apocalipsis, se entrega a la Iglesia por el Dios Padre mediante Jesús Cristo al ángel y del ángel a Juan. Es decir, aquí tenemos una viva cadena de la tradición: el Dios Padre a Jesús Cristo, el Hijo de Dios, es decir, el Logos que se hizo hombre, el Jesús Cristo da al ángel y el ángel a Juan y Juan entrega a la Iglesia. Aquí pues, vemos realmente esta admirable tradición viva.
Por eso, amigos míos, la Parádosis (santa entrega y tradición) junto con la Santa Escritura, constituyen la base de la Iglesia. Además la Tradición salvaguarda la asesoría, el principio de fidelidad y validez también de la Santa Escritura; esta nos ha dicho qué libro es auténtico y qué no. Lo digo para aquellos que rechazan la santa Parádosis-Tradición de la Iglesia, llámense protestantes, u ortodoxos que se han influenciado de los protestantes. Os lo he dicho muchas veces y no me cansaré de decirlo que la llave para la interpretación de la Santa Escritura está puesta en el armario de la Parádosis (santa Entrega y Tradición). Por eso los protestantes interpretan la Santa Escritura variablemente como cada uno le place, con el resultado de haberse partido en muchos trocitos lo referente de la fe; ¿hoy en día ni ellos mismos saben lo qué creen, qué creían ayer y qué creerán mañana! (Dicen los santos Padres, los papistas creen al papa infalible y los protestantes cada uno se ha convertido en un papa infalible).
Continuamos: «las cosas que ha visto» (Apo 1,2). Por lo tanto Juan ha visto; vio visiones, vio iconas-imágenes y símbolos. Por supuesto que las ha visto. Por tanto no son productos de la fantasía, imaginación, ni productos del logos íntimo; son realmente las cosas que ha visto. El Cristo le dirá: “Escribe las cosas que ves y las que escuchas”. Pero en otro caso concreto dirá: “No escribas estas cosas que escuchas; estas son sólo para ti, séllalas, pero no las escribas; las otras, sí escríbelas” (Apo 1,11 · 19,2 · 1,8 · 10,4 y otros).
Así uno ve claramente que el Apóstol nos escribirá con toda sencillez, aquellas cosas que ha escuchado y visto; sin añadir ni quitar nada. Sabemos sobre todo que la característica principal de una obra auténtica es que no está retocada, como por costumbre están las obras falsas. El propósito de las obras falsas es crear al lector una impresión, por eso, como son falsas, quieren atraer la atención; en cambio el libro verdadero, que describe cosas correctas, aquellas que realmente son de Dios, no tiene esta necesidad. Pero aquí el escritor sagrado escribe las cosas que ha visto y escuchado, ni más ni menos. Es decir, si escribe o no escribe algunas cosas será culpable ante el Dios; si escribe demás, también será culpable ante el Dios: Por lo tanto no escribe más ni menos.
Sobre todo este libro termina de la siguiente manera: “Yo aseguro a todo el que escucha los logos de la profecía de este libro que si alguno hace añadiduras a esto, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita algo de las palabras, de los logos de este libro profético, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritas en este libro” (Apo 22,18-19); es decir, si alguien altera algo de este libro, no entrará en la realeza increada de Dios. ¡Pero si el mismo Evangelista que escribe estas cosas para aquel que con su mano sacrílega intentaría falsear y alterar, mucho más las escribiría para sí mismo! Realmente, pues, registra “las cosas que ha visto y escuchado”.
“Bienaventurado y dichoso es aquel lector que lee, y los oyentes que escuchan los logos de esta profecía divina y aplican y cumplen con devoción y fe todas las cosas que están escritas en ella; porque el tiempo que se van a realizar todas estas cosas está cerca” (Apo 1,3).
