San Juan el Evangelista dice que Cristo vino a la tierra «para disolver las obras del diablo» (1ªJn 3,8), pero también para anular al mismo diablo con Su muerte crucificante: «…Para destruir por medio de la muerte al que tiene el poder de la muerte, es decir, al diablo» (Heb 2,14).
Antes de Su crucifixión Cristo disolvía y destruía las obras del diablo, conduciendo a los hombres a la metania (conversión y arrepentimiento), sanando enfermos y endemoniados. Estas terapias eran la expresión esjatológica (futura) de la abolición de las obras demoníacas. Pero con Su muerte por crucifixión y Su bajada al Hades anuló la fuerza del demonio y el poder de ellos sobre al muerte.
Cristo no ha hecho desaparecer de una vez por todo el efecto del satanás sobre nosotros, sino que humilló y derrumbó su fuerza y nos ha dado los medios para aniquilar sus trampas. Es decir, no estamos liberados de los efectos, energías y ataques del satanás, sino que se han dado las armas para vencerlo. Primero el Señor con su triple tentación que recibió en el desierto (Mr 4:4-11), nos indicó la manera que nos combate el demonio, pero también nos regaló el poder, la fortaleza para vencerle. Porque esta tentación del Señor contiene todas las tentaciones que puede recibir un hombre.
Cristo dio poder a Sus alumnos a pisotear el diablo: «He aquí, os he dado poder de caminar encima de serpientes y escorpiones y a toda fuerza del enemigo» (Lc 10,19). La obra de los apóstoles y generalmente de los sacerdotes de la Iglesia es conducir a los hombres de la tiranía del diablo a la libertad de los hijos de Dios. Esta preocupación pastoral también ocupaba al apóstol Pablo, cuando deseaba y bendecía los cristianos de Roma: «Y el Dios de la paz destruirá al satanás poniéndolo en nuestros pies rápidamente» (Rom 16,20).
Los santos con la fuerza de Dios destruyeron al diablo y muchas veces humillaron su impertinencia y arrogancia, tal como ocurrió, por ejemplo, con el abad Teódoro que con su oración ató a tres demonios fuera de su kelia (celda) y les desató después de muchos ruegos de ellos.
La rica experiencia de los santos nos ha entregado maneras de vencer al diablo y escaparse de sus trampas y sus artificios. Sus consejos y guías son preciosos. Los más importantes, los enumeraremos a medida de lo posible a continuación:
1) Es indispensable que mantengamos la jaris (gracia, la energía increada) del Espíritu Santo que hemos recibido por el Bautizo. Además, en el mantenimiento de la jaris aspira totalmente nuestra lucha espiritual. Porque ella es la que nos abastece las armas de nuestra campaña espiritual. Armas que «no son mundanas, sino poderosas porque tienen la dinamis-energía y potencia de Dios para la destrucción de fortalezas demoníacas, pensamientos mal astutos y toda cosa que se eleva arrogantemente contra la gnosis-conocimiento de Dios» (2ªCor 10:4-5). Realmente en cuanto está el Espíritu Santo en nuestro interior el satanás no puede entrar y permanecer en las profundidades de nuestra psique, (san Diádoco de Fótica). Porque «los malignos espíritus temen exageradamente la jaris del divino Espíritu, y sobre todo cuando viene ricamente, ya que nos estamos sanando, purificando con el estudio y la oración pura, (san Nikitas Stizatos). La presencia de la divina jaris (increada energía) en el hombre es fuego que quema a los malignos espíritus y destruye sus artificios o tecnicismos.
2) Hace falta tener atrevimiento, valor y fe en que Dios con seguridad nos ayudará. «Resistid al diablo» nos dice san Santiago, «y se marchará de nosotros» (4,7). La valiente resistencia le hace huir. Pero tiene que estar acompañada de la fe, (1ªPed 5,9). La fe es el escudo sobre el que podemos borrar todas las flechas encendidas del maligno (Ef 6,16). Es inconmovible y firme la certeza de que Dios está parado a nuestro lado. Y si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? Cuando la psique está llena de valor y fortaleza espiritual, «ve a los demonios que huyen como fugitivos» (san Nikitas Stizatos.)
3) El apóstol Pablo nos incita que «vistamos la armadura espiritual de la agapi» (1ªTes 5,8). Porque tal como comenta san Casiano, «la agapi rodea y protege las partes vitales del corazón, resiste a los toques mortales que nos provocan los pazos, rechaza los golpes enemigos e impide las flechas del demonio a introducirse en nuestro hombre interior.»
