Diagrama
1. El hijo mayor.
2. Miembros sanos y miembros enfermos
3. Las cualidades del verdadero Cristiano.
El padre de la parábola que estudiamos tenía dos hijos, el menor y el mayor. El menor se marchó lejos de su casa y volvió un día arrepentido, en cambio el mayor permaneció en casa, cumplía sus obligaciones típicas, pero finalmente se alejó porque se escandalizó por la agapi (amor) de su padre hacia el hijo que había retornado.
Cuando el mayor recibió la información que había vuelto su hermano menor, “se enfadó y no quería entrar”. A los ruegos del padre para convencerle y alegrarse también por el retorno de su hermano menor, el hijo mayor contestó: “Hace tantos años que trabajo para ti y nunca me has dado ni un cabrito para disfrutarlo con mis amigos. ¡Ahora llega ese hijo tuyo que ha malgastado toda su fortuna con malas mujeres, tú le sacrificas el ternero cebado! El padre le respondió: Hijo mío, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Debes de alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue encontrado (Luc 15, 25-32).
La conducta del hijo mayor es muy característica para aquellos hombres que permanecen de manera característica dentro de la Iglesia. Analizando la situación psíquica del hijo mayor observamos que tiene la conciencia de que cumple las leyes de su padre. En realidad es un cumplidor jurídico. Y naturalmente no cumplía la ley exactamente, ya que el cumplimiento de la ley sin la agapi no quiere decir que eres hijo verdadero de Dios. Después también siente que tiene derechos al permanecer en la casa de su padre. Tiene exigencias que provienen del fiel cumplimiento a los mandamientos de su padre. Además no tiene agapi, ni simpatía, tampoco compasión. Se muestra indolente al regreso de su fatigado hermano. Esta falta de agapi la expresa con su gran agresividad. No es su hermano si no “este hijo”, es el ἄσωτος (asotos, insaciable, sin fondo, interminable), “el que derrochó su vida con las prostitutas”. Se ve entonces que cuando el hijo menor mostraba metania y se alegraba de la fiesta en casa, el mayor indicaba su enfermedad espiritual y permanecía fuera de casa.
Dentro de la Iglesia existen miembros sanos y enfermos. Principalmente quisiera que viésemos el estado espiritual de la enfermedad de los miembros de la Iglesia.
Con el Misterio del Bautismo y del Crisma nos hacemos miembros de la Iglesia y del Cuerpo de Cristo. Del Bautismo precede la ascesis, que es un período de Catequesis, y continúa la vida ascética que es la aplicación y el cumplimiento de los mandamientos, logos de Cristo. El Bautismo en realidad es el principio de la nueva vida en Cristo, no es el final. Cristo dijo a Sus discípulos: “Id por todos los pueblos del mundo a instruir mis enseñanzas a los hombres bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo enseñándoles a aplicar y cumplir todo lo que yo os he revelado” (Mat. 28,19-20). Los discípulos deben de hacer dos cosas. Primero, bautizar a los hombres y después enseñarles a aplicar y cumplir los logos mandamientos de Cristo. Entonces, no basta el Bautismo, sino también es necesario la aplicación y el cumplimiento de los mandamientos de Cristo.
Para adquirir su salvación uno debe de estar bautizado y seguro de su fe, tal y como dice San Simeón el Nuevo Teólogo. Esto significa que se tiene que bautizar, porque “el que crea y sea bautizado se salvará” (Mrc 16,16) y a continuación debe vivir de acuerdo con la misión del Cristiano ortodoxo. Esto lo vemos en cualquier organización y asociación humana. Uno no sólo debe de inscribirse simplemente en una asociación sino que debe cumplir las obligaciones convenientes para esta organización.
Es cierto que la Jaris la energía increada del Santo Bautismo no se pierde nunca, sino que permanece en el fondo del corazón del hombre. Pero tal y como enseñan los Santos Padres, con los pecado que comete el hombre se cubre esta Jaris increada por los pazos. Así en este estado, el hombre es en potencia miembro de la Iglesia y no en energía. Es decir, tiene la posibilidad de llegar a la zéosis, (glorificación o perfeccionamiento o a semejanza), pero él mismo por su libre elección no la energiza, activa. Se parece a una máquina que puede producir, pero no está conectada con la energía eléctrica; o a una televisión que tiene cerrado el interruptor, sin embargo está totalmente capacitada para dar imagen.
Con este sentido y significado se habla en la Santa Escritura y los textos de los Santos Padres, de los miembros enfermos y muertos de la Iglesia. La Iglesia es vida, puesto que es el Cuerpo de Cristo que es la luz y la vida de los hombres. Aquel que no vive real y verdaderamente en la Iglesia no tiene vida y entonces está muerto. Es cierto que tiene vida biológica, pero no tiene en su interior la Jaris la energía increada de Dios.