Este epígrafe introductorio del libro, amigos míos, cierra con la bienaventuranza y bendición a los lectores y oyentes del libro del Apocalipsis en especial, pero también del logos de Dios en general. Esta bienaventuranza es la primera de las siete registradas en el libro del Apocalipsis. Es la tercera vez que tocamos el libro del Apocalipsis. La primera vez antes de quince años (1965), habíamos hablado sólo de las siete bienaventuranzas registradas en este libro. Hace dos años (1978) hablamos analizando sólo tres capítulos; y ahora, si el Dios quiere, avanzamos poco a poco, lo que Él permita y quiera, a ver de más cerca y detalladamente todo este libro.
Pero, amigos míos, quedemos aquí en esta bienaventuranza: “Bienaventurado el lector o el que lee y los oyentes”. “El lector que lee”, en singular; “los oyentes”, en plural. Esto indica que uno lee y muchos escuchan. ¿Qué manifiesta esto, uno leer y los muchos escuchar? ¿Dónde puede ocurrir esto? Pues, no en otra parte que en el Culto público; donde este libro –atención a esto- estaba en uso. Igual que se utilizaban el evangelio y las epístolas de los Apóstoles, así se utilizaba también el libro del Apocalipsis; por eso dice: “El lector y los oyentes”. Y el propósito o fin de la lectura del libro en el Culto público era el consuelo y fortalecimiento de los fieles por un lado, y por otro lado, la formación, corrección y mejoramiento de ellos, según el contenido del Apocalipsis.
Una imagen-icona muy antigua y bella sobre la lectura de los libros de los Apóstoles, sea de los evangelios o de las epístolas, nos la salvaguarda san Justino el filósofo; y se refiere a los oyentes y al lector en el Culto público. Está en su primera apología, más o menos en el siglo II o un poco antes. Allí escribe lo siguiente:
“Durante la llamada “día del sol”, el Domingo; (así llamaban los idólatras el domingo: día del sol). Por eso esta denominación se mantuvo principalmente de los latinos en las lenguas europeas. Decimos Sunday (es decir, día del sol) todos aquellos que viven en ciudades o en pueblos alrededor de la región se congregan en una sinaxis (reunión) común, donde se leen las memorias de los Apóstoles, es decir, los evangelios, o las escrituras de los Profetas. Había pues “el lector” y “los oyentes”, y uno ve cómo resuena admirablemente la praxis de la Iglesia con esta petición que da el sagrado Evangelista en el libro del Apocalipsis. Cuando el lector se detiene de leer, después el obispo oficial hace el discurso analizando lo que se ha leído, instruyendo y motivándolos para imitación y aplicación de los logos” (San Justino mártir y filósofo: apología 1). Por eso, como veis también nosotros aquí hacemos la lectura. Hacemos un trabajo mixto: el texto se debe leer, ser escuchado, traducido y después analizado. Así debemos tener contacto con el texto sagrado, de modo que poco a poco nuestro oído se acostumbre para que sea familiar y no extranjero. Y es necesario que se escuchen logos aconsejables que motivan la imitación y aplicación para buenas obras.
Pero nuestra Iglesia, como los heréticos habían creado muchas interpretaciones falsas sobre el libro del Apocalipsis, evitó de ponerlo como lectura apostólica. Por ejemplo, una mala interpretación de este tipo es también el caso de mil años de reinado de Cristo. ¡Cuántos conflictos y escándalos, había traído esto! ¡Sabéis que viviendo el escritor, el apóstol y evangelista Juan, ya se había interpretado mal su libro! Y el primero que lo interpretó mal fue Kírinzos. Este no era cristiano; era gnóstico que había mezclado el Cristianismo con filosofías y religiones extranjeras y varios otros. Kirinzos había tomado este pasaje “con el que reinarán mil años” (Apo 20, 5-7) y empezó hablar de mil años de reinado. Incluso se había alborotado el mismo apóstol y evangelista Juan. Una vez en Efeso en un baño público, se enteró que estaba también el Kirinzo; entonces dijo el sagrado Evangelista: “¡Vámonos de aquí, no vaya ser que se caiga el techo del baño y nos mate!”, se entiende a causa de este herético. (San Irineo: “Examen y reproche a los falsos conocimiento o gnosis”).
