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Evangelio de Juan cap.3, 13-22
13 Nadie ha subido al cielo sino el que descendió del cielo, el hijo del hombre, el Ων existente que está en el cielo.
13. Nadie ha subido al cielo para aprender y enseñaros estas verdades, sino sólo el que descendió del cielo y se encarnó haciéndose hijo del hombre, el cual mientras esté viviendo aquí en la tierra permanece siendo el Ων existente en el cielo, como Dios.
14 Y a la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el hijo del hombre sea levantado;
14. Tal como Moisés en el desierto colgó alto la serpiente de cobre para que lo vean con fe los Israelitas y sean salvados del veneno mortal de las serpientes del desierto, así según el plan sabio de Dios se deberá colgar también al hijo del hombre encima de la cruz,
15 para que todo aquel que cree en él, gane y tenga la vida eterna; (y no sea condenado a la perdición eterna.)
16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
16. Porque de tal manera amó Dios a los hombres del mundo hundido en el pecado hasta el punto que le entregó, por muerte en la cruz, a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él tenga vida eterna y no sea condenado a la perdición eterna.
17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo sea sanado y salvo por él, (mediante su sacrificio.)
18 El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree ya ha sido juzgado y auto-condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
19 Y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas.
19. Y el juicio y condena consiste en que la luz vino al mundo, es decir, el Hijo y Logos de Dios vino al mundo, y los hombres entregaron su corazón a la oscuridad y amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Porque todo hombre que obra mal odia y detesta la luz y no viene a la luz para que no sean reveladas y juzgadas sus obras malas.
20. Porque todo hombre que obra mal y no está en metania- introspección, arrepentimiento y confesión,- odia y detesta la luz y no viene a la luz para que sus obras malas no sean reveladas y reprendidas.
21 Pero el que actúa de acuerdo a la verdad, viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras están hechas en Dios.
22. Pero el que obra y practica de acuerdo con la verdad de Dios, viene a la luz y se acerca con confianza al Señor Jesús Cristo para que sea manifestada la calidad y el valor de sus obras y él mismo sea informado en su conciencia y confirmado por Él que sus obras están hechas de acuerdo con la voluntad de Dios».
οὐ γὰρ ἀπέστειλεν ὁ Θεὸς τὸν υἱὸν αὐτοῦ εἰς τὸν κόσμον ἵνα κρίνῃ τὸν κόσμον, ἀλλ᾿ ἵνα σωθῇ ὁ κόσμος δι᾿ αὐτοῦ».
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo sea sanado y salvo por él, (mediante su sacrificio.) Juan 3,17
a. Es impresionante la condensación del logos de san Juan el Evangelista en la lectura de hoy. En cinco versículos (Cap.3,13-17) describe quién es el Jesús Cristo (Dios y hombre); cuál es Su obra en el mundo y cómo se realizará, en comparación con el Antiguo Testamento: el ofrecimiento de la vida eterna por su sacrificio cruciforme; cuál es la causa que ha motivado a Dios mandar a Su hijo: Su infinita e increada agapi; cuál es el resultado final de la presencia de Cristo al mundo: la sanación y salvación del hombre. Un comentario particular de cada verso podría incluir toda la enseñanza de la Iglesia sobre el acontecimiento de la apocálipsis en Cristo. Pero el propósito de la misión de Cristo de Dios es lo que nos ocupará principalmente: 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo sea sanado y salvo por él, (mediante su sacrificio.)
b.1 Lo primero que apunta el Evangelista en este verso es la venida de Jesús Cristo, no es una acción aislada de una persona de la Santa Trinidad: El Hijo y Logos de Dios viene como hombre al mundo mandado por el Padre y por supuesto “en sinergia-cooperación del Espíritu Santo”, cosa que se verá especialmente en el acontecimiento de la Anunciación, cuando el Espíritu Santo vendrá a la Panayía (Todasanta) para encarnar en su interior a Cristo; y al inicio ya de la acción de Cristo en Nazaret señalará y desarrollará el verso del profeta Isaías: “Espíritu del Señor en mí”. Y realmente esto es una enseñanza principal de la fe cristiana, en la que la energía increada de Dios es común en la Deidad. Nuestro Dios, tal y como nos apocalipta=revela el eterno logos de Dios, es de tres hipostasis (bases substanciales o personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo), Su energía y acción es una y común también para las tres personas. Así que “el Padre por el Hijo en Espíritu Santo realiza todo”; significa también que tenemos el Dios entero y uniforme en la Creación del mundo, en la Recreación con la venida de Cristo y a continuación con Su presencia en la constitución y funcionamiento de la Iglesia. Y la razón es sencilla: El Dios es uno y los discernimientos de las hipostasis (bases substanciales) son modos de existencia del mismo Dios. Por ejemplo, tal y como señala san Gregorio el Teólogo: El Dios Triádico operaba en el Antiguo Testamento, pero las energías increadas y operaciones las servía el Dios Padre, entonces se veía Aquel; en el Nuevo Testamento el Dios Triádico operaba, pero las energías increadas y operaciones comunes las servía el Hijo como hombre; el Dios Triádico opera en la Iglesia desde el inicio hasta hoy y mientras exista el mundo, pero las energías increadas y operaciones las sirve el Espíritu Santo.