4) El mismo apóstol aún nos propone un arma defensiva, diciendo: “Poneos como casco la esperanza de la salvación» (1ªTes 5,8). Realmente la esperanza es un arma salvadora durante las tentaciones. Es el casco que protege la cabeza. Nuestra cabeza es Cristo: Y debemos tener a Cristo en nuestro interior, en el tiempo de las aflicciones y persecuciones, cubriéndonos con el inexorable casco de la esperanza de los futuros bienes, sobre todo manteniendo nuestra fe en Él entera e invencible. Porque si nos falta la Cabeza, Cristo, entonces no podremos permanecer vivos ni un minuto (san Casiano).
5) La preparación psíquica, con continua nipsis (sobriedad, alerta y atención) y oración incesante, aniquila un arma fuerte del enemigo que es la sorpresa. Como no conocemos cuando nos van a atacar los demonios y de qué manera, debemos estar siempre preparados en prontitud. El apóstol Pedro nos pide que: «Estaos en nipsis y alerta: porque nuestro enemigo, el diablo, camina como un león rugiente buscando a quien devorar» (1ªPe 5,8). En esta preparación psíquica nos incita el mismo Cristo, diciendo: «Estaos en alerta y orad para que no entréis en tentación…» (Mt 16,41). La oración cuando se combina con la nipsis se convierte en un arma fortísima contra el diablo, no sólo como arma defensiva, sino también como ofensiva. Los padres lo llaman “azote” de los demonios. Sobretodo se aconseja la oración del corazón, de Jesús, la imploración de la Madre de Dios y de los Santos aquellos que han recibido el don de Dios contra los demonios. (Νήψις nipsis (sobriedad). Se llama así la alerta, guardia espiritual, la continua atención y vigilancia de manera que el pensamiento-reflexión (loyismós) no avance desde la lógica de la mente y se introduzca en el corazón. En el corazón se debe encontrar solamente el nus,( la atención y su energía) y no los pensamientos-reflexiones. Esta alerta vigilante se llama nipsis (sobriedad.)
6) Aparte de la oración, el ayuno nos ayuda mucho para ahuyentar los espíritus malignos y generalmente todos los esfuerzos ascéticos, porque domeñan, doman los pazos, marchitan los placeres carnales y fortalecen el nus. El Señor nos dijo: “Este género de demonios no se expulsa de otra manera sino con ayuno y oración” (Mt 17,21). Con la ascesis, es decir, el ejercicio espiritual. Con la lucha para el cumplimiento de los mandamientos de Cristo, adquirimos las virtudes. Y sin esfuerzo ninguna virtud llega a su perfeccionamiento. Las virtudes son armas espirituales. Todas juntas componen una armadura fuerte, la cual el apóstol Pablo nos sugiere poner, cuando se trata de enfrentarnos a los artificios del diablo, (Ef 6,1)
7)La perseverancia y la paciencia durante las tentaciones mantiene alta nuestra moral, de modo que podamos afrontar con serenidad los ataques demoníacos, (Heb 12,1).
8) La tapinofrosini (conducta humilde, sana y serena) también es la virtud por excelencia que atrae la jaris (energía increada) de Dios y hace a la psique un castillo inexorable de los ataques rabiosos del mal astuto. Con esta virtud se inutilizan todas las trampas del enemigo, como dicen los padres. Es imposible que sea engañado un hombre que no se fía de su propio loyismós (pensamiento) y su propio juicio y vive de acuerdo con las indicaciones de sus padres espirituales.
9) Otra arma indispensable para la guerra con los malignos espíritus es el discernimiento. San Juan el Sinaita dice: “Debemos de armarnos con mucho discernimiento, para conocer cuando tenemos que luchar por las causas de los pazos, con cual de ellos y desde que punto y cuando debemos de retroceder. Porque hay casos que es preferible la huida, la retirada, a causa de nuestra debilidad, para que no seamos matados.
10) El estudio del logos de Dios, también impide al diablo acercarse a nosotros. San Juan el Crisóstomo (boca de oro) dice: «Si el diablo no se atreve a entrar en la casa que tiene el Evangelio, mucho menos tocará nuestra psique que estudia conscientemente con el corazón y la mente los logos del Evangelio.» El mismo santo nos asegura que: «Cuando el diablo vea la ley de Dios escrita en nuestra psique, no se acercará, sino que de lejos nos girará la espalda. Porque nada es tan terrible para él y para los malignos pensamientos que nos envía y somete, como el nus que estudia los logos divinos.»
Además, no debemos de olvidar que al logos (dichos) de Dios, Pablo lo califica de “navaja del Espíritu” (Ef 6,17), cuando lo enumera junto con los demás accesorios de la armadura de Dios, y otras «vivo, activo y el más afilado de toda espada de doble filo» (Ef 4,12), que puede separar y trocear todo lo carnal y terrenal que se encuentra en nuestro interior.