Por eso los Apóstoles, aquellos elementos del Evangelio que podrían ser mal interpretados fácilmente, los recalcaban. Así, por ejemplo, dice el apóstol Pablo: “Yo sé que después de mi partida se introducirán entre vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño; y que de entre vosotros mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas perversas, así y así… con el fin de arrastrar a los discípulos en pos de sí” (Hec 20, 29-30). Y el apóstol Pedro dice sobre Pablo: “Que hay hombres basados en fábulas que mal interpretan a Pablo…” (II Ped 3, 15-16). También Himeneo y Fileto habían tergiversado y mal interpretado el kerigma del Apóstol Pablo sobre el tema de la resurrección de los muertos y decían que la resurrección no se hará: “Evita las palabrerías vacías y profanas, que contribuyen cada vez más a la maldad, y su enseñanza se extiende como gangrena. Éste es el caso de Himeneo y Fileto; los cuales se desviaron de la verdad diciendo que la resurrección se ha realizado ya, y pervierten la fe de algunos” (II Tim 2, 17-18).
Pero, amigos míos, no me digáis que esto es debido a los escritores de los textos sagrados; no; ¡se debe al egoísmo humano! Porque simplemente, señor mío, si quieres interpretar, tienes la llave; ¿y cuál es? Os lo dije: ¡es la santa Parádosis (divina entrega y tradición), es el cómo interpreta la Iglesia. Pero si tú por orgullo y soberbia eosfórica (demoníaca) quieres interpretar como tú quieres; entonces sepas que caerás y te convertirás en herético. La herejía no es otra cosa que la razón, la lógica mundana sobre el dogma; es decir, cuando con métodos lógicos quiero interpretar aquello que no se interpreta. Así que cuando intento con métodos lógicos mundanos interpretar la enseñanza de la Iglesia, automáticamente me encuentro en el espacio de la herejía. Por lo tanto no tienen la culpa los escritores sagrados, sino el egoísmo, el orgullo y la vanagloria de los fieles dentro en la Iglesia.
De todos modos, la Iglesia Católica de Oriente, la Ortodoxa, amigos míos, para evitar todas estas situaciones, fue obligada a quitar del Culto el libro del Apocalipsis. Esto no ocurrió en la Iglesia de Occidente, porque allí se formaron este tipo de herejías. La demostración de la autenticidad del libro es que nuestra Iglesia lo mantiene en el Canon del Nuevo Testamento. Pero oremos y esperemos que alguna vez la Iglesia en un verdadero Sínodo Ortodoxo vuelva a poner otra vez el libro del Apocalipsis en el Culto y se escuche otra vez desde el atril, exactamente igual como se escuchan las epístolas o cartas de san Pablo y de los demás Apóstoles. ¡Ojalá que así sea! Pero esto naturalmente no impide que uno interprete y haga kerigma con el libro del Apocalipsis, o incluso el orador que habla al pueblo de Dios tomar pasajes de este libro, para ratificar y demostrar algo de lo que enseña.
«Lector Ἀναγινώσκων», « oyentes ἀκούοντες» καί «y practicantes (o cumplidores) τηροῦντες» (Apo 1,3).
Estas tres palabras, que apunta aquí el evangelista Juan, recuerdan los logos del Señor: “Bienaventurados y dichosos lo que escuchan el logos de Dios y lo practican, aplican y cumplen” (Lc 11, 28). El Señor dijo este logos, cundo una mujer de la multitud dijo: “Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y Él respondió: Antes bienaventurados los que escuchan el logos de Dios, y lo practican, aplican y cumplen” (Lc 11, 27-28).
