18 Un hombre distinguido le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
19 Jesús le dijo: (puesto que me consideras como un hombre simple) ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, el único bueno es el Dios.
20 Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.
21 Él dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud.
22 Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; después, ven y sígueme.
23 Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico.
24 Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en la realeza increada de Dios los que tienen riquezas!
25 Porque es más fácil pasar un camello* por el ojo de una aguja, que entrar un rico en la realeza increada de Dios. *(Camello es una cuerda gorda de atar los barcos)
26 Y los que oyeron esto dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse?
27 Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
a. La lectura evangélica de Luca para hoy es un juicio valioso para Él Mismo y una pregunta sobre la vida eterna que recibe el Señor de un soberano; es exactamente la misma con el correspondiente Evangelio de Mateo, excepto la adición del joven rico. Y es de extrañar el hecho que el Señor no queda sólo en la pregunta considerada como básica –¿qué pregunta se puede considerar más importante que esta de la vida eterna?- sino que comenta también el juicio sobre Él Mismo: Maestro bueno. ¿Por qué será? ¿Por qué razón el Señor no deja de lado la pregunta del soberano?
b.1 En principio, el Señor, no duda de Su rol como maestro. Pero no comenta el hecho que ha venido al mundo realmente también como Didáscalos (maestro). Todos los que se acercaban, realmente Le admitían así, sin que el Señor rechazara esta cualidad Suya. Y es obvio: Él Mismo era y es el Logos de Dios, que como hombre funcionaba de una manera concreta. “Yo he venido para dar testimonio de la verdad”. “Me llamáis Didáscalo y Señor y realmente lo soy”. Por lo tanto, Su enseñanza y logos contenía la omnipotencia de Dios, era el vehículo diríamos, por el que la jaris (gracia, energía increada) de Dios llamaría al corazón del hombre; o según describe san Pablo: “Su evangelio era y es la fuerza y energía increada para sanación y salvación de todo hombre que cree”. Esto de que “nunca ha hablado hombre como este hombre”, constituirá siempre por todos los siglos la reacción de Sus oyentes, incluso a los considerados como Sus negadores y enemigos. Por supuesto que, como es conocido, el Señor a través de Sus milagros funcionaba también como didáscalos. Sus milagros no eran “magias” para deslumbrar a los hombres, sino otro tipo de manifestación y testimonio de la nueva realidad que traía al mundo.
2. Su reacción es por la calificación como “didáscalos bueno” que describe sobre Él el soberano que vino: “¿por qué me llamas bueno? Para añadir lo que revela sobre el concepto de bueno en el Antiguo Testamento: “Ninguno hay bueno, el único bueno es el Dios”. La segunda parte, de que el Dios es el único bueno, muestra la negación de esta calificación para Él mismo. ¿Qué queremos decir? Aparentemente el Señor no niega lo que quiso revelar: de que es el Dios encarnado. Pero esta revelación se hacía poco a poco, porque requería la análoga fe de los hombres. Recordemos que Sus discípulos e incluso Su misma Santísima Madre no llegaron al punto de iluminación –creerle también como Dios- sino sólo después de Su Ascensión durante el día del Pentecostés. Con la fuerza y energía increada de la infusión del Espíritu Santo se sobre-abrirían los ojos de sus psiques para verle en Su conjunto: a Dios que se humanizó o se hizo hombre. Incluso la confesión del apóstol Pedro de que es el Hijo de Dios vivo, un poco antes de Sus Padecimientos, fue una confesión circunstancial, después vendría la triple negación. Más aún: la apocálipsis (revelación) de Su doxa (gloria, luz increada) divina al Monte Tabor a Sus notables discípulos Pedro, Juan y Jacobo (Santiago), sería acompañada por la orden de no contar nada sobre lo que han visto y oído, sino sólo después de Su Resurrección de los muertos.
3. Así que, Su interrogativa negativa de que Él es bueno, es la cubierta protectora para aquel, -para soberano y también para todos Sus oyentes en aquel momento- quien de todas maneras no le plantea como Mesías, no tenía los análogos ojos y la fuerza para admitirle como Dios; sobre todo, el desarrollo del diálogo demostró también la no autenticidad de la búsqueda del soberano: en la indicación del Señor para que Le siguiera para encontrar “lo uno que le faltaba”, para ganar la vida eterna descartando y descargando el peso de su riqueza, aquel “salió entristecido”. Porque evidentemente el amor para su riqueza era mayor que su amor a Dios. Esta negativa indirecta del Señor de que es bueno, para los que no pueden verle como Dios, recuerda el caso de Moisés, cuando bajó del monte Sinaí con las tablas de la Ley: tenía la cubierta en su rostro, porque sus paisanos eran incapaces de soportar el resplandor que emitía. Respectivamente, por lo tanto, el Señor actúa de modo filántropo para proteger los débiles ojos espirituales del soberano que se había acercado a Él.
4. Pero dijimos que el Señor orienta hacia al único Bueno que es el verdadero Dios. “Ninguno hay bueno, el único bueno es el Dios”. Una verdad que uno entiende su importancia, cuando piense que todas las filosofías y problemáticas del hombre, en el paso de los siglos, tenían como epicentro de sus búsquedas la pregunta sobre el bien o la bondad. Porque según con lo que define uno el bien, correspondientemente define también su actitud en la vida. En otras palabras, la valorización del logos sobre el bien conducía también a la análoga deontología. Dos ejemplos sencillos creemos que pueden iluminar las cosas. Uno es el rico insensato del domingo pasado, -que en el fondo no difiere mucho del soberano de hoy- como bien en su vida tenía su riqueza y sus bienes materiales. Esta apreciación de él de que la riqueza es lo que vale en la vida, le condujo también a la análoga praxis: ser un individualista que no ve nada más en su vida que a sí mismo. Y por otro lado, el Zakeo del conocido suceso del Nuevo Testamento, éste también era rico, pero tenía diferente escala de valores. Su encuentro con el Señor cambia las prioridades y el bien para él se convierte el Dios y Su voluntad. Después la praxis de su vida confirma el cambio: restablece las injusticias que había hecho y reparte su fortuna a los pobres.
Así que la instancia del Señor Dios como el único Bien, orienta al hombre hacia Él que es el centro de su vida y el motor de sus acciones. Es como si el Señor recordara que el Dios no está al margen de la vida, sino la base y el cimiento, la fuente de todos los valores, revelando a la vez que el hombre por si mismo no es bueno o bondadoso, es decir, no es y no puede ser la referencia de valores del mundo, pero puede convertirse en bueno y bondadoso, al grado que admite al bondadoso Dios y se relaciona con Él.
c. Como cristianos estamos en una posición privilegiada: creemos en Cristo como Dios y hombre, por lo tanto, Le consideramos realmente el Bien o la Bondad, el único y absoluto valor para nuestra vida. Toda la vida eclesiástica está tejida en torno a esta realidad, que determina también nuestro camino como cristianos. Pero exactamente por la misma razón estamos también en la peor posición: si no nos hacemos buenos o bondadoso junto con Él, y si nosotros no somos buenos como miembros Suyos, significa que no tenemos ninguna relación real con Él. Y bueno o bondadoso, según el modelo del Señor, quiere decir: hombre de fe y agapi hacia Dios y hacia al semejante. En una palabra, bondadoso se hace aquel que está inspirado realmente de la agapi (amor desinteresado), porque el Bondadoso por naturaleza, el Dios, “es agapi (amor, energía increada)”.
Padre Jorge Dorbarakis
Fuente: ΑΚΟΛΟΥΘΕΙΝ
Traducido por: χΧ jJ