2. El Evangelista se refiere al propósito o finalidad de la venida de Cristo, que es la sanación y salvación, no el juicio del mundo. La entonación de la negativa de juicio por el Cristo no debe ser al azar. El Cristo no viene como un juez severo que examinará al mundo por sus pecados: una imagen de este tipo, que sólo incita miedo al hombre, existía durante el período del Antiguo Testamento, ya que el hombre se encontraba todavía a un nivel espiritual infantil, por lo que el miedo funcionaba como pedagogía y para que entrasen en razón los humanos. Además, después de la caída del hombre en el pecado, este era un estado “natural” diríamos. El hombre no podía superar la tragedia que había caído, por lo tanto, el juicio de Dios sería sólo condena para él. Se trata de la certeza del hombre del Antiguo Testamento, como lo apunta con dolor el psalmista: “Y no entres a jucio para tu siervo porque ningún vivo se absolverá y se salvará ante Ti”. El único juicio que trae el Cristo es la revelación del pecado del hombre, por lo que ya la verdad se encuentra al mundo. “Ahora ya es juicio del mundo. Ahora el príncipe de este mundo se echará fuera”. No se juzga el mundo, sino el pecado y su promovedor el diablo.
3. San Juan, pues, niega categóricamente esta imagen de Dios, como juez del hombre en este mundo. El período de la sombra ha pasado. El cielo ya no es amenazador. No nos escondemos para salvarnos de una fuerza desconocida. Porque el Dios se manifiesta con Su verdadera persona con rostro. Y esta persona o rostro es de amigo, de hermano y de Padre que está lleno de agapi hacia Sus criaturas. “El Dios es agapi (infinito amor energía increada)” y “tanto amó Dios al mundo que ha mandado en este Su Hijo unigénito”. Es Él ante Quien nos sentiremos seguros y tranquilos, igual que el niño se siente en los brazos de su padre. Su presencia es la sanación y salvación para nosotros. Vino “para que el mundo sea sanado y salvo por Él”. Lo que antes era amenaza y experiencia trágica, como el pecado, la muerte, el diablo y los elementos de este mundo, ahora son levantados, anulados por Él. Los tomó y los extinguió para que vivamos una vez por todas tranquilos, realmente como humanos. Tomando todas estas cosas y quemándolas en la llama de la agapi nos ha sanado. Porque estas cosas eran nuestra herida y nuestro dolor. Como entonces al desierto los Israelitas que recibían ataques de serpientes venenosas y se morían retorciéndose de dolor, y se salvaban mientras miraban la serpiente de bronce que había levantado el líder de ellos Moisés, por indicación de Dios, así lo mismo con la venida de Cristo: encima de la Cruz Él levantó nuestros pecados, anuló al diablo, pisoteó la muerte y nosotros nos hemos liberado y salvado.
4. Esta sanación y salvación que nos ha traído el Cristo no se debe entender en una sola dimensión, como una absolución y liberación. Nos ha salvado porque principalmente nos llenó con Su presencia incorporándonos en Sí Mismo. Esta incorporación consiste en el ofrecimiento de la vida eterna, como vida de Dios dentro de nuestra existencia ya desde este mundo: “Para que todo el crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Y esto ocurre, porque según nuestra fe, la vida eterna nos es vida que empieza después de la muerte, sino la vida de Dios que se da al hombre desde aquí y ahora, para que se complete en lo absoluto posible después de la salida del hombre de este mundo y con la relación con Él cara a cara.
Así que la salvación es un hecho que se vive desde esta vida, durante la cual el hombre vive la eternidad de Dios, basta por supuesto que acepte y crea en Él. De hecho si en este mundo no vive en fe la vida de Dios, por lo tanto su salvación, en ningún caso la vivirá después en la otra vida que decimos. Más bien vivirá la eternidad de Dios, pero de manera dolorosa y trágica para este, lo que por regla general llamamos como infierno, exactamente porque no quiso crear condiciones amistosas con el Dios. En otras palabras, el Dios se le será ofrecido, pero este ofrecimiento para éste funcionará negativamente. Desde este aspecto, los fieles a Cristo ya desde esta vida han superado la muerte. La jaris (gracia energía increada) de Dios reside en ellos y ellos se encuentran en este mundo como “dioses circulando físicamente en carne o cuerpo”.
c. Es grandiosa la vida del cristiano ortodoxo. En realidad es extensión de la vida del mismo Cristo. El Cristo dentro de nosotros “Ya no vivo yo, sino que es Cristo que vive dentro de mí”. Por supuesto que esto significa vida eclesiástica, puesto que sólo con la jaris (gracia energía increada) de los misterios se hace factible, y también activación de la jaris increada en las condiciones diarias de nuestras vidas. La Cruz de Cristo se hace así también cruz del hombre, sobre todo en el tema de la agapi. Y la agapi, como especialmente nos recalca hoy san Juan, significa que funcionamos nosotros también como sanación y salvación para los demás y no como jueces de ellos. Si el Cristo vino al mundo negando el juicio a los hombres, no podemos nosotros en nombre del Cristo juzgar a los hombres. Desgraciadamente es esto que principalmente hacemos. Todos o muchos de nosotros nos hacemos nosotros mismos “fiscales” del mundo: fáciles para criticar, juzgar y condenar, sin concienciar que de esta manera negamos a Cristo. El logos de Dios es claro: la presencia del Cristiano al mundo, mientras se extiende en la vida de Cristo, es presencia sanadora y salvífica: “llorar con los que lloran y alegrarse con los que están en alegría”. Amigos/as hacia todos/as. Para nada amenazantes, sino sólo contra al pecado. Y principalmente: ante nuestro pecado. Amín.
Padre Jorge Dorbarakis
Fuente: ΑΚΟΛΟΥΘΕΙΝ
Traductor: xX.jJ