Estas tres palabras «Ἀναγινώσκων», «ἀκούοντες» καί «τηροῦντες» -el que está leyendo, y los que están escuchando y practicando- gramáticamente en Participio definido- expresan lo incesante, constante de la lectura, de la audiencia y de la práctica (cumplimiento) del logos de Dios; es decir, siempre tengo que leer, escuchar y practicar (aplicar y cumplir) el logos de Dios. Pero atención no dice «οἱ ἀκούσαντες los que han oído, escuchado» sino «οἱ ἀκούοντες los que están o van escuchando». No vaya ser que alguno piense y diga: “Ya he escuchado muchos kerigmas, ya me he hartado y colmado, ¿para qué voy a escuchar más? Lo mismo para los otros dos “estar leyendo y practicando constantemente”. Precisamente esto indica este tríptico (o tres palabras), que debe haber sin interrupción.
Pero, vamos a decir algo sobre estas tres: lectura, audiencia y práctica del logos de Dios.
Primero, tratando de entender el logos de Dios, debemos estar dentro, tener en nuestro interior a Dios; de otra manera no es posible alguna vez entender el logos de Dios. ¿Qué significa esto? Dice san Diádoco de Fótica: “No hay diania (mente, intelecto, cerebro) más pobre que hablar y filosofar sobre el Dios, y que tú estés fuera de Él” (Filocalia t.1).
Esto, amigos míos, uno lo ve claramente en personas que no hacen vida espiritual y hablan de temas espirituales, ¡pero fallan y se traicionan! Por eso precisamente veis que se equivocan y están fuera de la realidad e intentan completar con sus cerebros algunas cosas. No están dentro, en Dios y no hacen vida espiritual. El hombre que no hace vida espiritual no puede hablar de Dios, no es posible, y no puede entender nunca el logos de Dios, porque para la concepción y entendimiento del logos de Dios no es cuestión de Gramática ni de Sintaxis, en otras palabras no es cuestión filológica. La concepción y entendimiento de logos de Dios tiene una otra dimensión.
No quiero decir que el conocimiento filológico se rechaza; no. Veis cuántas veces lo utilizamos aquí. Acordaos y escuchad lo que antes os dije. Dije: Participios definidos. Si uno no sabe un poco de filología, pero de cosas elementales no muchas, ¿cómo lo va a entender esto? No quiero decir que se rechaza este elemento, sino que no es bastante. No puedes decir que tengo conocimientos filológicos y lo entenderé. ¡No entenderás nada! El espíritu siempre te estará escapando y siempre te quedará la letra.
Segundo, tratando de estudiar y entender el logos de Dios, debe haber siempre también un clima y un ambiente litúrgico. ¿Qué significa esto? Significa que la audiencia o estudio del logos de Dios no puede ser una cuestión de salones de lujo o una cuestión académica. Esto os lo voy analizar más.
Hay una tendencia -siempre la había y en nuestra época también existe- que los hombres hablan y conversan de altos, sublimes temas teológicos, pero en el salón; con todo lo sabido que traen esta reuniones de salón, donde pueden decir libremente sus bromas y sus tonterías y no sé que más; pero la discusión o charla es claramente académica. Puede, queridos míos, que sea una charla de alto nivel teológico, pero que no toque o se aproxime al Logos – la L en mayúscula- al Hijo de Dios, y permanezca en los pañales o en aquella ropita de niño que Le ponía la Zeotocos (Madre de Dios) cuando nació! (o pobrecito Jesusito de mi vida, cuánto sufrió). ¡Estas cosas tocan estos hombres, no el fondo, ni el Logos de Dios, nunca!
No es, pues, una cuestión sencilla y fácil poder hablar sobre el logos de Dios fuera del espacio litúrgico. Por eso como veis, nuestra homilía se hace dentro al templo. No porque está prohibido hacer la homilía en la calle o en la montaña; sino que debe estar conectada con el espacio litúrgico. Habéis visto que primero hemos hecho vísperas; otras veces puede que se celebre la Divina Liturgia. Es interesante esto. Siempre, cuando el logos de Dios está conectado litúrgicamente influye de otra manera en los corazones de las personas.
