Números y órdenes

Como los demonios que han caído, han formado una legión o batallón, son muchos y se distinguen en equipos y órdenes, gobernantes y gobernados. Aunque según san Juan el Clímaco «no existe orden y coherencia a los desordenados e incoherentes, sino perversidad y desorden, sin embargo, todos los espíritus malignos colaboran para nuestra catástrofe. Así que, cuando nos atacan, cada uno de ellos toma su posición y se encarga de una misión especial, tal como pasa también en la guerra sensible.»

Según el tiempo que actúan los demonios se distinguen entre nocturnos y diurnos. En una división más especial, los encontramos como matinales, de mediodía, de tarde y nocturnos. En la Santa Escala de san Juan el Clímaco se habla de una psique que por la mañana la atacaban los demonios de la vanagloria y de los malos deseos, el mediodía de la acedía o pereza espiritual, de tristeza e ira, en cambio por la tarde los tiranos responsables de los pazos de la panza. Es decir, vemos que los espíritus malignos actúan por turnos las veinticuatro horas.

Detrás de cada pazos existe también el correspondiente equipo que lo sostiene, y detrás de cada pecado hay un demonio que sinergiza o colabora a cometerlo.

Todos los demonios no tienen la misma potencia ni la equivalente maldad. Todos son mal astutos, pero existen demonios sucios que son más malignos que los mal astutos, (San Juan el Sinaita). Es decir, entre ellos hay grados de maldad. San Máximo el Confesor dice: «Cada uno de los demonios, según su capacidad particular, provoca un tipo u otro de tentaciones. Porque cada uno provoca maldad distinta, y cada uno claramente es más sucio que el otro y mayormente más capacitado para cada clase de maldad.» Nuestro Señor nos enseña que cuando del hombre se va un demonio sucio, y este hombre cae al descuido o negligencia, entonces el espíritu que se ha marchado regresa trayendo consigo «otros siete espíritus más malignos que este» (Mt 12,45).

San Casiano en una de sus obras más importante enumera ocho espíritus malignos hegemónicos: el espíritu de la gula, el espíritu de lujuria, el espíritu de avaricia o codicia material, el espíritu de ira u odio, el espíritu de tristeza o depresión, el espíritu de acedía, negligencia o parálisis psíquica, el espíritu de vanidad, vanagloria o exhibición y el espíritu de orgullo, soberbia o engreimiento.

La obra principal y siniestra de estos mal astutos espíritus es echar en nuestra psique a los ocho correspondientes pazos principales y mortales (espiritualmente), de manera de alejarnos definitivamente de Dios, provocando nuestra muerte (espiritual) eterna.

San Juan el Clímaco de manera muy sabia revela para los luchadores espirituales la red mal astuta y las querellas de los demonios, describiendo la estructura y el sistema de ellos, señalando cuales son los pazos principales (madres) y cuales nacen de estos (hijas). Por eso nos sugiere luchar inteligentemente y no gastar nuestras fuerzas y energías espirituales luchando a la vez con miles de enemigos, porque no se trata de aprender en una sola vez todas sus malicias. Y concluye: «Con la ayuda de la Santa Trinidad, armémonos contra los tres (los pazos filidonía-hedonismo, filarguiría-de avaricia y filodoxía-de vanagloria), mediante las tres virtudes de la engratia (autocontención y ayuno), de la agapi-amor, y de la tapinofrosini, (conducta humilde de mente y corazón). Sino, sufriremos muchísimas fatigas.»

San Diádoco, obispo de Fótica, divide los demonios en dos grandes categorías. En la primera pertenecen los demonios más finos que guerrean la psique y en la otra los más espesos (materialmente) que guerrean contra el cuerpo mediante los placeres carnales. Estas dos categorías de demonios aunque tienen la misma intención, en perjudicar a los hombres, a pesar de esto, combaten entre sí. Esta aparente contrariedad la sostiene también san Juan el Clímaco.

Cada demonio tiene sus propias maneras de acción y energía, según el pazos que sirve. Por costumbre, colaboran entre sí para hundir al hombre a los más pazos posibles. Por ejemplo, el demonio de la gula entrega su víctima al demonio de la lujuria y este correspondientemente al de la desesperación. San Casiano dice al respeto: «Tenemos que conocer que cada demonio no subleva todos los pazos dentro del hombre, porque cada pazos, tiene sus propios demonios que lo cultivan. Unos espíritus mal astutos se satisfacen de sucios deseos carnales, otros con blasfemias e insultos, algunos descansan en el odio, la ira y la violencia, otros en la tristeza y la depresión, unos a la vanagloria y otros la soberbia. Cada uno cultiva dentro de su corazón aquel pazos por el que queda más satisfecho. No siembran todas sus maldades juntas, sino con orden según el tiempo, el lugar y la receptividad del hombre.»

Todos los pazos, pues, se activan en nuestra psique mediante los demonios. Es decir, tal como el cultivo de las virtudes es fruto del Espíritu Santo, así también la energía y acción de los pazos son fruto de los malignos espíritus astutos. Esta verdad la describe muy expresivamente san Efrén el Sirio: «Señor y Soberano de mi vida, no me des espíritu de pereza, de curiosidad, de charlatanería y de ansiedad de poder. Regálame a mí, tu siervo, espíritu de humildad, prudencia, paciencia y agapi (amor)». Por eso la experiencia patrística nos enseña que la guerra contra los pazos es esencialmente guerra contra los espíritus de la malicia y la maldad. Dice el abad Pitiríon: «El pazos que uno consigue vencer, a la vez echa también su demonio.»

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