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Ene 01 2013

Domingo de Navidad – Y lo llamarás por nombre Jesús

El nombre más que todo nombre

Anunciación Virgen 

Y lo llamarás por nombre Jesús» (Ματθ. 1,21 Mat 1,21)

Queridos míos, José el justo, está inquieto. ¿Y cómo no va a estar inquieto?. No se trata de algo insignificante; su novia la virgen Mariam está embarazada.

Mareos de loyismí (reflexiones,pensamientos) lo atrapan. Hasta el momento no tiene conocimiento del misterio y sospecha algo humano pero al no querer permanecer a la letra de la ley mosaica que impone sanciones estrictas a las jóvenes que se desvían éticamente, “no quiso infamarla y decide dejarla secretamente” (Mt 1,19).

¿Tal vez, después de qué tipo de lucha dramática de loyismí (reflexiones, pensamientos)  habrá llegado a esta decisión? justicia y misericordia se habrían chocado en su interior y la única manera que encontró para reconciliarse fue echar a Mariam lejos de su casa.

Pero la divina providencia no dejó expuesto el nombre de la Virgen, “Ángel del Señor» durante un sueño aparece en José. Disuelve sus miedos, vierte luz al misterio de su embarazo, corre el velo de los siglos y manifiesta el futuro glorioso de su Hijo, quien vendría al mundo de manera única.

Finalmente, le pide que de al Niño Divino el nombre que estará indicando con una y única palabra su misión, el nombre de Jesús.

Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

De acuerdo con estas palabras del ángel, el Niño Divino de Belén fue llamado Jesús. Sobre este nombre, que emociona a cualquier existencia noble, diremos algunas palabras no sin antes rogar el Espíritu Santo a sanar y limpiar a nuestros corazones y los labios, porque uno no puede referirse al nombre  “Señor Jesús, si no en Espíritu Santo” 1ªCor 12,3).

Desde la antigüedad, prevaleció la costumbre de que cada persona que naciese se le pusiera un nombre con el cual sería discernido de los demás, como una persona particular, nombre que recordaría la historia de su nación, sería utilizado como móvil para imitación de sus ancestros. Así que los nombres son una verdadera historia de la nación. Los nombres son muchos, casi incontables. Los mejores son los nombres Cristianos, nombres de santos de la Ortodoxia. Los padres cristianos prefieren a estos para los hijos bautizados.

Pero el nombre Cristiano uno debe honrarlo, es decir, vivir como su santo. Nombre sin vida cristiana, parece a dinero de papel con valor nominado, sin tener garantía o aval en oro. ¿Cuántos desgraciadamente llevan los nombres contrarios con la realidad? desgraciadamente, sólo el nombre ha quedado, para recordar que el hombre que lo lleva fue bautizado en la santa pila.

Pero existe uno que justifica plenamente su nombre, es el Hijo de la Virgen. En él por divino mandamiento fue dado el nombre de Jesús. Es el único en el mundo que nombre y realidad son identificadas absolutamente. Jesús ¿porqué? contesta el ángel: “Porque éste sanará y salvará su pueblo de los pecados”.

Jesús nos sana y nos salva. Para tener en nuestro interior el concepto correcto del nombre del Señor, intentaré  mostrarles qué peligro corre el hombre lejos de él y qué salvación disfruta cerca de él.

Peligro y  sotiría (sanación y salvación), son palabras que vienen a menudo en nuestros labios, ¿pero que sentido tienen en el Cristianismo? ¡nos hemos salvado! gritan muchos. Pregunto, ¿de qué os habéis salvado? Y oigo: «yo me he sanado de una enfermedad»,» yo me he salvado de un naufragio», «yo de un incendio»,» yo de las bestias», es decir, hombres que querrían chuparme la sangre… Yo no descanso de estas respuestas. Busco algo más profundo, pido escuchar: «era pecador y Cristo me ha sanado y salvado». Pido corazones y labios que repiten las palabras del apóstol Pablo: “Cristo Jesús vino al mundo a sanar y salvar a los pecadores y el primero yo” (1ªTim 1,15). Pero para que el hombre haga esta declaración, debe estar iluminado de arriba, entender que el pecado, la ilegalidad y la violación de los divinos mandamientos es el peligro, el mayor peligro, infinitamente peor que el terremoto, el fuego y la tormenta.