Tercero, uno tratando de entender el logos de Dios, necesita una hisijía, (serenidad y paz), la interior y la exterior. Dice san Gregorio el Teólogo: “Lo divino se vive en el silencio”. Para vivir a Dios, entenderLe en tu interior, sentir lo que lees y salte (se remueva) tu corazón, hace falta un silencio. Este silencio que sea también exterior pero sobre todo interior. Porque para el silencio exterior tienes que escoger la hora que habrá tranquilidad; pero para el interior debes tener la paz en tu corazón. No quiero decir no leer el logos de Dios cuando estamos en tormentos, trastornados y perturbados, debemos leerlo para que nos serenemos. Pero para que podamos ahondar en los profundos conceptos del logos de Dios, sumergirnos allí, por supuesto que debe haber en nuestro interior silencio, paz y serenidad (hisijía) y se hayan calmado todas las demás cuestiones nuestras.
Cuarto, cuando estudiamos el logos de Dios, debemos sentirnos que es para nosotros y no para los demás. ¡Cuántas veces se ha dicho esto! Dice san Isaac el Sirio: “El hombre humilde cuando estudia la Santa Escritura, lo que saca de dentro y lo que entiende, nunca dice que es para los demás, sino que esto es para mí; estas cosas las dice el logos de Dios para mí”, lo mismo dice san Pedro el Damasceno en la Filocalía.
Por eso, amigos míos, donde quiera que sea escuchado el logos de Dios, los hombres muchas veces se preguntan: ¿Si acaso conoce algo de mi vida este que está hablando y se refiere a lo que a mí me preocupa? No, no sabe nada el que habla; al logos de Dios lo dirige el Dios. Lo qué voy a decir por supuesto que lo he preparado; pero aquello que se ha preparado y ya se expresa como logos de Dios, esto en el fondo lo dirige el mismo Dios, para que Su logos se aproxime y toque de distinta manera cada vez en los corazones de tan variables estados de ánimo. Veis que el logos de Dios es uno, y a pesar de esto, para cada uno distinto.
Dice san Cirilo de Alejandría: “El agua que riega las flores es la misma agua para todas las flores. Para una flor se hace de color roja, para otra verde, para otra amarilla, sin embargo es la misma agua” (Catequesis 16).
Así que el orador no dice algo que preocupa en concreto a alguien; simplemente el logos de Dios encuentra repercusión en el corazón de cada oyente, del oyente correcto. ¡Repito, del creyente correcto, justo! Por consiguiente, el oyente que escuchará, si es un hombre humilde, dirá: «Todas estas cosas son para mí; no son para el de al lado, y que posiblemente puede ser que conozca su vida”. No se le ocurra decir que lo que dice el orador ahora es para el que está a lado; nunca diga esto. ¡Esto es soberbia, sobre todo auténtica soberbia abrillantada y adornada! Debe decir que: ¡estas cosas son para mí, sólo para mí y no tengo que hacer otra cosa que arreglarme, rectificarme de lo estropeado que estoy!”.
Quinto, debemos aproximarnos al logos de Dios y tocarlo con la oración (contacto consciente con Dios).
Dice muy bien san Isaac el Sirio: «No abras la Santa Escritura, ni leas el logos de Dios, si antes no has hecho oración y no has pedido ayuda de Dios; y cuando oras debes decir: “Señor ilumíname, dame percepción y sentimiento de entender y percibir la fuerza que está en Tus logos”. Que consideres que la oración es la llave para que entiendas el sentido y significado más profundo y los verdaderos conceptos que están encerrados en las Santas Escrituras».
