La narración de la terapia del ciego congénito del Evangelio de Juan el Evangelista es la única en el Nuevo Testamento. Hay muchos casos de terapia de los ciegos, pero no de nacimiento, que nos describen los cuatro Evangelistas, cosa que manifiesta por un lado la simpatía y el interés del Señor Jesús para el dolor y la enfermedad física; y por otro lado muestran su cualidad de Mesías, porque los Profetas del Antiguo Testamento describiendo al Mesías se refieren entre otras cosas también “sobre la recuperación de la vista de los ciegos”.
Pero, además de la ceguera física, el Cristo abre los ojos de la psique de los hombres, de modo que puedan comprobar la nueva vida que los ofrece como una donación divina al mundo. Muchos hombres que tienen la luz natural del cuerpo no ven a Cristo como Mesías, en cambio muchos ciegos, después de la sanación física de ellos proclaman la fe en Él. Se justifican así las palabras del Señor: “Yo vine al mundo para que los que no ven, vean y los que ven se conviertan en ciegos”.
Juicio, pues, es la presencia del Señor al mundo, pero no en el sentido de condena a los hombres, sino en el sentido de la obligación que se crea a cada persona a aceptar la “luz increada” o condenarla. Se necesita valor y coraje para uno mirarse directamente en la luz (increada) y concienciar sus partes desagradables. Liberarse de su mal carácter, su egoísmo, sus pazos, sus comodidades personales y sus placeres carnales y seguir la voluntad de Dios.
La luz que da el Cristo al ciego congénito de la lectura evangélica del Domingo, viene como una nueva creación al mundo. Tal y como el Dios en el Antiguo Testamento ha creado al hombre con tierra, lo mismo también el Cristo haciendo barro regenera Su creación de la corrupción y desgaste por el pecado. Otra vez le da la capacidad y posibilidad de hacerse partícipe de Su realeza increada. Sin embargo los hombres reaccionan de distinta manera ante la apocaliptada=revelada luz increada de Cristo. Y mientras tanto el ciego sanado confiesa y proclama su fe a Cristo, los Fariseos de cualquier manera intentan negar el milagro evidente, incluso amenazando hasta los padres del ciego. Niegan la luz prefiriendo la oscuridad, porque la oscuridad les conviene y cubre sus obras ilegales. La luz increada no les es grato porque les controla.
La lectura evangélica presenta a Cristo como luz, sanador y salvador del mundo, quien llama al hombre a seguirle. Esta actitud de cada hombre hacia la luz (increada) es determinante para su camino posterior. Aquel que rechaza la luz (increada), permanece a la oscuridad, encubriendo así sus obras malignas, permanece ciego espiritualmente. Pero aquel que reconoce la ceguera espiritual se va hacia la “luz”, es decir, a Cristo y adquiere la visión requerida para ver directamente, cara a cara la verdad en relación consigo mismo, con su prójimo y la donación de Dios a él. Cada persona es juzgada por el hecho de si afronta la luz con valentía o permanecerá obstinadamente a la oscuridad. La postura del ciego congénito y las de los Fariseos son totalmente opuestas. Estamos llamados, pues, a escoger entre la luz (increada) y la oscuridad. Sea pues nuestra elección correcta, esta que nos conducirá a la Realeza increada de los Cielos.
Santa Metrópolis de Filipos, Neápolis y la isla de Thasos.
Traducido por: χΧ jJ