11) Eclesiasmo, es decir, tomar parte en la Divina Liturgia y en general en todas las celebraciones de culto y alabanza de nuestra Iglesia, que son las fuentes principales de nuestro reabastecimiento para nuestra guerra con los demonios. Son nuestros almacenes de armas espirituales. San Ignacio el Teoforo aconseja: «Preocupaos de reuniros más a menudo en la efjaristía y doxología (alabanza) a Dios. Porque cuando os reunís a menudo en el mismo lugar, entonces se destruyen las fuerzas del satanás y se disuelve toda su energía con la concordia de nuestra fe.»
12) La fuerza demoníaca no sólo se anula con la oración común, sino principalmente con los santificadores Misterios que se celebran en los lugares del culto común, la Iglesia. Con el Bautismo, por ejemplo, se libera el hombre de la tiranía del diablo, con la santa crismación se sella con la jaris, la energía increada del Espíritu Santo, en cambio con su participación merecida en la divina Comunión se convierte y se hace del mismo cuerpo y sangre con Cristo. Adquiere fortaleza espiritual que le hace intocable y terrible contra el diablo: «Como los leones soplando fuego, así salimos de aquel banquete convirtiéndonos en terribles para el diablo, (san Juan Crisóstomo).
13) El diablo tiene mucho miedo a la metania (introspección, arrepentimiento y confesión), sobretodo de la verdadera confesión que se hace con profunda contrición, como también nuestra humilde intención para el aprendizaje espiritual. Con la confesión de nuestros pecados con nuestro guía espiritual cortamos los derechos del diablo y restablecemos nuestra comunión con Cristo. Particularmente en casos de fuerte y no acostumbrada guerra satánica que se ha provocado por nuestra ignorancia o descuido, entonces nosotros debemos ir corriendo al patrajili (estola, bufanda especial para la confesión) del guía espiritual y pedir humildemente la misericordia de Dios con metania efectiva. El Misterio de la Confesión tiene la potencia y energía divina que sana las heridas psíquicas que provoca la energía de la astucia demoníaca y restablece al hombre en el equilibrio psicosomático.
Instrumentos importantes y eficaces que tienen la potencia de destruir fortificaciones son el Efjeleo (bendición de aceite) y la Santificación (o Agua bendita).
Untar con aceite del Efjeleo se utiliza desde los años apostólicos hasta hoy día para terapia de enfermedades psíquicas y somáticas, (ver Sant 5:14-15). Los santos apóstoles en sus viajes «expulsaban muchos demonios, y untaban con aceite muchos enfermos y los sanaban» (Mr 6:13). Como muchas enfermedades se deben a energías demoníacas, el Efjelio libera al enfermo no sólo de la enfermedad sino también de los espíritus astutos que la provocan. Por eso en las bendiciones de las misas el aceite santificado se califica como “espada contra los demonios” y “repulsivo de toda energía demoníaca”.
El agua bendita de la Santificación también es sanador de nuestras psiques y nuestros cuerpos y repulsivo de energías demoníacas, porque se santifica por la imploración del Espíritu Santo, la bendición en forma de cruz por el sacerdote y con el sumergimiento de la santa Cruz. Se utiliza en muchas necesidades y manifestaciones de la vida diaria, tanto para la atracción de la bendición de Dios como para la curación de enfermedades o para la persuasión para astutos, viles espíritus.
15) Otra arma invencible es la santa Cruz, con la cual tiembla exageradamente el diablo, cuando se utiliza (se forma) en contra de él, es cierto que no se puede hacer de cualquier manera por cada uno, sino por los fieles que participan concienciadamente en la vida mistiríaca de la Iglesia. San Nicodemo el Agiorita aconseja: «Para que estéis protegidos de magias y energías demoníacas, tened todos en vuestro cuello la santa Cruz, niños y mayores, mujeres y hombres. Los demonios tiemblan al símbolo de la cruz y se alejan cuando la ven. Además, tal como han confesado los mismos demonios a san Juan Bostrinós, que tenía poder contra los sucios espíritus, tres cosas son las que más temían: La Cruz, el santo Bautizo y la Divina Comunión o Efjaristía.
16) Para afrontar la “Vascanía” o el “mal de ojo” y la avería somática o material que provoca a causa de su energía demoníaca, existe tal como hemos dicho una bendición, oración especial sobre la vascanía o mal de ojo. Idénticas oraciones existen también para la repulsa y disolución de cualquier magia o toda energía demoníaca, para la terapia de enfermedades que provoca la envidia del diablo, etc.