Pero para la audiencia, también vamos a decir un par de cosas. Muchos no tienen estudios. Sobre todo en las épocas antiguas la mayoría no tenía estudios. Hoy en día son pocos los que no tienen estudios, la mayoría por lo menos sabe leer y escribir. Por lo tanto, antiguamente la audiencia era la fuente básica para el conocimiento de las verdades de Dios. Porque si uno no sabía leer, no podía aprender, sino sólo cuando escuchaba.
Pero la audiencia, amigos míos, es esencial para todos los hombres, porque el logos que se ofrece vivamente es vivo, igual que el Logos –con L mayúscula. Por lo tanto, cuando es escuchado el logos de Dios vivamente, esto tiene una gracia especial.
Incluso el logos de Dios se acompaña con experiencias, vivencias personales del orador; así de esta manera, se da ánimo a los oyentes para su aplicación. No es lo mismo escuchar el logos de Dios por la radio o leerlo en un libro que escucharlo vivamente; es algo distinto. Por esta razón vamos a escuchar el logos de Dios, no solamente leerlo. Es decir, ni la audiencia sustituye la lectura, ni la lectura sustituye la audiencia; son dos cosas paralelas, pero igual de importantes.
Pero os diré que la audiencia presupone la presencia también de otros. Veis cuántas personas estamos aquí. ¿Qué significa esto? Significa que el logos de Dios se ata con la θεωρία (zeoría) contemplación, expectación de las personas, con la faz –esto quiere decir zeoría, el ver- es decir, se ata con la Iglesia. Y esto, el que se escuche el logos de Dios dentro en la Iglesia, es muy importante, es de un valor muy grande. De otra manera podría quedarme en mi casa escuchar un casete, que el divino Agustino, Metropolita de Florina lo llama lata de conserva del logos de Dios. La conserva o lata por supuesto que no tiene la frescura de la comida recién hecha. Es útil, pero… es lata de comida, conserva. Pero atención, escucharé el casete, leeré también el libro, pero deberé ir también a escuchar allí donde están los demás fieles, para que se constituya la Iglesia, no sólo en el espacio litúrgico sino también en la audiencia del logos de Dios.
Y finalmente, digamos algo sobre la aplicación, la práctica del logos de Dios. Esto que escribe el sagrado Evangelista: “y los practicantes de las cosas escritas en esta”, manifiesta que el logos de Dios debe ser vivido, pero vivido entero. ¡Atención, completo! No digamos: esto sí y aquello no.
Y continuamos: “«porque el tiempo está cerca ὁ γὰρ καιρὸς ἐγγύς (Apo 1,3)».
¡Ay, ay!… Cuando escucháis este porque el tiempo está cerca, ¡sentís algo en vuestro interior! Os contaré algo que una vez viví personalmente.
Era la época de Ocupación alemana, y teníamos exámenes, y estábamos sentados en el pupitre de tres en tres sin dejar espacio entre nosotros. En todos los pupitres había alumnos sentados, y en cada pupitre tres, ¡gran alegría para los alumnos! Nos examinábamos sobre Antiguo Griego, Redacción y Matemáticas. Pues, mis compañeros de clase dijeron que Antiguo Griego no habían estudiado. Yo sí. Pues me senté al penúltimo pupitre y ayudaba los tres de delante, los tres de detrás y los dos que estaban a mi lado. Mientras les preguntaba esto o lo otro ayudándoles, yo no escribía para mí, me preocupaba para los demás. El profesor no estaba en la clase y no nos vigilaba;
De repente entra el profesor y dice: en cinco minutos recojo las hojas de los exámenes. Los que habéis vivido en vuestros años de alumnos este tipo de situaciones me entendéis. Yo me quedé pasmado, paralizado… No os lo puedo describir cómo me quedé; sudé, me puse colorado, atemorizado… y espontáneamente grité: “Aún no señor profesor”, porque aún no había escrito nada del examen. Los otros se levantaban uno por uno y entregaban sus hojas y yo que había estudiado no había escrito nada. ¡Y después iba con un perrito al despacho del profesor rogándole para que me aprobara!