Sin embargo, los hombres jugamos con el pecado, como los niños con los juguetes de reyes. ¡Qué insensibilad es esta! que esté tu cabeza dentro en la boca de la bestia lista para cerrarla y destruirte, y tú estés riendo, ¡se ríe el pecador!

 ¡Ay! Señor que quieres la destrucción del pecado, ilumínanos a entender aquello que dijeron para tu fiel sirviente Crisóstomo: «Éste no teme a nada, sino sólo el pecado, para que no choque con tu voluntad».

¡El pecado! en la antigüedad, en alguna parte dice Aristóteles que habían ladrones que aplicaban el siguiente modo terrorífico para matar a sus víctimas. Ataban al hombre fuertemente con el cuerpo de un muerto y le dejaban morir pegado con el cadáver. Imaginaos que castigo… muerto y vivo juntos, hasta que el vivo muera y se expanda el silencio de la muerte.  Esta es una imagen del pecador.

El pecado es el cuerpo de la muerte. El pecador, atado con pecado, vaya a donde vaya, respira el hedor de este. Lo odia, quiere liberarse de su abrazo, pero el pecado está pegado encima suyo con fuerza y arte.

El pecador desgarrado clama: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7,24). Escucha la voz del mundo con sus filósofos, poetas, actores y sociólogos… pero nadie le puede liberar.

Le escucha el Jesús, se acerca a él ¡bendito momento,! corta las ataduras, el cadáver del muerto se tira lejos, el pecador se pone de pie, respira libre y grita: «¡me ha salvado y liberado el Jesús!».

¡Jesús! Este nombre, por el cual fue liberado del pecado, se convertirá en lo más dulce. Con este estará durmiendo y despertando, con este estará llenando el vacío de su nus (corazón espiritual)  y encendiendo su corazón estará puliéndose su voluntad, estará gozando toda su existencia y estará llamando en doxología a todos. “Alaben su nombre con danza; Con pandero y arpa a él canten” (Sal 149,3) .

Un enfermo entró en una clínica quirúrgica. Tenía cáncer en su boca y debía operarse y restarle la lengua. Los médicos pensaban que después de la operación no podría hablar. Le dicen pues: «antes de empezar la operación, que diga sus últimas palabras». El enfermo, cristiano fiel, con tranquilidad contesta: «sólo un logos tengo que decir: que sea bendito el nombre de Cristo. Este nombre quiero que sea mi última palabra».

Jesús significa σωτηρία (sotiría) sanación y salvación. “Es el nombre que es más o por encima de todo nombre” (Fil 2,9). No existe otro nombre capaz de salvarnos. Es el nombre que por un momento la noche del Jueves Santo negó el apóstol Pedro, para predicarlo después sin temor valientemente delante millares de personas. Esto era el arma con que luchaba y vencía. Ese nombre fue mencionado e inmediatamente “el cojo de nacimiento, fue sanado” (Hechos 3,1-10). El apóstol Pablo tanto amó al Señor que el nombre Jesús en sus epístolas se encuentra doscientas veces.

¡Jesús! Pero existen también corazones fríos y duros. Corazón que escucha este nombre y no se emociona y fascina, o aún peor, corazón que escucha tranquilamente como si no pasara nada al insultarlo, está muerto. Que insulten a mi Jesús y yo no me encienda, no abra la boca para decir dos palabras de protesta, seré el más desgraciado y desagradecido. Pero no, no permaneceré indiferente, quiero que su nombre sea glorificado aquí en esta tierra.

Queridos míos,

por el nombre de Jesús son redimidos no sólo individuos, sino también sociedades y naciones. Triunfan en Cristo Jesús. La demostración es nuestra pequeña nación Helas (Grecia), cuando en 1921 empezó la revolución contra el imperio otomano turco, el predicador de la Gran Iglesia, Constantino Ikonomu, escribió su famoso logos convincente a los luchadores helenos, en el cual demostraba que la liberación de Grecia se conseguirá con la fe en Cristo. “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil 2,10).

Obispo Agustín

Homilia radiofónica, Diciembre 1949.

Traducido por: χΧ.jJ

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