Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron. Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo. Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó. Cuando él entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte: ¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera? Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno. Habiendo salido de allí, caminaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiese. Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día, (Mrc 9, 17-31).
Los niños a Cristo
Un padre dolido conduce al Señor su hijo enfermo, quien estaba capturado por espíritu demoníaco. El joven estaba castigado por un espíritu demoníaco mudo, no estaba en situación de pedir el mismo su terapia al Señor Jesús. Y en lugar de él se dirige su padre hacia al Θεάνθρωπο (zeánzropo, Dios y hombre). Y Aquel correspondió: “Traédmelo”, dijo. Y se lo acercaron.
Hoy el Cristo pide de nosotros conducir cerca de Él cada niño y cada joven. Dentro de un mundo que el diablo homicida utiliza todos los medios para seducir y destruir las psiques jóvenes y niñas, las palabras del Señor nos muestran el camino sanador y salvador: “Traédmelo”.
Guiemos, pues, a los niños al Salvador y Sanador Cristo Dios. Padres y maestros, intentemos armarlos con el temor a Dios desde pequeños. Enseñarlos a ir en la Iglesia y participen en los santos Misterios. Transmitirlos en sus psiques las palabras de Dios y exhortarlos a que luchen de acuerdo con la voluntad de Dios. Y aún, si algunos jóvenes han salido del camino, intentemos a indicarlos lo correcto con agapi, discernimiento y con el mejor ejemplo nuestro. Paralelamente oremos nosotros en vez de ellos con oración ferviente, para que escapen de las garras del diablo y regresen al Redentor, la fuente de la verdadera felicidad.
Señor ayuda mi incredulidad
El Padre del demonizado joven tenía su fe incompleta; sin embargo, no sabía a dónde más podría tener esperanza. Se dirige, pues, hacia al Señor y con palabras que revelan su desesperación y su poca fe y Le dice: “Compadécete de mí, si puedes hacer algo, ayúdanos”.
Pero la cuestión no es si el Señor Jesús podría hacer el milagro. Es absolutamente cierto que el Θεάνθρωπος (zeánzropos, Dios y hombre) tenía la fuerza de ayudar y sanar al joven atormentado.
El obstáculo es la poca fe del padre. Por eso, antes de sanar al niño, el divino Maestro ayuda al padre a sentir su debilidad y confesar con lágrimas: “Creo, Señor, ayuda mi incredulidad”.
El Señor es omnipotente. No hay algo imposible para Él. Lo que “compromete y bloquea” Su fuerza es nuestra poca fe. Esta no le deja hacer milagros en nuestra vida. Recordemos qué les ha pasado los compatriotas del Señor, los Nazarenos. Aunque le tuvieron tan cerca, no Le creían. Por esta incredulidad de ellos, Nazaret fue privada de Sus admirables obras.
Oremos pues al filántropo Señor a reforzar nuestra fe. La fe pasa por distintos estadios hasta perfeccionarse. Decir nosotros también como los Apóstoles: “Señor, añádenos fe” (Lc 17,5).
Y si alguna vez tenemos dificultades y tenemos la sensación de que el Señor no escucha nuestras oraciones, tengamos paciencia y aprovechemos cada prueba para que se vaya consolidando y creciendo la fe y nuestra dependencia del todopoderoso Cristo Dios.
Por encima de toda fuerza
El Señor giró hacia el joven que estaba estirado al suelo y habló estrictamente al espíritu sucio: “Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él…”. ¡Te lo mando Yo el Hijo y Logos de Dios!
Y el espíritu maligno, mientras gritó fuertemente y removió el niño, se fue lejos. Esta es la sorprendente potencia de Cristo. Su logos como “una espada aguda” (Apoc 19,15), destruye los demonios y sus obras mal astutas. El diablo aunque se presenta “como león rugiente” (1ªPed 5,8), no puede parar ante el Cristo. En el nombre del Señor Jesús Cristo se someten todas las fuerzas “de las que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil 2,10). El cristiano que invoca el nombre del Señor Jesús con fe y vive unido con Él, no tiene miedo a hechizos o mal de ojos, ni magias, tampoco otras influencias demoníacas. Lucha con fuerza contra los ataques del maligno y los rechaza con seguridad y certeza, porque cree al Señor Jesús Cristo, Dios todopoderoso y Vencedor eterno del diablo y la muerte.
“Ο ΣΩΤΗΡ” El Salvador
Fuente: ΑΚΤΙΝΕΣ
Traductor: xX,jJ