Esta sensación siente el hombre cuando perciba que ha llegado la hora. Es una sensación, sentimiento terrible.
Dice san Isaac el Sirio que, si no has vivido correctamente tu vida, cuando veas que llega la hora de la muerte, te atormentarás mucho (Logos I). Pero aunque uno haya metido y concienciado verdaderamente en su interior esto que dice el Apocalipsis “el tiempo está cerca”, y cuando tiene la sensación que de verdad el tiempo está cerca, siente esto que yo he vivido en mis años de estudiante y os lo he dicho antes.
Pero la razón de esto, “porque el tiempo está cerca”, tiene el mismo sentido y concepto con aquello que nos hemos referido y analizado anteriormente, lo de “las cosas que «δεῖ es necesario que o que deben» suceder pronto”.
Es característico que se refiere una vez más ya desde el principio del libro del Apocalipsis este “pronto” y “cerca”, y se recalca que el “final viene galopando”. “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca” (Mt 24, 32-33 Mc 13,28 Lc 21,30).
¿Pero en qué el tiempo está cerca? En el cumplimiento de los logos de la profecía. Por lo tanto, bienaventurado y dichoso aquel que aplica, practica y cumple estos logos, porque el tiempo no tardará en llegar.
De nuestra praxis eclesiástica, a mí personalmente me llama la atención y me impresiona algo que no sé si es correcto, pero yo os lo diré. Hasta el siglo 15 aquellos fieles que han entregado su sangre, es decir, los que acabaron sus vidas en martirio, se llaman Santos Mártires o si han acabado sus vidas en santidad se llaman Santos.
Pero después del siglo 15 los Mártires se llaman Nuevos Mártires o Neomártires. Y si quieren, de parte histórica por costumbre separamos la historia en dos partes; esta calificación la tenemos después de la caída de Constantinopla el año 1453. Es decir, aquellos Mártires que son después de la caída de la Polis (Contantinopolis) se llaman Neomártires, ponemos delante el neo-nuevo, y aquellos que han acabado sus vidas en santidad también los llamamos Neos o Nuevos Santos. Decimos éste padre divinizado… tal, el Nuevo Santo. Nuevo santo quiere decir aquel que le han beatificado y reconocido como santo últimamente, como san Nectario de Egina (o actualmente san Porfirio y san Paisios) que recientemente son reconocidos como nuevos santos, etc, es una denominación que parece que pone un límite.
Pregunto: ¿Vendrá otra época después de quinientos años, que los historiadores deberán otra vez separar la historia, entonces cómo la Iglesia deberá llamar los Mártires y Santos de entonces? Si ahora se utiliza el nombre de Nuevo, ¿entonces cómo deberá ser el nuevo nombre, Novísimo?
Pero, amigos míos, esto significa que hemos tenido los antiguos Santos y también tenemos los Nuevos. Después de los Nuevos no hay otros más nuevos; es decir, aquí sucede lo siguiente. Creo que en la conciencia universal de la Iglesia, está latente y subyace el sentimiento que “el final del tiempo está cerca”. Por eso la Iglesia llama sus Santos de ahora con el calificativo de Nuevo. No tenemos nada más que añadir. Antiguamente simplemente Santo o Mártir. ¿Por qué? Porque entonces “el final” estaba lejos, a pesar que todo ante los ojos de la Iglesia había el final. Amín.
Yérontas Atanasio Mitilineos, el nuevo Crisóstomo, el Profeta del siglo XX
(Fin de la segunda unidad, continuaremos traduciendo la tercera, con la ayuda de Cristo Dios).
Traducido por: χΧ jJ
1 comentario
Jose
17 febrero, 2019, a las 6:05 pm (UTC 0) Enlace a este comentario
Excelente articulo