A continuación veremos como un miembro de la Iglesia se parece con el hijo mayor de la parábola del insaciable hijo pródigo. Para ver mejor esto tenemos que examinar en qué consiste el que uno sea miembro vivo de la Iglesia. Esto manifestará enseguida la enfermedad de los demás miembros.
Verdadero miembro de la Iglesia y Cristiano real es aquél que dispone de las siguientes cualidades.
Primero, permanece en la Iglesia, sin salir de ella mediante el ateísmo y la herejía. No se separa de este organismo vivo y no participa en contra-sinagogas o reuniones escondidas y secretas con hombres heréticos. Esto significa que acepta absolutamente la fe que confesó con el Símbolo de la fe, participa en los Misterios de la Iglesia sanándose y santificándose a través de estos y en su vida personal se ejercita para cumplir los mandamientos de Dios. Siente que permanece en la Iglesia para sanarse y salvarse y no para salvar, porque la Iglesia no tiene necesidad de salvadores.
Segundo, siente que es hijo de Dios, es decir, que tiene Padre no está huérfano. Su gran Padre es el Dios. Pero también los Clérigos son Padres, puesto que están en tipo, tiempo y espacio de la presencia de Cristo. Por lo tanto, el miembro real de la Iglesia obedece a los Obispos, a los Clérigos, tiene padre espiritual que le conduce a la vida espiritual. Por supuesto, acepta la enseñanza de los Santos Padres de la Iglesia e intenta imitar sus vidas, es decir, sus ascesis, testimonios y martirios.
Tercero, siente que pertenece a una familia, por lo tanto, tiene hermanos espirituales. No está solo en la Iglesia. Esto significa principalmente que ama a sus hermanos. No les juzga cualquier error que hayan cometido y no los condena. Tolera, es magnánimo y aleja su ira de posibles debilidades por parte de ellos. Además manifiesta su agapi de distintas maneras. Comparte sus alegrías y penas. La alegría y la tristeza de los demás también es suya, su agapi es comunión de agapi y la fe unión de fe. Todo debe sentirlo común. Debe sentir la Iglesia como familia, exactamente como lo hacían los primeros Cristianos, según la descripción de los Hechos de los Apóstoles (2,41-47). Si intenta cumplir la ley de Dios y no tiene agapi no es un Cristiano real, es un miembro enfermo de la Iglesia.
Cuarto, en caso de pecado sigue la instrucción terapéutica. El hombre es cambiable y variable. Eso significa que durante su vida se altera y se lesiona. Es de esperar que peque. La Santa Escritura dice: “¿Quién está limpio de suciedad? Ninguno, aunque su vida fuera un día en la tierra (Job 14,4-5). San Juan el Evangelista dice: “si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1ª Jn 1,8).
Los pecados no son culpabilidades y simples negaciones de la ley, principalmente son enfermedades y lesiones. El hombre pecador está enfermo espiritualmente. Entonces el afrontamiento del pecado se tiene que hacer dentro de los marcos medicinales y terapéuticos. El sacerdote es el médico que ejerce su función en nombre del Gran Médico que es Cristo. El hace la catarsis, limpia y cicatriza las heridas, si hace falta hace intervenciones quirúrgicas y generalmente cura los traumas. Dentro de estos marcos necesariamente debemos de ver la metania, la confesión y los mandamientos del padre espiritual, los llamados epitimia. Debemos de hacer la metania, es decir, sentir nuestro error y enfermedad, querer la terapia y acudir al terapeuta a confesar nuestra enfermedad, revelar todas las cosas escondidas y los puntos oscuros de la enfermedad y a continuación con valentía y ánimo seguir los consejos terapéuticos del médico espiritual. La Iglesia tiene el Misterio de la metania (introspección, arrepentimiento y confesión.
En la antigua Iglesia cuando alguien pecaba y enfermaba seriamente se alistaba otra vez en las órdenes de los Catecúmenos. Por eso en la categoría de los pecadores purificados se incluía los Catecúmenos, los endemoniados y los arrepentidos. Todos estos seguían una instrucción terapéutica adecuada. Es cierto que los pecadores y arrepentidos Cristianos que ya se habían bautizado no se bautizaban de nuevo, pero debían pasar el estadio de la metania y sentir dentro de sus corazones que otra vez energiza y opera la Jaris la energía increada de Dios.
Cuando el Cristiano bautizado abandonaba la Iglesia y caía en herejías, entonces debía de pasar un trámite para volver estar incluido otra vez en la Iglesia. Era necesaria la metania y la firma de un certificado por el cual acusaba la herejía que había caído y era crismado otra vez.
De todo esto comprendemos que no basta sólo el bautismo, sino que hace falta vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios para ser miembro de la Iglesia. Si llega el caso que el Cristiano enferma, entonces hay un método especial para que vuelva a encontrar su salud.