Para evitar el mal de ojo muchos de nuestros hermanos cuelgan varios amuletos. Estos no sirven de nada, son creaciones diabólicas y dan un resultado contrario, porque uno no repulsa el mal implorando al que lo provoca, es decir, los demonios. Sólo se debe utilizar la santa Cruz que destruye a las potencias y energías demoníacas.
Por otro lado, otros, incluso gente de la Iglesia con buena intención y sin sospechar sobre las energías demoníacas acostumbran a quitar o desenmascarar el mal de ojo susurrando varias oraciones místicas o utilizan carbón encendido, claveles, sal, aceite y agua. Pero estas costumbres son irreconciliables con el espíritu de la Iglesia. Ocurre muchas veces que el diablo se va voluntariamente de los que sufren el mal de ojo, para hacer creer a los hombres que tienen este tipo de poder y no las oraciones y bendiciones de nuestra Iglesia. Así que en nuestra vida diaria está caracterizada de «demonocracia» expandida con supersticiones, angustias y ansiedades, que facilitan la marcha de la jaris, la paz y la bendición de Dios.
17) Si uno, por concesión de Dios, se ha poseído de espíritu demoníaco, tiene que recurrir a los sacerdotes para que le lean los exorcismos. Los exorcismos son oraciones especiales de la Iglesia con los cuales el sacerdote ruega a Dios echar los demonios del hombre que tienen dominado. No tiene ninguna relación con los amuletos que son imploraciones mágicas, como hemos dicho antes.
El elemento básico de los exorcismos es la imploración del nombre de Cristo. Este nombre omnipotente «que es sobre todo nombre» (Fil 2,9), los apóstoles imploraban para expulsar los demonios y curar toda enfermedad. El mismo Señor había prometido: «En mi nombre expulsaréis demonios» (Mc 16,17). La misma táctica, siguieron los cristianos de los primeros siglos, tal como nos lo certifica san Justino: «Todo demonio exorcizado se vence y se somete con la fuerza del nombre de Jesús». En el mismo sentido espiritual están escritas también las oraciones para los exorcismos que están contenidas en el libro «Efjologio» y se siguen utilizando hasta hoy.
Segundo elemento de los exorcismos es la reprimenda del maligno espíritu: El sacerdote manda que salga inmediatamente de la criatura de Dios, liberando la psique y el cuerpo del poseído de las cadenas demoníacas.
El bienaventurado yérontas Paísios decía que los exorcismos, para que tengan resultado, se deben combinar con la metania y la confesión. Aclaraba que: «El diablo cuando ha adquirido grandes derechos en el hombre y le ha dominado, entonces se tiene que encontrar la causa, para poder cortar sus derechos. De otra manera, por muchas oraciones que los demás hagan, él no se va… El endemoniado primero se tiene que ayudar de forma que pueda averiguarse en qué es culpable y se ha endemoniado, entonces confesarlo y después si hace falta leerle los exorcismos. Porque sólo con la oración del perdón el demonio puede marchar.» El mismo yérontas decía que paralelamente con los exorcismos, los endemoniados se ayudan mucho cuando los sacerdotes en la proscomidí leen con dolor, sufrimiento sus nombres.»
18) Como última manera de afrontar los mal astutos espíritus nos referiremos al desprecio. Cierto que hay casos como nos hemos referido, que debemos resistir al diablo, de acuerdo con la exhortación de san Santiago: «Resistid al diablo y él se irá lejos de vosotros» (Sant 4,7). Pero existen otros casos que nos interesa evitar el enfrentamiento directo. Es preferible que huyamos a Cristo, despreciando al diablo y sus trampas. El bienaventurado yérontas Porfirios decía: Despreciad los pazos, no os ocupéis del diablo. ¡Girad hacia Cristo!… Con el anhelo a Cristo la fuerza de la psique huye de las trampas y se va a Cristo… Si luchamos y nos enamoramos de Cristo entonces adquirimos la divina jaris. Estando armados con la divina jaris, no corremos peligro y el diablo lo ve y se va… El enfrentamiento contra el mal con la jaris de Dios se hace sin sangre y sin cansancio… ¿Os encontráis en la oscuridad y queréis liberaros? No luchéis intentando echarlo con golpes. No conseguiréis nada. ¿Queréis luz? Abrid un agujerito y vendrá un rayo de sol y vendrá la luz. En vez de estar echando el enemigo para que no entre en vuestro corazón, abrid vuestros brazos al abrazo de Cristo. Esta manera es la más perfecta: No luchéis directamente con el mal, sino amad a Cristo, Su luz y el mal retrocederá.